LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Gabriel Albiac sacude de lo lindo a Pablo Iglesias por su negativa a mandar tropas a Siria: «Es un demagogo metido a revolucionario populista»

Ignacio Camacho: "Los votantes quieren saber qué proponen los nuevos líderes, no si lavan al perro o friegan los platos"

Gabriel Albiac sacude de lo lindo a Pablo Iglesias por su negativa a mandar tropas a Siria: "Es un demagogo metido a revolucionario populista"
Pablo Iglesias. Podemos.

A falta de una semana para que arranque oficialmente la campaña electoral para las generales del 20 de diciembre de 2015, los columnistas ya empiezan a dirigir sus pasos hacia la escena política, aunque aún sigue habiendo tribunas dedicadas al yihadismo este 26 de noviembre de 2015.

Arrancamos con ABC y lo hacemos con Ignacio Camacho que apunta a los nuevos políticos como personas que están todo el día en los platós de televisión o en programas en los que cuentan su vida, pero en realidad, a la hora de la verdad, no se sabe qué ofertan a su electorado:

Atacan a traición, colándose en la intimidad de los hogares emboscados en cualquier apacible programa de entretenimiento con el que las familias pretendan echar un rato de evasión tras la cena. En un afán compulsivo de parecer personas «normales», los candidatos bailan, cocinan, conducen, hacen jogging, montan en bicicleta, suben en globo, se descuelgan en tirolinas y hasta enseñan sus cuartos de baño. Cualquier día harán cameos en «Aquí no hay quien viva» o saldrán como extras en una teleserie de época. La última moda consiste en hablar de deportes, o incluso ejercer de comentaristas de partidos como hizo anoche en la COPE un Rajoy encantado de autoparodiar su estereotipo de lector unívoco del «Marca». Se desparraman por los medios con la única condición de no hablar de política, eso de lo que al menos en teoría entienden algo. Quizá sepan tanto de ella que han terminado por constatar lo mucho que aburre a los ciudadanos.

Destaca que:

Esta presunta humanización de los políticos, tan impostada como la mayoría de sus actitudes, pretende acercarlos a la gente -el concepto populista que paradójicamente suplanta al sujeto democrático soberano que es el pueblo- pero sólo consigue acentuar la creciente banalización de la actividad pública. La posmodernidad ha convertido la política en un espectáculo superficial, liviano, transitivo, que sustituye el complejo trabajo de dirigir administraciones y equipos por el simple ejercicio de la propaganda y el marketing. A base de trivialidad, las campañas se han ido transformando en concursos de simpatía, en castings de desenvoltura telegénica. El debate de ideas se ha vuelto anoréxico; en vez de contratar estrategas y expertos, los líderes fichan a creativos publicitarios, y en lugar de redactores de discursos se conforman con hacedores de frases. La cháchara sustituye a los discursos programáticos; nada extraño cuando los nuevos dirigentes se han forjado en la cantera de los tertulianos.

Remata que:

No está claro sin embargo que tanta ubicuidad mediática, tanto empeño forzado por aparentar una normalidad de atrezzo mal disimulado proporcione réditos electorales en vez de multiplicar el cansancio de la opinión pública ante la omnipresencia de los candidatos. Lo que los votantes desean saber de quienes aspiran a gobernarlos no es si sacan a pasear al perro o lavan sus propios platos ni de qué equipo son hinchas -algunos ni siquiera se atreven a confesarlo-, sino qué propuestas ofrecen para solucionar los problemas de una sociedad en colapso. Se dirigen a ciudadanos, no a espectadores; al pueblo, no a la audiencia. Y por lo demás, deberían andarse con cuidado en la exhibición de habilidades marginales a su oficio. No vaya a suceder que los electores descubran que en su actividad privada resultan tan poco competentes como en la profesión para la que se les supone preparados.

Mientras, Gabriel Albiac habla sobre Pablo Iglesias y su discurso, zapaterista a más no poder, de rendirse ante el yihadismo, que seamos siervos del Islam:

Soy hijo de un militar republicano. Condenado a muerte en 1939 y que ya antes lo había sido a cadena perpetua cuando, en 1930, fracasó el golpe de los jóvenes oficiales de Jaca, en el cual él, teniente entonces, participaba. Recuerdo con admiración su castrense desprecio, tanto hacia la retórica heroica cuanto hacia la sentimental o victimista. Un desprecio que cifraba en esta definición del oficio, cuyo corte estoico es innegociable: un militar, cuando muere en combate, no está haciendo más que justificar su sueldo. Lo demás sobra y es obsceno. Para aquel que elige la carrera militar, morir es nada. Una nada a la cual apostó su vida. No es la hora de quejarse cuando la partida acaba y el envite es cobrado.

Subraya que:

Escucho, ahora, la voz infinitamente necia de un demagogo metido a «revolucionario populista», ese oxímoron. El líder supremo de Podemos estaba reprochando a Albert Rivera que se hubiera atrevido a «pedir tropas, tropas, tropas», para derrotar al yihadismo sobre el territorio en el cual -merced al incalificable abandono militar de Irak por Barak Obama- el yihadismo se ha hecho fuerte y ha creado un Estado hostil a cuanto no sea coránico; un Estado, también, poderosamente financiado por el petróleo. Para el señor Iglesias, enviar el ejército a combatir a un enemigo que, sin ninguna ambigüedad, ha declarado la guerra a quienes no se plieguen a la voluntad de Alá, es «jugar con la vida de soldados españoles» y apostar, «a la ligera», por que estos «vuelvan en cajas de madera».

Añade que:

Ahora que el señor Iglesias cuenta en su equipo directivo con un soldado profesional del nivel máximo, no debiera resultarle muy difícil enterarse de que -desde que un Aznar que no le es, creo, muy simpático suprimió el servicio militar en 2001- el ejército español está exclusivamente formado por profesionales. De diverso grado y jerarquía, pero idénticos en cuanto a oficio. El general que dirigió los bombardeos españoles sobre Libia sabrá explicarle que a un soldado profesional no lo exalta la posibilidad de «volver en una caja de madera» a casa. Ni le desasosiega. Un soldado profesional hace su trabajo. Retorne vivo o muerto. Ese es su honor. Y esa es la gloria, difícil de asumir, de lo castrense. Pero nadie, absolutamente nadie, está obligado hoy en España a abrazar tal carrera.

La guerra es una determinación horrible de la condición humana. Pero es una determinación. A no ser que uno prefiera apostar por el desvalimiento del que hacía exhibición el último manifiesto yihadista contra Francia: haced como Zapatero y rendíos. Y sed siervos del islam. Y quedad a la merced de lo que vuestro vencedor imponga. Aquel que no está dispuesto a responder a la guerra con la guerra, es ya menos que un cadáver.

«Si hay soldados españoles que puedan jugarse la vida, a lo mejor hay que hacer un referéndum», dice don Pablo Iglesias. Un referéndum. Como aquel en que sus colegas convirtieron las elecciones del año 2004: rendición por plebiscito.

Y concluye:

¿Qué piensa un antiguo Jefe del Estado Mayor de la Defensa al escuchar esas obscenidades en boca de su actual jefe? Él lo sabrá. Yo sé muy bien lo que hubiera pensado un viejo militar republicano, estoico ante la cadena perpetua, estoico ante la pena de muerte. Ni la vida ni la muerte de un militar profesional le pertenecen. Ha renunciado a ellas desde el instante mismo en que apostó por la difícil vocación de la milicia. Y todas las retóricas -las pacifistas como las belicistas- son obscenas frente al peso de esa apuesta.

Isabel San Sebastián critica la ausencia de Mariano Rajoy en el debate a cuatro que tendrá lugar el 7 de diciembre de 2015 en Antena 3. Sin embargo, justifica que no quiera comparecer visto lo visto, que en España se castiga más un desliz verbal en un cara a cara que el hecho de no acudir al mismo

¿Con qué fin se celebra un debate electoral, en beneficio de los electores o a mayor gloria de los partidos? La respuesta a esta pregunta resulta determinante para medir la salud democrática de una nación, su compromiso con los pilares sobre los que se sustenta este sistema político, su nivel de exigencia ética.

En los países saludables en términos democráticos los ciudadanos reclaman a sus dirigentes claridad y rendición de cuentas. En los demás, son los dirigentes quienes imponen a los ciudadanos sus condiciones sobre cuándo, dónde, cómo y a quién explicar aquello que les interesa. Los países comprometidos con la separación de poderes respetan la independencia de los medios de comunicación y demandan a sus políticos confrontar ante el tribunal de la opinión pública programas, ideas, propuestas, cumplimientos e incumplimientos, sin más limitación que el respeto debido al discrepante. Los demás aceptan que sean los políticos quienes controlen a los periodistas y decidan con cuáles de sus adversarios les conviene o no enfrentarse. Los países exigentes con la ética política no conciben que un presidente de Gobierno rehúse defender su título debatiendo con los aspirantes al cargo. Los demás asumen mansamente que quien tiene el poder, en este caso de decisión, lo utilice en su beneficio.

Recuerda que:

En Estados Unidos, Reino Unido o cualquiera de las democracias más avanzadas del planeta se penalizaría durísimamente la incomparecencia del contrincante que rechazase medirse con sus tres rivales confirmados en un debate electoral a cuatro. Aquí hay quien ha convertido la incomparecencia en su estrategia política y aspira a conquistar las urnas a lomos de esa montura.

Incomparecencia en la coalición internacional armada para combatir al terrorismo islamista, incomparecencia en el debate de las ideas, incomparecencia en la batalla de los principios, incomparecencia en la pugna por defender unos valores. Gestión, gestión y más gestión de España S.A, con altas dosis de indefinición y abundantes lugares comunes.

No deposito grandes esperanzas en la puesta en escena televisiva que nos permitirá ver y escuchar en un mismo plató simultáneamente a Pedro Sánchez, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Soraya Sáenz de Santamaría. Los corsés impuestos a esos debates por los directores de campaña son de tal calibre que impiden cualquier fluir natural de una conversación constructiva. Dicho lo cual, va a resultar cuando menos sorprendente que tres de los allí presentes sean los cabezas de lista de sus respectivos partidos mientras la cuarta es la número dos por Madrid. La versión oficial apela a la falta de tiempo del presidente, que sí lo encuentra, curiosamente, para comentar la actualidad deportiva en una radio. Las malas lenguas hablan de su edad, muy superior a la de sus oponentes, su imagen deteriorada hasta entre sus propios votantes y su temor a verse superado por la habilidad dialéctica de Rivera.

Y asegura que:

La cruda realidad es que el candidato Rajoy no tiene nada que ganar en ese debate y sí mucho que perder, a poco que cometa un error. Por eso rechaza la invitación, consciente de que en España se castiga más duramente una metedura de pata que la falta del coraje necesario para dar la cara. En España gana el que resiste y se resiste mejor sin arriesgar. No somos, desde hace tiempo, un país de gente valiente, ni de convicciones firmes ni de iniciativas audaces. No vence el que mejor convence, sino el que se cubre los flancos. Aquí la democracia llegó tarde y no termina de calar. Falta mucha lluvia fina.

En El Mundo, Arcadi Espada se muestra crítico con la clase política española en esto de la guerra, pero también a los propios ciudadanos por ser cómplices posteriores en las elecciones. No entiende como hay partidos, caso de Podemos, que esperan que el Gobierno dé un paso al frente para sacar rédito electoral, como tampoco comprende que el Ejecutivo pueda acabar actuando de espaldas a su ciudadanía:

El primer ministro Valls dice que Francia necesita ya la ayuda española aunque comprende el momento preelectoral del presidente Rajoy. Es mucho comprender. Porque lo que demuestra el silencio del Gobierno ante la guerra es la elocuente consideración que le merece el ciudadano: tomaremos la decisión sobre la guerra a sus espaldas. No hay ningún español que desconfíe más que yo del pueblo español y de su acendrado gusto por sucumbir ante la demagogia.

Pero su estado de postración sólo puede aliviarse mediante la refriega constante con la realidad. Mientras los gobernantes mantengan al pueblo en la UCI moral, aplicando pomada a su responsabilidad, la calidad de la democracia irá degradándose. El perfil del ciudadano español ante la amenaza terrorista es un tipo bronco que echa chispas cuando le obligan a descalzarse en un control aéreo. Y el perfil del gobernante ante los ciudadanos es el de un hipócrita tendero que mete las fresas podridas debajo de las tersas, mientras asegura empalagoso que el cliente siempre tiene razón. También tienen su perfil los periódicos: ya nunca jamás se dirigen a los ciudadanos, salvo para amasar su vanidad, sino a los políticos: cosa del negocio también.

Recalca que:

La elusión de la responsabilidad tiene cada día nuevos capítulos. La otra mañana en la radio oí hablar a un farmacéutico, desesperado porque el Gobierno de la Generalidad les ha dicho que si quieren cobrar las deudas pendientes vayan eligiendo a sus patronas favoritas para ponerles velas. El llamado proceso soberanista, tan simpático, no se abstiene de la bajeza y la grosería. Las quejas del farmacéutico eran correctas respecto al tono intolerable. Pero en absoluto respecto al fondo del asunto.

E insiste:

Hace dos días la mayoría de votantes catalanes ha dado su apoyo a un Gobierno que ni paga farmacias ni tiene el menor contacto racional con la realidad. ¿Qué han votado los farmacéuticos? A lo mejor es que yo conozco al único que ha votado Junts per putsch. Pero es probable que haya pasado con las farmacias lo mismo que con los electricistas: muchos, muchos, votos a favor de un gobierno caótico, moroso, inmoral, que en su programa político llamaba explícitamente a desobedecer la legalidad. El farmacéutico decía que era una víctima de los políticos. No. En absoluto. Es una víctima, cuando no un cómplice, de la mayoría de sus conciudadanos. Creo con Pablo Iglesias que es la hora de la gente. La hora de que a la gente se le caiga la cara de vergüenza.

Por su parte, Victoria Prego, flamante nueva presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, escribe sobre los tiempos de Mariano Rajoy antes de dar su aprobación a mandar contingentes a Siria. Está claro que el ‘No a la guerra’ no se le ha borrado de su cabeza al presidente español y no quiere una campaña manchada por algaradas:

Lo que Francia ha pedido a sus socios de la Unión Europea es que le presten asistencia como país atacado, lo cual significa -lo ha dicho el ministro francés de Defensa- una «participación militar ampliada». Todos los socios han respondido afirmativamente porque ese compromiso, que está en el Pacto de Lisboa, lo han firmado todos ellos y han de hacer honor a él.

Otra cosa es en qué se concreta esa participación militar ampliada y en qué momento empieza a producirse. Por lo que se refiere a España, nosotros sabemos que somos un país escaldado por lo que ocurrió aquí con motivo de la segunda Guerra de Irak cuando nuestro país, que no participó en la guerra, sí respaldó plenamente la invasión ordenada por el presidente Bush. Y no sucedió precisamente lo que acaba de ocurrir en Francia, donde la opinión pública y todos los partidos de la oposición se han alineado junto al presidente Hollande y le han prestado un apoyo rotundo, sin fisuras. En España, no es posible olvidarlo, sucedió todo lo contrario: cuando el yihadismo perpetró el atentado del 11-M los partidos políticos acusaron al Gobierno de ser el responsable último de aquella matanza y llamaron asesino al presidente Aznar.

Rememora que:

Por eso no tiene nada de raro que el presidente del Gobierno español se tiente mucho la ropa antes de ordenar una mayor implicación del Ejército español en el conflicto de Siria. Y no sólo porque aún resuenan los ecos de lo sucedido en aquellos días terribles de 2004, sino porque Rajoy está más que obligado a atenerse a lo que se acuerde en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU y de la OTAN.

Nuestro país está, además, a punto de celebrar unas elecciones generales que van a ser decisivas por muchas razones de tipo interno, y una decisión de tanta envergadura requiere de un Gobierno fuerte y no en la situación de provisionalidad en que el Ejecutivo se encuentra ahora.

La petición de Francia es perentoria porque el golpe ha sido brutal y porque antes de éste ha sufrido algunos más. Pero la respuesta no puede ser inmediata por parte de sus socios de la Unión, aunque sólo sea por una mera cuestión de coordinación de las acciones que se emprendan en el futuro.

Y señala que:

Sólo Putin se ha apresurado a sumar sus fuerzas a las enviadas a Siria por Hollande. Rusia busca un acuerdo para mantener por el momento a Bashar Asad mientras golpea a las fuerzas del Estado Islámico y la urgencia y la determinación del presidente francés le vienen al pelo para forzar un acuerdo global sobre la zona al que Obama se resiste, como se pudo comprobar tras la reciente reunión del G-20. Pero la reacción francesa favorece ahora mismo los planes rusos.

Veremos qué sale del encuentro de Hollande con el presidente de los Estados Unidos la semana que viene. Pero España, de momento, no le puede dar lo que pide con tanta y tan comprensible cólera como urgencia.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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