LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Ramón Pérez-Maura avisa a Pedro Sánchez: «El PSOE puede verse superado otra vez por Podemos por su pésima campaña

"Ada Colau y Manuela Carmena ya ganaron al PSOE en las municipales de mayo de 2015"

Ramón Pérez-Maura avisa a Pedro Sánchez: "El PSOE puede verse superado otra vez por Podemos por su pésima campaña
Ada Colau y Manuela Carmena.

Jornada de reflexión la de este 19 de diciembre de 2015 y los columnistas de la prensa de papel hacen su resumen final de lo que ha sido la campaña. Hay varios puntos coincidentes, que a Pedro Sánchez los 15 días de mítines se le han hecho eternos y que Ciudadanos llega al 20 de diciembre de 2015 sembrando el desconcierto entre propios y extraños. ¿Apoyará al partido más votado o se abstendra?

Arrancamos en ABC y lo hacemos con Ramón Pérez-Maura, quien lanza una seria advertencia a Pedro Sánchez. Al líder socialista conviene recordarle que su pésima campaña puede provocar que el PSOE se vuelva a ver superado por Podemos, tal y como le pasó en las municipales del 24 de mayo de 2015 donde Ada Colau, en Barcelona y Manuela Carmena, en Madrid, sentenciaron a los socialistas:

Las encuestas electorales suelen ser poco exactas a la hora de retratar un resultado final en número de escaños. Y cuando hay unas previsiones tan ajustadas como las que tenemos en España hoy, con cuatro partidos en apenas un diez por ciento de intención de voto de diferencia entre unos y otros, es casi imposible que encuestas con muestras de 4.000 entrevistas puedan ajustar el reparto de escaños entre cuatro partidos en cincuenta circunscripciones. Por pura estadística eso te da 80 entrevistas por circunscripción, con las que dudo que se pueda atinar ni con el resultado de Soria.

Pero esas encuestas sí sirven para ver tendencias. Y la tendencia más notable de esta campaña electoral, que ya se había dado en las autonómicas y municipales del 24 de mayo, es el auge durante las semanas que preceden al voto de la extrema izquierda de Podemos. Lo que vimos entonces, con Ada Colau y Manuela Carmena superando al PSOE en las dos primeras ciudades de España, puede repetirse ahora, entre otras razones por la pésima campaña de Pedro Sánchez.

Apunta que:

Un PSOE desbaratado tras el 20 de diciembre sería más proclive de lo que ya fue en junio a aupar al poder a cualquiera con tal de lograr argumentar que a ellos no les ha ido tan mal porque han conseguido desplazar de la Moncloa al Partido Popular.

En esta hora de reflexión conviene sopesar una pregunta muy básica: ¿cree usted que es real esa España fané y descangayá que describió Pedro Sánchez el pasado lunes en su combate con Rajoy? ¿De verdad piensa que España hoy está peor que hace cuatro años? Si así lo cree haría muy bien en votar a Sánchez por hacer esa descripción de la España del presente con la que usted comulga o a Podemos por ser el que de verdad haría una política radicalmente distinta a la única posible en el momento presente. Pero si usted no quiere una España en la que Podemos tenga las llaves de La Moncloa, la única alternativa de la hora presente parece ser la que encarna Mariano Rajoy.

Lo que más claramente ha quedado descrito en esta campaña electoral es la incapacidad de Albert Rivera y Ciudadanos para concretar cuál será su actitud después de las elecciones de mañana. Quienes creen que votar a Ciudadanos es una forma de dar un respaldo al PP con un aviso, han sido advertidos por Rivera de que ese no va a ser el caso. Y Rivera ha dicho que él sólo entraría en un Gobierno presidido por él. Por lo tanto, como ha dejado claro esta campaña, votar a Ciudadanos es votar a quien puede pactar a diestra o a siniestra si es el caso. Cualquiera que le dé lo que Rivera quiere.

Concluye que:

España se enfrenta mañana a unas elecciones de una inmensa trascendencia. Unos comicios en los que la derecha cainita siente una especial excitación ante el auge de Ciudadanos sin medir lo que representa el surgimiento de Podemos. En un tablero en que la España constitucional y democrática tiene que hacer frente al partido que ha elaborado toda la docrtina que ha llevado a Venezuela al apocalipsis que vive hoy, ¿de verdad es prudente debilitar a la única formación política con posibilidades de tener una mayoría suficiente como para dirigir un Gobierno estable?

Lo mejor que se puede hacer en el día de hoy es cumplir con la legislación vigente y reflexionar. Razonar sobre cuántos sacrificios hubo que hacer en los últimos cuatro años, qué políticas previas nos obligaron a buscar esas duras salidas, y preguntarse si se quiere volver a empezar con todo eso otra vez. Y después, ir a votar.

Ignacio Camacho profundiza sobre el puñetazo a Mariano Rajoy y denuncia la tolerancia moral que ha habido por parte de determinados sectores ideológicos:

De todas las formas posibles de corrupción, la más peligrosa, la más devastadora es el odio. Y de todas las formas de corrupción política la más nociva es el odio ideológico, porque pervierte el principio de convivencia: identifica al discrepante como un enemigo y despenaliza moralmente su destrucción por el simple hecho de ser o de pensar diferente. Resulta chocante que en España haya triunfado un cierto discurso que denuncia la degradación de las instituciones y la desviación de poder desde una base de rencor social incompatible con cualquier propósito regeneracionista. El extremismo sectario ha utilizado la indignación natural ante los abusos como combustible de una hoguera de resentimiento en cuyas llamas no trata de depurar el sistema sino de liquidarlo.

El puñetazo a Rajoy no ha sido más que una expresión incidental de ese clima de encono. Técnicamente puede considerarse un gaje del oficio de candidato; cualquier gobernante que haya tomado decisiones conflictivas está expuesto a la ira de un exaltado si su escolta permite que se le aproximen los ciudadanos. Pero el impulso desquiciado del muchacho pontevedrés que golpeó al presidente -«la víctima» según el alegato de un abogado dispuesto a elevar al paroxismo la cultura exculpatoria- es el fruto recalentado de un fanatismo cultivado a través de la retórica del odio.

Indica que:

Esa deshumanización del adversario se muestra con estremecedora claridad en las redes sociales agitadas por la jauría radical. Mucho más grave que el mamporro, al fin y al cabo un suceso aislado, ha sido la amplísima complacencia brindada por un sector de la sociedad intoxicado por la doctrina del enfrentamiento, capaz de hacer de la animadversión una ideología. Bajo la unánime condena evacuada por la nomenclatura política -exquisita moderación cosmética propia del ambiente electoral-, el acto de violencia ha sido comprendido, relativizado, justificado, disculpado y hasta defendido por miles de ciudadanos que parecían incluso envidiar la osadía o el arrojo del matón perturbado. Esa corriente de empatía con la agresión obedece a una mentalidad de tolerancia basada en un sentimiento de superioridad moral que se concede a sí mismo el monopolio de la decencia. Es la banalidad del mal, el proceso que diluye la conciencia responsable en la falsa convicción de una causa justa.

Y sentencia:

De ahí vienen los escraches, el acoso a los rivales, los feroces linchamientos twitteros, la criminalización del pensamiento divergente. Está verbalizada en público por líderes que han hecho fortuna señalando objetivos con una demagogia simplista de emocionalidad hostil. Que han dividido a la sociedad española rescatando sus peores demonios y aboliendo la culpa de la violencia de baja intensidad -por ahora- en nombre de un designio político disfrazado de nueva ética. Nadie debería olvidar que esa gente se presenta a las elecciones.

Luis Ventoso recrea un escenario con una victoria del PP, pero absteniéndose Ciudadanos en la sesión de investidura. El panorama pinta feo, feo, feo:

Finales de enero. Por una vez los sondeos han atinado: el PP ha ganado, con casi 130 diputados. Pero Rivera, fiel a lo que ha venido diciendo en campaña, decide abstenerse en la votación de investidura de Rajoy. España repite entonces lo que acaba de ocurrir en Portugal: ganó la derecha y gobernará la izquierda. Las puertas de La Moncloa se abren para una gran coalición «progresista», que nos librará por fin de Rajoy -«el de los recortes, la corrupción y el plasma»- y permitirá llevar a cabo «auténticas políticas de izquierda» y «abrir la segunda Transición». Pedro y Pablo, que en su día ya se asociaron sin problemas en los ayuntamientos, alcanzan rápidamente un acuerdo para formar un Gobierno de coalición PSOE-Podemos.

Se acabó la austeridad. Llega la hora de las «políticas sociales de progreso». Pedro y Pablo suben las pensiones, amplían la cobertura del desempleo, crean una renta de emancipación para los jóvenes, aumentan el salario mínimo, duplican la contratación en hospitales y escuelas públicas, derogan la reforma laboral, retiran el copago de fármacos, reponen las primas para la energía verde y prohíben la presencia de clérigos en los funerales de Estado (salvo si son mahometanos). A cambio, se aumenta el IRPF a las clases medias, se cruje fiscalmente a los más pudientes y se sube el impuesto de sociedades; «caña al capitalismo de amiguetes», como bien dice Pablo. La «segunda Transición» también avanza. Se cambia la Constitución, para que conste por escrito que los catalanes son más altos, más rubios y más guapos que el resto y además recibirán más parné.

¡Mira que era fácil! En dos meses, Pedro y Pablo le han dado la vuelta a España.

Detalla que:

A finales de año el déficit público se ha desbocado. La inversión en España ha caído en picado, porque la nueva legislación laboral y la nueva fiscalidad retraen a las empresas. El paro y la prima de riesgo suben. Las cuentas se despendolan. Merkel frunce el ceño. Pedro y Pablo reciben una llamada apremiante de Junker y Donald Tusk: una amenaza en toda regla para que viren de inmediato y retornen a la consolidación fiscal, como ha hecho Tsipras. En cuanto a la nueva España federal, al final los aguinaldos para Cataluña no han servido de nada: los separatistas responden que el tiempo del federalismo ya ha pasado y que a ellos solo les sirve la independencia. La ruptura de España es más plausible que nunca.

La cosa se ha puesto chunga para Pedro y Pablo. Al final era verdad: en el marco de la UE y con un país fuertemente endeudado no había margen para un vuelco alternativo. ¿Qué hacer ahora? Pedro y Pablo se reúnen en La Moncloa con Jordi Sevilla, César Luena, Errejón, Echenique, Carmen Chacón, ministra de Defensa, y Rubalcaba, que también ha vuelto. Tras una productiva tormenta de ideas intensa, Pedro y Pablo comparecen juntos para anunciar solemnemente una decisión histórica: el Gobierno de progreso ha decidido desenterrar a Franco y chapar el Valle de los Caídos. Pablo, tierno como él solo, declama unas citas de Gramsci. Una lágrima emotiva y perlada rueda sobre el lunar de su mejilla. La prima de riesgo sube a 470 y el paro corre en moto. La casta ya es historia.

En El Mundo, Lucía Méndez escribe desconcertada sobre los cambios de opinión de Ciudadanos: ahora me abstengo, ahora no permitiré un pacto de perdedores. La jefa de opinión del rotativo dirigido por David Jiménez no sabe a qué carta quedarse con Albert Rivera:

Hasta aquí hemos llegado con los nervios alterados por el desasosiego. El inédito escenario político está sometiendo a duras pruebas de resistencia a expertos, analistas, sociólogos, politólogos, estrategas, comunicólogos, equipos de campaña, asesores y candidatos. Todo el mundo peregrina en busca de pistas para saber lo que pasará mañana, pero aquí no hay oráculo de Delfos que valga. Aquí el único oráculo de Delfos reside en la conciencia de cada español con derecho a voto.

La incertidumbre se transformó en asombro ante los últimos movimientos estratégicos de la campaña de dos de los partidos que mañana se presentan a las elecciones: PP y Ciudadanos. En cuestión de horas, el PP anunció que estaba dispuesto a negociar con el PSOE -¡pero sin Sánchez!- el futuro Gobierno de España y su candidato, Mariano Rajoy, lo desmintió de forma tajante. Los estrategas del PP no parecen muy finos.

Subraya que:

Por su parte, Albert Rivera dio un giro de 180 grados el último día de campaña al proclamar que está dispuesto a abstenerse para permitir gobernar a Rajoy si el PP es el partido más votado. No hay quien entienda ninguna de las dos cosas.

Particularmente sorprendente, desconcertante y hasta prodigioso resulta el anuncio de Rivera. A lo largo de los últimos meses, el candidato de Ciudadanos ha tenido cientos de oportunidades de ofrecer la abstención de sus futuros diputados en pro de la estabilidad política de España. Se lo han preguntado cada día por lo menos un par de veces. Pero no lo ha hecho hasta el último día. ¿Por qué? Cualquiera sabe. Albert Rivera ha logrado movilizar y hasta entusiasmar a muchos españoles de ánimo renovador templado con la fuerza de su personalidad y un discurso regenerador. Pero la palabra «ilusión» no parece compatible con el término «abstención». Habrá excepciones, pero nadie suele ilusionarse pensando en abstenerse de entrada. Por lo menos, sin esperar a ver cuántos diputados tendrá Ciudadanos mañana por la noche.

Finaliza asegurando que:

No es censurable -todo lo contrario- presentarse a unas elecciones para garantizar la gobernabilidad del país. Lo que pasa es que Rivera había dicho que salía a ganar o a ser el líder de la oposición. No a convertirse en minoría abstencionista. Nadie anuncia semejante cosa como cierre de campaña.

Es posible que este giro estratégico no sepulte la palabra «ilusión» que figura en los carteles con la foto del candidato Rivera. Aunque también es verosímil que el anuncio decepcione a algunos de los ilusionados. E incluso es posible que el presidente de Ciudadanos se tenga que arrepentir toda su vida del último anuncio de su primera campaña de generales.

En El País, Manuel Jabois cree que al partido al que mejor le ha ido la campaña electoral, ya finalizada, es a Podemos, a falta, claro está, de ver el resultado el 20 de diciembre en las urnas:

Mariano Rajoy pudo ganar el debate, y la campaña, y quizás más años de vida, si en la televisión hubiera dicho a Campo Vidal: «Me pregunta usted por los problemas de los españoles. El primero sin duda es el paro, pero quiero subrayar otro que afecta especialmente a mi partido, y no sólo a mi partido. Es la corrupción. Y en lo que me atañe, al que fue mi tesorero, Luis Bárcenas». Entonces Rajoy enumera sus razones, recuerda sus disculpas y se saca de en medio el arma de destrucción masiva de Sánchez. Que la utilizará, pero ya inservible como un drama de segunda mano. El golpe de efecto hubiera sido monumental, como las murallas de Jericó de Gomaespuma («¿de qué vive Jericó?». «De la construcción de murallas»). Con un punto tragicómico, claro, pero nada comparado con lo que ocurrió al final, que fue una autopsia gigantesca que en otro tiempo hubiera provocado pavor y ahora ternura.

Dice que:

Para eso Rajoy hubiera necesitado un verdadero carácter político, o un asesor del XXI: no hay nada de eso en los partidos. Hasta Podemos, a quienes los diputados del PP imaginaban en caballo llegando al Congreso, se ha echado a la guitarra. Por eso Ciudadanos, en el movimiento más atrevido de la campaña, condicionado por las encuestas y un punto entrañable de pánico, ha puesto en el día de reflexión deberes para los votantes: le daremos el Gobierno a Rajoy, no estamos locos, sabemos lo que queremos. Después de tres meses de campaña de pesca en el Gran Sol socialista, descartando a Rajoy como presidente y alentando la famosa maniobra Soraya, que se puso a bailar de pura felicidad, el último día Ciudadanos ha levantado del sofá al votante del PP que no tenía ganas de Rajoy, pero no consentirá a la izquierda. Y muestra debilidad: un viernes por la tarde, alterado por el mercado de abastos de Andorra, el Perpignan electoral. Precipitando una estrategia que de serlo se hubiese llevado a cabo el lunes.

Y pone como ganador de la campaña a Podemos:

Todo es producto de las tensiones propias de querer ganar. A Podemos le está yendo bien porque se ha quitado la presión de la victoria. Puso un lema, Remontada, que sólo es posible aplicárselo a quien se sitúa en la cola. Por un lado las encuestas buenas son las del 20-D; por el otro nos ordenan la estrategia. Lo último que le apetece a Iglesias es irse a vivir a La Moncloa y tener que empezar a comerse, como el alcalde de The Wire, un «cubo de mierda» detrás de otro. Esa poética indiferencia de Iglesias se ha encontrado, de repente, con las encuestas buenas. Del mismo modo que Bertín contó que la entrevista a Rajoy necesitó siete horas de grabación: la naturalidad exige muchas tomas. Como decían los asesores de Gandhi: «Cuántos millones nos ha costado mantenerlo pobre».

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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