El acuerdo entre Izquierda Unida y Podemos o el ya conocido como pacto de los botellines sigue centrando la atención de los columnistas de la prensa de papel este 11 de mayo de 2016. Lo cierto es que hay alguna tribuna bastante divertida al respecto:
Arrancamos en El Mundo y lo hacemos con Federico Jiménez Losantos que se troncha abiertamente el pacto de los botellines suscrito por Pablo Iglesias y Alberto Garzón. A partir de ahora pasan a ser conocidos como el ‘comando Mahouísta’:
Con el Pacto de los Botellines nace una variante, entre lupular y crepuscular, del marxismo: el mahouismo, porque en Madrid los botellines suelen ser de Mahou. La última vez que alguien contó los asistentes al 1 de mayo, el jefe de CCOO, pillado luego en el desliz de las tarjetas black, culminó así su arenga a los obreros ausentes: «Y ahora, unas cervezas ¡y a vivir!».
Garzón e Iglesias, escribas sentados del viejo Partido Comunista de Gaspar Llamazares, han tomado al pie de la letra la dominguera doctrina sindical y han creado la Guardia Roja Mahouísta: contra la burocracia, la lupulocracia. O cómo pasar del botellón del 15-M al botellín de ocho escaños posibles, magro botín de tres números uno y en provincias estratégicas como… Teruel.
Señala que:
El marxismo-leninismo, la doctrina totalitaria más longeva en el mundo -que cumple un siglo el año que viene, aunque en el ¿Qué hacer? de 1905 ya está lo esencial del Lenin de 1917-, consiste en unir dos cosas que tienen poco que ver. La primera, la brillante aunque errada doctrina de Marx y Engels, es una silla con dos patas: el Materialismo Histórico, que ve en la lucha de clases el motor de la Historia; y el Materialismo Dialéctico, que ve en la contradicción la base de la filosofía. Pero en los Cuadernos Filosóficos de Lenin, editados póstumamente y archivados por idealistas, se ve que una silla de dos patas se cae si no la aguanta el sentado, que es Lenin. ¿Cómo? Mediante la improvisación, el bonapartismo de la ocurrencia y el oportunismo en la acción que se resume en un Líder sabio forjador de un Partido Elegido que sabe interpretar las condiciones históricas para conquistar el Poder.
Lo genial de Lenin es que se proclama marxista mientras desmiente a Marx, e implanta la Dictadura del proletariado, que Marx ve como fruto de la maduración histórica de la lucha de clases, en un país, Rusia, sin clase obrera, mediante un golpe político-militar y una salvaje guerra civil. Mao, Pol Pot, Fidel Castro, el Che, Abimael Guzmán, la dinastía Kim o Chávez son, sí, marxistas-leninistas, o sea, pomposos oportunistas que aprovechan lo que sea -Irán, Venezuela, La Sexta- para hacerse con el Poder. Aquí, el tren blindado alemán que lleva a Lenin hasta Rusia son las teles del PP al servicio de Podemos y de Iglesias para triturar al PSOE. El mahouísmo es el marxismo-sorayismo: «Unas cervezas ¡y a mandar!».
Santiago González asegura que el acuerdo de Podemos con los comunistas de Izquierda Unida no se deba a otra cosa que a un más que interesado cálculo electoral:
Llegados a este punto del conflicto es preciso admirar la coherencia de Meritxell Batet, qué gran apellido para una candidata por Barcelona, que ha decidido poner fin a la transversalidad que gobernaba su vida amorosa, desde que compartía dormitorio con José María Lassalle, secretario de Estado de Cultura en el Gobierno de Mariano Rajoy.
«Elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal», fue una frase inmortal que Fernando Ónega le escribió a Adolfo Suárez y que Meritxell (o su marido, o ambos) han invertido para dotarla de un nuevo significado.
Subraya que:
Se acabó la transversalidad y ahora toca pacto de izquierdas. El de Pablo Iglesias (Podemos) y Alberto Garzón (Izquierda Unida), ese par de luminarias. El primero se comerá al segundo para afrontar la tarea de hacer lo propio después con Pedro Sánchez, cuando hayan formado un Gobierno de coalición presidido por este último.
Se ha convertido en un lugar común una extravagante convención matemática: «Dos más dos no suman cuatro». No estoy de acuerdo. Dos y dos seguirán sumando cuatro, pero no cinco.
Creo que la coalición de Podemos e Izquierda Unida obtendrá más votos que los que habría obtenido el primero en solitario, como también creo que no obtendrán escaños suficientes para dar el sorpasso al Partido Socialista.
El 20 de diciembre a la suma de los dos le faltaban 20 para quitar a los socialistas la segunda plaza. Suponiendo que Perdemos no pierda escaños como pronostican todas las encuestas y que Izquierda Unida saque los nueve diputados que están en puestos de salida, aún le quedan trece. Son muchos escaños.
Pablo rubricó el pacto con abrazo, en su estilo. Con abrazo y beso tal vez húmedo celebró el discurso de su colega Xavier Domènech (En Comú Podem) en el hemiciclo, bajando de su escaño hasta los medios. Tras ironizar cinco o seis veces en una charla sobre mi compañero Álvaro Carvajal y después de que lo plantaran todos los periodistas que cubrían su conferencia, se dirigió al periodista en el siguiente acto en el que coincidieron y le cascó un abrazo de boa constrictor, de esos que sólo practicaban los gerifaltes soviéticos, aunque en el campo de nuestra socialdemocracia también ganó justa fama con los suyo el socialista Javier Solana.
Resalta que:
Pablo hizo lo mismo con el pobre Alberto para festejar el pacto y beberse juntos unas birras. Sí, el mismo Alberto que llevaba intentándolo tanto tiempo y al que rechazó políticamente, negándole coalición, y también en lo personal: «pitufo gruñón», «típico izquierdista tristón», «cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas… etc.», un desdén que recuerda al de Federico García Lorca en su gran Prólogo: «Guárdate tu cielo azul, / que es tan aburrido, / el rigodón de los astros. / Y tu infinito, /que yo pediré prestado/ el corazón a un amigo».
Y diez meses después, por exigencias del guión y las encuestas, actúa como si hubiera ligado con Lenin. O con Largo Caballero, al que la izquierda puso el sobrenombre de el Lenin español.
Remacha que:
Pobre Alberto, que cumple, tal como decía el otro día la gradación del comunismo español hacia la nada. Más mérito tenían los nacionalistas catalanes, cuyo líder minimalista, el increíble hombre menguante apuró ese viaje en sí mismo.
El Partido Comunista de España (PCE) lo ha hecho a lo largo de cuatro generaciones. Cuando Fernando Sánchez Dragó entrevistó a Jorge Semprún, éste puso a parir a Santiago Carrillo, aunque matizó: «Hombre, si lo comparamos con el pobre Frutos, hay diferencias». Pues de Francisco Frutos a Gaspar Llamazares también las hubo y Llamazares puesto junto a Garzón, parece Palmiro Togliatti. No diré Antonio Gramsci para que no se me excite Pablo.
Jaime González, en ABC, resalta la habilidad que tiene la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, para que no le roce siquiera cualquiera de los casos de corrupción que siguen emanando en su tierra:
Hay que reconocerle a Susana Díaz una portentosa habilidad para sortear los charcos. Y no es nada fácil, porque mientras el PP de Valencia -por poner un ejemplo- está hasta el cuello por blanquear 49.000 euros, el multimillonario fraude de los cursos de formación apenas salpica a la presidenta de la Junta de Andalucía, tal vez la dirigente política española más hábil a la hora de desviar el cauce de la corrupción. Con la que está cayendo, tiene mérito que el barro no le haya manchado ni las suelas de los zapatos, porque otras -por mil euros- están metidas en un lodazal del que solo saldrán con los pies por delante.
Explica que:
Hasta 16 ex altos cargos de la Junta de Andalucía están siendo investigados por los supuestos delitos de malversación de caudales públicos y prevaricación, mientras el Gobierno socialista andaluz aún tiene 539 millones de euros pendientes de justificar, pero ante el caso Taula o el caso Púnica -porquería del PP- todas las corrupciones languidecen, incluso las de mayor cuantía.
Es curioso, pero la trama de los ERE falsos de Andalucía o el escándalo de los cursos de formación desaparecen ante los ojos como el mismísimo Guadiana. Van formando extrañísimas curvas, imposibles meandros que casi siempre desembocan en el mar del olvido, mientras que la mugre del PP va dejando rastro como las migajas de pan de Pulgarcito. Como si llevara un chivato luminoso cosido a sus espaldas para indicarnos el camino de la infamia. Al peso, Andalucía se lleva la palma de la corrupción, pero Susana Díaz la envuelve en brumas y no hay manera de tocarla. Se te escapa entre los dedos, mientras a los del PP -por pardillos- les pillan siempre con las manos en la masa.
Y sentencia.
Para ilustrar el fraude de los cursos de formación (los gobiernos de Chaves y Griñán dieron diez millones a una empresa que justificaba cenas a políticos como prácticas de hostelería), ABC recurrió ayer en su portada a la imagen de un bogavante con una bandera de la Junta. Ni por esas. La televisión pública andaluza se comió el bogavante antes de que pudiera llegar a la parrilla informativa. Se conoce que la corrupción propia indigesta, pero la del PP excita las papilas gustativas. El patio de Susana Díaz es particular, porque cuando llueve -salta a la vista- no se moja como los demás.
Ignacio Camacho habla sobre la alianza entre Podemos e Izquierda Unida y lo que puede suponer para el PSOE:
No hace demasiado tiempo de cuando Alberto Garzón acusaba a Pablo Iglesias de querer quedarse a la vez con los votos del PSOE y los cuadros dirigentes de IU. Estos últimos ya los tiene: se los ha entregado el propio Garzón a cambio de un grupito de diputados y del endoso de sus deudas al pujante partido de los círculos. En el lote de traspaso va incluida una bolsa de votos y también el intangible de la identidad ideológica de la organización, que Podemos asume sin tapujos para quitarse la máscara populista y presentarse como lo que nunca ha dejado de ser: una fuerza de izquierda radical, un proyecto de ruptura, un leninismo posmoderno, líquido… y liquidacionista. La operación conviene a un Iglesias decidido a asaltar, bajo el consejo de Julio Anguita, la hegemonía izquierdista del PSOE a base de virar el morado de sus banderas al rojo vivo del tardocomunismo.
Añade que:
Pero la nueva coalición no amenaza sólo el papel preponderante de la socialdemocracia. Es poco probable, aunque no imposible, que rebase en escaños a la candidatura de Pedro Sánchez; en cambio, a poco que mejore su facturación de diciembre elevará la suma total de diputados de izquierdas hasta situarla por encima del bloque de centro-derecha que forman en teoría el PP y Ciudadanos. Eso acercaría de modo notable el llamado «gobierno a la valenciana», una versión maquillada del frentepopulismo a la que los secesionistas catalanes se podrían sumar como mal menor para desalojar a Rajoy y emprender una negociación sobre el proceso soberanista. La paradoja del caso es que tal vez a la derecha le convenga a corto plazo que Iglesias triunfase en su intento de quedar segundo porque sólo un PSOE escombrado podría resistir, previo cambio de liderazgo, la tentación de convertirse en comparsa de Podemos. De otro modo, el desempate permitiría a Sánchez formar la alianza en la que siempre ha pensado.
Quizá el líder de la coleta piense en otros términos, más interesados en el medio plazo. Su instinto de poder es terminante: no lo quiere para compartirlo. Sobrepasar a los socialistas sería una meta de etapa, no de carrera; una victoria más táctica que estratégica. En el menos favorable de los supuestos le entregaría la jefatura de la oposición en una legislatura no demasiado larga y con mayorías precarias. Podemos es un partido joven y puede esperar… si sabe administrar sus prisas. De momento ha alcanzado un objetivo que estaba desde el principio en la mente de Iglesias: absorber a IU, rendirla en sus manos cumarmaatqueimpedimenta, aunque para ello haya tenido que desdecirse de sus recientes ataques desdeñosos a quienes consideraba fracasados históricos, pitufos gruñones cargados de derrotas. Acostumbrado como buen leninista a desmentir con hechos sus palabras, ha encontrado el modo de incrementar su fuerza de asalto alzándose sobre los hombros de unos «cenizos».
José María Carrascal también se apunta a analizar el acuerdo entre Pablo Iglesias y Alberto Garzón y asegura que si tardaron en llegar al pacto no fue por una cuestión ideológica, sino de sillones o, más propiamente dicho, de escaños:
Lo han llamado «matrimonio de conveniencia» y lindezas por el estilo, pero, para mí, la mejor definición del acuerdo PodemosIU para presentarse juntos a las próximas elecciones es la de González Pons, que pierde el tiempo en Bruselas: «Especie de asociación entre Venezuela y Cuba». Podía haber añadido: «E Irán», pero con los dos citados basta. El más viejo comunismo se une al más nuevo con un objetivo inmediato: desbancar al PSOE. Y Pedro Sánchez todavía apuntando al PP como el gran enemigo de su partido. ¿Hasta cuándo le va a durar la perra? Mejor dicho: ¿hasta cuándo se la van a permitir?
Asegura que las ideas no es lo que trabó el acuerdo durante tanto tiempo:
Lo único extraño del acuerdo entre Iglesias y Garzón es lo mucho que ha tardado. Ahora sabemos cuál fue la causa del retraso: no los programas políticos, que son casi intercambiables, sino los puestos en las listas electorales, los sillones, en suma. En el más clásico de los estilos. Y es que nada se parece más a un viejo izquierdista que uno nuevo. Se parecen tanto que Pablo puede dar clases de leninismo a Alberto, saltándose la veleidad «eurocomunista» de Carrillo, que rechazan ambos.
Las cuentas que hacen no sabemos si son las de grandes estrategas o las de la lechera: los cinco millones de votos que obtuvo Podemos en las últimas elecciones más el millón de IU bastan y sobran para sobrepasar al PSOE, convirtiéndolos en la referencia de la izquierda española. Desde allí podrán ya «asaltar el cielo», La Moncloa, desalojando de ella a Rajoy. Hay demasiadas variables en esa ecuación para darla por cierta. La primera, que Podemos pierde el aura de novedad al incorporar el más rancio comunismo, mientras IU se vende por unos escaños y ambos se convierten en lo que vienen llamando «casta», vieja política, no la mejor publicidad para el cambio que proclaman.
Remacha que:
De lo que ya no hay duda es de que estamos en un nuevo escenario, aunque los actores sean los mismos. Tras cuatro meses de idas, venidas, vueltas, revueltas, los conocemos como la palma de la mano. Si cara al 20-D todos estaban contra el PP, cara al 26-J la pugna va a ser dentro de la izquierda y de la derecha. El PSOE intentando que Podemos-IU no le arrebate más votos (y a ser posible, recuperar algunos de ellos) y el PP procurando exactamente lo mismo con Ciudadanos. Esa será la tónica de la campaña que ya ha empezado, con descalificaciones gruesas del colega ideológico. Y es que no hay peor cuña que la de la misma madera. El resultado dependerá de si los españoles seguimos tan indignados como en diciembre y estamos dispuestos a castigar a quienes nos han llevado a la situación en que nos encontramos sin importarnos las consecuencias o preferimos aquello de «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer». Porque bueno, lo que se dice bueno, no se ve por ninguna parte. Para lo malo, en cambio, basta mirar por el rabillo del ojo a Grecia.