Pocos halagos, por no decir ninguno, recibe este 2 de marzo de 2016 el candidato a ser presidente de Gobierno, el socialista Pedro Sánchez. Su discurso de investidura no fue del agrado de los articulistas de la prensa de papel por no salirse del monotema o de los dos monotemas que ha venido soltando en todas sus comparecencias anteriores: tender manos al populismo y arrinconar de la vida democrática al PP.
Arrancamos en ABC y lo hacemos con Ignacio Camacho. El columnista andaluz sacude de lo lindo a un Sánchez que aún debe estar buscándose a sí mismo:
No es que le falten votos: es que tampoco le sobran ideas. Por eso se las tiene que pedir prestadas a Albert Rivera, que al menos como campeón de oratoria las habría defendido bastante mejor, con más emoción, menos tedio y más carisma. Porque el discurso del candidato Sánchez fue gaseoso, endeble, insustancial y soporífero. Como desganado. Las medidas concretas que contenía, procedentes del pacto con Ciudadanos, las había aireado tanto en los días previos que parecían ya gastadas para venderlas como novedades. Los estacazos a Rajoy -casi uno por párrafo, menos mal que comenzó diciendo que los españoles están cansados de oír reproches- eran de repertorio. Y los mantras tolerantes del diálogo, el acuerdo y el respeto recordaban demasiado al célebre «talante» de Zapatero. Más que una sesión de investidura, aquello parecía una rueda de prensa. Ha dado tantas en los últimos meses, a veces hasta dos diarias, que no sabe salir del tono. Para ser una moción de censura al PP, como se deducía de un núcleo argumental sostenido casi exclusivamente en la oportunidad de echar a un presidente más que en la de elegir a otro, le faltaba vuelo, convicción, aliento. Y apoyos, claro.
Añade que:
El único que traía atado -porque el de Coalición Canaria, un solitario voto, se disipó por la mañana- era el de C’s, cuyo soplo inspiraba en buena medida los folios de propuestas, pero no el lenguaje alicorto y ramplón que a falta de mejores citas de autoridad recurría a los chefs de moda. Ante esa carencia de masa crítica, Sánchez dirigió toda su alocución a cortejar, o más bien implorar, a un Pablo Iglesias cuyo rostro rígido expresaba su voluntad de hacerse el estrecho. Al aspirante le traicionó el subconsciente: una de las palabras que más repitió fue «podemos». Podemos hacer, podemos construir, podemos cambiar. Tendría que haber usado el condicional: podríamos. Porque la realidad que latía en toda su intervención era la conciencia manifiesta y bastante descorazonada de que sin Podemos no puede. Y Podemos, por ahora, no quiere. No sin un precio. No a cambio de nada.
Y sentencia:
Por eso había algo de patetismo en los aplausos frecuentes de su bancada: nunca sonó en sesiones así una claque tan escuálida. Los diputados de Ciudadanos guardaban una distancia discreta y silenciosa, de tal modo que los palmeros socialistas quedaban jibarizados en un hemiciclo de aspecto ceñudo, contrariado o simplemente aburrido. De hecho, Sánchez terminó aceptando su voluntarismo; el cierre del discurso fue una justificación autocomplaciente que venía a sugerir que su mérito consistía en haberlo intentado. El latiguillo anafórico de «a partir de la próxima semana» sonaba como un desiderátum melancólico, como una especie de sortilegio para invocar el milagro de convertirse en presidente por carambola. No como el líder de un proyecto, sino como el improvisado beneficiario de una casualidad histórica.
Luis Ventoso considera que el discurso del aspirante del PSOE estuvo plagado de falsedades, mentiras y contradicciones varias:
De chaval, en los gamberros ochenta, cayó en mis manos un libro de mi padre que me encantaba: «El hombre anumérico», de John Allen Paulos, profesor de Matemáticas estadounidense con pinta de músico de Supertramp. Lo que más me atraía era su aproximación humorística al cálculo de probabilidades. Por ejemplo, para evitar el riesgo de sufrir un atentado en un avión, el profesor Paulos recomendaba viajar siempre con una bomba, porque la posibilidad de que haya dos en la misma nave tiende a cero. En otro pasaje demostraba con una cascada de ecuaciones que existe un 99 por ciento de probabilidades de que hayamos inhalado una de las últimas moléculas que exhaló Julio César, cuando pronunció su agónico: «Bruto, hijo mío, ¡también tú!». Pese a sus raptos de humor, el libro, subtitulado «El analfabetismo matemático y sus consecuencias», constituía una valiosa denuncia de la burramia con que a veces manejamos las cifras.
Dice que:
Tras seguir con atención el discurso de mi admirado Pedro Sánchez, volví a acordarme mucho del profesor Paulos: onerosísimas y felices promesas sociales sin llegar a aportar una sola cifra sobre cuánto costarían al erario público. Sánchez y su flamante socio, Bisagras Rivera, prometen un sueldo del Estado para 750.000 familias sin ingresos, un complemento salarial para quienes vayan pillados, subir el sueldo mínimo, subvenciones para pagar la luz y un plan de choque contra el desempleo, que por lo que se atisba consistiría en que el Estado pagaría para contratar a personas en paro. También retornaría la apuesta estatal por las renovables (gran idea con el petróleo a 36 dólares), lo que quiere decir que el Estado volvería a sostener al sector artificialmente a golpe de primas pagadas por nuestro bolsillo.
Y apunta que:
Pese a mi acendrada simpatía por Pedro, confieso que a mitad de su discurso empecé a sentirme un poco insultado en mi pequeña inteligencia. Y es que no creo que el profesor Sánchez, economista, padezca de analfabetismo matemático. Lo que sí creo es que nos estaba vendiendo una moto, una suerte de pirámide de Ponzi cebada de despilfarro, un tocomocho programático, un regreso acelerado al ilusionismo económico de Zapatero (del que también recuperó otros hitos, como echar sal en las cicatrices de una Guerra Civil de hace ochenta años o darle la murga a la Iglesia). Frente a la sublevación catalana, Sánchez esgrimió el peor argumento posible: conceder a los sediciosos parte de la razón en su queja, porque Rajoy, ya se sabe, viene a ser el primo pontevedrés de Darth Vader. La frase inicial fue el pórtico de todas las incongruencias que vendrían después: «Hay que abrir un período basado en el entendimiento entre distintos partidos y diversas ideologías», proclamó un político que ni se ha dignado a escuchar a la persona que ganó las elecciones.
Lo que hizo ayer Sánchez con los españoles es como si yo le prometo a mi mujer que le voy a regalar un Bentley por su cumple. Curioso que alguien intente llegar a presidente tomándonos el pelo con tal desparpajo. Pero estamos en España, un país empecinado en ponerse la zancadilla a sí mismo.
Antonio Burgos tampoco tiene duda de que Pedro Sánchez hará lo que sea con tal de llegar a la Moncloa, incluso matar a su padre si así fuera menester:
Para que no me digan ustedes cateto ni provinciano (que lo soy, y a mucha honra), miren cómo me abro hoy de capa: «A orillas del río Potomac y de la Tidal Basin, en Washington tienen que estar ya florecidos los almendros».
¡Toma ya! ¿Cómo se les ha quedado el cuerpo? Y no creo que José María Carrascal, que tantos albores de primavera anduvo por aquellos andurriales, me haga una corrección fraterna. Tengo plena seguridad en cuanto acabo de decir sobre los almendros guachis (que diríamos en andaluz, los almendros de Washington) por una sencilla razón: porque ya han abierto las flores de los naranjos de Sevilla. Lo digo por los naranjos y lo digo por la luz. Acabo de caminar bien de mañana por una ciudad en la que estaba abriendo tempranito la ya nada dudosa luz del día. En Sevilla ya hay luz de Semana Santa. No hay nada que nos guste más que sentir la cercanía de los días del gozo, en la cervantina certeza de que el camino es siempre mejor que la posada. El sevillano, con el almanaque del gozo, en cuanto pasa la última carroza de los Reyes Magos y canta en Cádiz la última chirigota, te dice:
-Hoy hace ya noche de Madrugada fresquita. Sólo falta la luna llena. O bien: -Hace tarde de ver ya capirotes blancos camino de una cofradía.
Yo he visto ya esa luz. Y por si no lo hubiera advertido, un sevillano clásico me lo ha corroborado, cuando he pegado la hebra con él por la calle:
-¿Se ha dado usted cuenta de que hoy hace ya luz de Semana Santa? ¡Esto ya va a estar aquí!
Destaca que:
Y mirando la fecha del almanaque no en busca del Domingo de Ramos, sino del calendario de la investidura del osado y ambicioso Sánchez (que con tal de llegar a La Moncloa es capaz de matar a su padre si necesario fuere o como condición se lo pusieren sus socios en los pactos), al buen hombre columbrador de la claridad con fecha de los días del gozo le he echado sin querer un jarro de agua fría por lo alto, como en aquel concurso absurdo que hubo, en que la gente se tiraba cubos y baldes de agua helada por la cabeza:
-Sí, amigo: esto ya va a estar aquí, como usted bien dice. Ya mismo va a estar aquí la Semana Santa… y ya va a estar aquí el Frente Popular como nos descuidemos.
Prosigue:
Otros andan mirando las previsiones del tiempo, para ver si el Domingo de Ramos va a llover o no. Hogaño, servidor mira predicciones que no tienen nada que ver con las que hace José Antonio Maldonado para el día que sale la cofradía de sus consultantes. La predicción que miro, no con miedo, con pánico, es el tiempo político que va a hacer de aquí al viernes 4. Si Sánchez va a quedar como Cagancho en Almagro o un poquito peor, por no saberse la tabla de sumar antes de meterse en estos libros de caballerías; o si, por el contrario, se corrobora mi tesis de que lo suyo con Rivera (no Ordóñez, sino el otro) es un paripé que mire usted… Y que lo que de verdad quiere es formar un Frente Popular con todo el rejú de la Castuza antisistema y separatista, y que, haciendo la cesta con tales mimbres como los del Coleta de la Caleta (quien ayer saludaba la excarcelación del asesino Otegui como si fuera un héroe de la democracia y una víctima de la libertad), más que Frente Popular habrá de ser Frente Populachero, no Populista.
Y cuando el sevillano clásico, a la luz de los naranjos en flor, oyó el barrunto de mis temores, como es hombre leído y conocedor de nuestra Historia, me dijo:
-Total, que este Sánchez lo que quiere de mayor es ser Largo Caballero.
Dios quiera que en las votaciones le digan como la vieja copla de la murga sevillana de la Alameda sobre el Lenin Español: «¡Largo, largo,/largo, caballero!». A ver si se estrella (sublime) y Susana lo larga, caballero.
En El Mundo, Federico Jiménez Losantos señala que el discurso de Sánchez fue tan gaseoso que ni siquiera tuvo tiempo de replicar las palabras de Pablo Iglesias celebrando la excarcelación de Otegui. ¿Tal vez aún espera un gesto por parte de Podemos? Seguro:
Ayer pudieron leerse, verse u oírse en España dos discursos políticos. Uno, de casi dos horas, lo pronunció Pedro Sánchezen las Cortes, en teoría para ser investido presidente del Gobierno, en la práctica para mantenerse como jefe de la Oposición a Mariano Rajoy por tiempo indeterminado. El segundo discurso, mucho más breve pero de calado muy superior, fue un tuit de Pablo Iglesias saludando la salida de la cárcel del dirigente etarra Arnaldo Otegi: «La libertad de Otegi es una buena noticia para los demócratas. Nadie debería ir a la cárcel por sus ideas».
Ambos discursos, el gaseoso y el de plomo, marcan con claridad la disyuntiva política que afronta España: o se impone la legalidad constitucional que representan PP, PSOE y C’s o la realidad de una izquierda totalitaria y separatista que siempre ha legitimado al terrorismo, que sólo acepta la democracia como medio para llegar al Poder y que al balazo en la nuca llama idea. El proceso lo inició ZP («Otegi es un hombre de paz») y parte de legitimar a la ETA y cualquier terrorismo separatista como «lucha armada» contra el «franquismo» o la «democracia burguesa». Lo de Iglesias en la ‘herriko taberna’, o lo de Willy Toledo ayer: «Gora ETTA». La Fiscalía, en Babia.
Aclara que:
De los líderes de las principales fuerzas políticas constitucionales -Rajoy, Sánchez y Rivera-, sólo el de C’s respondió a Iglesias: «Otegi fue condenado por la Justicia por pertenencia a banda armada. Encarcelado por sus ideas está Leopoldo López». E Iglesias contestó: «Menos lobos, ‘albertrivera’, que os salisteis del Parlament con el PP para no condenar el franquismo. Nosotros principios, vosotros márketing».
Y finaliza:
Iglesias, cabecilla del comunismo bolivariano promovido por las teles de Rajoy, asocia el antifranquismo a ETA y la condena a sus crímenes con el franquismo. Pero casi todos los crímenes etarras se cometieron en democracia y para destruirla. Entre los de Otegi, aparte de reconstruir Batasuna por orden de ETA, destacan el secuestro y ametrallamiento de Gabriel Cisneros a las puertas del Congreso, el secuestro de Javier Rupérez y el del industrial Luis Abaitua -por el que fue condenado a 10 años de cárcel- al que en el zulo obligaba a jugar a la ruleta rusa. Ese discurso de plomo es lo que respalda Iglesias. Y lo que por el maldito discurso gaseoso puede conseguir.
Raúl del Pozo destaca los constantes guiños que Sánchez le lanzó a la bancada podemita hablando de acuerdos y de mestizaje:
No hay función teatral o corrida de toros que haya desencadenado tanta emoción en Madrid como esta sesión de investidura, con el patio de butacas en forma de hemiciclo, entre los estucos isabelinos y el bajorrelieve de Ponzano que representa a España abrazando la Constitución. Un solo orador, Pedro Sánchez, del barrio de Tetuán -un Bronx de sudamericanos y árabes, más allá de los rascacielos de Azca-, se enfrentó a su dudoso destino en un discurso sin límite de tiempo. Pedro apareció como un meteoro que brilla y se mueve mucho, pero que luego resulta ser estrella fugaz.
Apunta que:
Ayer, esa estrella, un solo actor, en un monólogo de 42 folios sin réplica, una hora y 36 minutos, como un galán del star system, se vino arriba y empezó diciendo -con buen tono- que si los diputados no salen de la sesión con un acuerdo es que han hecho mal su trabajo. Las palabras «cambio», «diálogo» y «acuerdo» fueron un constante estribillo y, a lo largo del discurso, insistió en la siguiente cantinela o muletilla: «Y todo esto lo podemos hacer a partir de la próxima semana». Un discurso contra el Gobierno en funciones y una pregunta retórica dedicada a Podemos: «¿Nos quedamos parados o nos ponemos en marcha?». En un aparte sin mímica, le mandó a Pablo Iglesias el mensaje de que no hay mayoría suficiente para un Gobierno de izquierdas. «Los votos no llegan. Estamos obligados a mezclarnos. El Parlamento obliga al mestizaje ideológico».
Escribe Plutarco en Vidas paralelas que en los que han de gobernar se necesita elocuencia y pone como ejemplos máximos de la oratoria a Cicerón y a Demóstenes, los dos desterrados y perseguidos. Describe a Cicerón como un hombre muy instruido, de semblante risueño, inclinado a ser gracioso y «decidor hasta hacerse juglar». Demóstenes, al contrario, mostraba severidad y mucho talento recibido de la naturaleza, acrecentado con el ejercicio. En nuestros tiempos no se necesita elocuencia para gobernar, sino mayorías, apoyo de los poderes fácticos y territoriales. Pedro Sánchez buscó ayer, con monotonía, sin alardes retóricos, los apoyos en un mitin contenido, y hoy sabremos si lo consiguió. Pero ha aprovechado el vacío de poder para protagonizar unas primarias con supermartes incluido y, aunque es una esperanza quimérica que sea ahora investido, ha lanzado una botella al mar. Como si la política fuera también un azar. Discurso vibrante que se ha escrito en varios días, con mensajes a los jóvenes iracundos: medidas contra la corrupción y el fraude fiscal.
Y concluye:
El PP piensa que Pedro Sánchez fracasará en la investidura y se echará en los brazos de Pablo para formar un Gobierno de izquierdas apoyado por los separatistas. Pedro se la juega y, como alguien dijo cínicamente, la causa de Napoleón fue intachable hasta la mañana de Waterloo, e injusta y detestable a las 10 de la noche. Es posible que Pedro Sánchez, el dirigente provisional del PSOE, no sea una estrella fugaz. Aunque Pablo Iglesias calificó el discurso de decepcionante, Pedro saludó desde el tercio, arropado por su grada.