Sigue generando un chorro de opiniones la constitución de las Cortes en su undécima legislatura. Es tal la cantidad de personajes cuando menos curiosos que han aterrizado en el Congreso y en el Senado que los columnistas tienen material de sobra para escribir varios días. Así sucede este 15 de enero de 2016.
Carlos Herrera apunta que es tal la cantidad de frikis que han entrado en el Congreso que hasta alguien tan peculiar como Joan Tardá va a parecer todo un lord inglés:
Tras la torrentera propagandística de Podemos el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados, que ha marcado la pauta de lo que será su ejecutoria en la Cámara, la política banal e invertebrada que asuela estos días España habrá de dar paso a la más inoportuna de las inestabilidades posibles a las que se pueda someter a este desgastado país. Visto todo el derroche de simplezas que puso en escena el partido de extrema izquierda, crecen los malos augurios para esta legislatura que parece condenada a morir antes incluso de nacer. Como sabemos, es altamente improbable que la muchachada de Iglesias pueda disponer de cuatro grupos parlamentarios ya que ni siquiera el PSOE, su gran valedor municipal, tiene intención de retorcer el Reglamento para concederle ese privilegio. Al parecer, una de las promesas del joven de la coleta a sus colegas de candidatura era que tendrían voz propia en el Congreso, y lo que sorprende es que ninguno de los compañeros de viaje comprobara en ese momento que lo que este hombre prometía era factible: ¿ninguno de ellos, de verdad, se detuvo unos instantes a leer el artículo 23, que es el que deja claro quién puede tener y quién no un grupo parlamentario? Por demás, la última palabra acerca de la formación de dichos grupos la tiene la Mesa del Congreso, y en ella son mayoría PP y Ciudadanos, que no creo vayan a ser muy partidarios. Toda esa caterva metida en un solo grupo es garantía de conflicto de intereses y visiones particulares así que pasen dos sesiones. En cuanto surja la famosa frase de «¿qué hay de lo mío?», la electricidad ascenderá peligrosamente y los alegres renovadores de la política de castas empezaran a comprender cómo es la vida. Bienvenidos a la vida real, adiós a la probeta de los platós de televisión.
Dice que:
En el Congreso han entrado tal cantidad de frikis que el Tardá de ERC, a su lado, va a parecer un lord inglés de la Cámara Alta. Las fórmulas demagogas y cursis con las que prometieron su cargo, el uso propagandístico de un bebé de unos meses, las indumentarias sacadas de los peores armarios y los gestos de lloro infantil a las puertas de las Cortes serán meras anécdotas comparadas con las propuestas legislativas ramplonas y simples que presenten a debate. Y que si llegan a algún acuerdo con el PSOE de Sánchez éste deberá, cuando menos, contemplar. Al haber trazado el líder socialista su verdadera línea roja, que es pactar con el PP, a lo que se niega rotundamente, le queda poca alternativa más que convencer a Podemos y a lo que ande suelto por ahí para alcanzar La Moncloa. Y sorprende que lo único que le cause recelo sea el asunto del referéndum catalán, fácilmente disimulable o congelable durante un tiempo para los radicales de izquierda. ¿De veras es eso solo lo que le separa de Podemos? ¿Quiere decir Sánchez que a él no le importa la ideología marxista leninista de estos chicos, esa que consistía en explotar a millones de trabajadores pobres para mantener a líderes opulentos y despiadados? ¿No le importa su solidaridad perruna con la revolución bolivariana? ¿Tampoco los diferentes abrazos a Bildu que han ido repartiendo en forma de acuerdos? ¿Ni siquiera le preocupan las informaciones que señalan las irregularidades de su financiación por parte de regímenes como el iraní de los ayatolas, modélico donde los haya?
Y da por hecha la convocatoria de nuevas elecciones:
El espectáculo ofrecido en las últimas horas acerca un mal menor: nuevas elecciones. Y no es el PP el que más tiene que perder en ellas. Todo dependerá del cálculo electoral de los partidos, supongo, pero yo de ustedes me iría despejando la fecha del último domingo de abril -o tal vez de mayo, según las prisas- ya que es probable que seamos convocados. Se admiten apuestas.
Por su parte, Hermann Tertsch resalta que los partidos democráticos no pueden dejarse comer la tostada ante los podemitas y su estrategia de infundir miedo:
Acaba de publicar mi querido y admirado Antonio Escohotado su último libro, cuyo título he puesto a la columna. «Frente al miedo», un título siempre actual pero quizás ahora especialmente oportuno. Es el último, también imponente trabajo de un pensador en nuestro país con una obra que puede ya calificarse de grande, gracias a su reciente y colosal «Los enemigos del comercio». Y a este que también se encuadra plenamente en ese viaje desde la erudición a los confines de la sabiduría. Sin entrar en sus enciclopédicos conocimientos y fascinante reflexiones, celebro que se publique ahora que España, una vez más en su historia y por primera vez en muchas décadas, se halla en momentos estelares del miedo. Todos tenemos miedo, al dolor y al horror, al vacío, a lo desconocido. Tenemos miedo a los demás que percibamos como amenaza. Los españoles tienen miedo a muchas cosas. Pero hace 40 años creímos quitarnos definitivamente de encima los miedos tan severos que la historia nos había inoculado. Y pensamos que los españoles podíamos dejar de temer y de temernos los unos a los otros. Constatemos que, como tantas ilusiones de la Transición, aquella entusiasta convicción de que nos librábamos para siempre de la opresora presencia del miedo de la dictadura o a los rencores mutuos de una nación dividida, era un espejismo.
Destaca que:
Ahora el miedo vuelve a estar omnipresente en el discurso público y en la reflexión privada en España. Los españoles vuelven a tener miedo. Pero no solo al paro, a la crisis, la inmigración extranjera o la delincuencia. Miedo a los «otros» españoles. El miedo vuelve a ser un instrumento de poder de unos españoles contra otros. El partido Podemos celebra el miedo de sus «enemigos» como victoria. «El miedo va a cambiar de bando». Siempre hay uso político del miedo anteriormente. Pero solo esa conocida «estrategia del miedo» que intentaba movilizar el voto a favor de la opción propia desertando temores a otros. Lo que no habíamos visto desde la dictadura -exceptuando una vez más al terrorismo- es la voluntad de una fuerza política, Podemos, de generar miedo y terror en los rivales. Como tantos otros trucos populistas, movimientos tácticos y criterios políticos estratégicos subversivos, Podemos se ha traído técnicas de Venezuela donde, bajo control cubano, sus mandos fueron asesores bien asesorados, también en guerra psicológica, en producir miedo en el campo enemigo. Ahí está el tic-tac-tic-tac de Hugo Chávez, repetido mil veces por todos los líderes de Podemos que prestaron servicio en Venezuela y otros países de la órbita del siniestro Foro de Sao Paulo. Necesitan generar miedo a la libertad entre su público para que busque cobijo en sus promesas de protección e igualdad impuesta. Y necesitan generar miedo en el resto de la sociedad para que no reaccione contra la amenaza que suponen para la libertad. Fomentan el miedo a la libertad en unos y el miedo a proclamarla y defenderla en los demás.
Y recuerda que:
La irrupción el miércoles en el Congreso de sus diputados fue la escenificación del espectáculo virtual que fueron hasta hace dos años los tuits violentos en que pedían guillotina, tortura y muerte contra el Rey o políticos de derechas. No se trata solo de robar protagonismo, sino de destruir las formas pactadas de conducta. E intimidar. Rompen toda convención en su avance hacia la destrucción de unas leyes que también lo son. Con éxito. El miedo a enfrentarse a una fuerza con convicciones puede más que el difuso miedo a perder la libertad de quienes no distinguen ya convicciones de intereses particulares y conveniencias personales. En el Congreso se vio. Nadie levantó la voz y se puso firme frente al miedo.
David Gistau dice que Podemos pretende copiar la misma estrategia ideológica de Zapatero, es decir la de establecer un cordón sanitario en torno al PP:
Varios millones de votantes españoles deberían acreditar su condición de seres humanos. Estamos hablando de un grado vindicativo primario. No se trata de pedir libertad, o sufragio universal, o vacaciones pagadas. Sino de que el hecho de votar a un partido determinado en una democracia europea del siglo XXI no lo desnaturalice a uno hasta el punto de perder la consideración de ser humano. De gente. Se suponía que estábamos en un estadio evolutivo, alcanzado después del escarmiento de millones de muertos europeos, en el que ni la ideología ni el nacionalismo volverían a degradar personas hasta transformarlas en subhumanos cautivos de una presunción de inferioridad. Durante el siglo XX, el arrebato de la singularidad humana fue siempre el primer trámite hacia la montonera de cadáveres. Los guardias de Dachau y del Gulag tenían en común que ambos habían sido aleccionados para creer que lo que entraba allí no era gente. «Untermensch» era el término nazi.
Recalca que:
Podemos juega con retóricas peligrosas, siniestramente evocadoras. Lo hace cuando dice que sólo ahora, ocupados sus escaños, en el Parlamento entró la gente. Atroz complejo de superioridad, ese desde cuya altura es posible determinar que el vecino de asiento no es exactamente una persona ni por lo tanto representa a personas. Eso, durante el siglo XX y las reminiscencias terroristas del XXI, con la patente de corso ideológica, terminaba en la eliminación física del ser cosificado. O, al menos, con su apartamiento social, que es lo que propone Podemos para «la Derecha» culpable, deshumanizada, mientras Iglesias se impacienta porque el PSOE no acaba de abrazar el único camino posible por el que puede obtener su redención. E incluso la atribución de la condición de gente, cuyas credenciales expide Iglesias mientras las ilustraciones de su partido dejan a la España que no les vota reducida a una fea ira en blanco y negro. Así han evolucionado las caricaturas del odio de los hermosos cartelones que salieron de las artes propagandísticas del XX.
Concluye que:
El populismo trae regresión con coartada ideológica. Nos hace retroceder a un grado evolutivo, superado en España, salvo por la persistencia etarra, gracias a ese ciclo del 78 que anhelan destruir, en el que el antagonista ideológico no era del todo una persona. En su próxima visita al Parlamento, llévese Iglesias un alfiler para seguir el método de comprobación que Shylock proponía para los judíos. Verá que, si pincha, los otros sangran, incluso los del PP. Si el alfiler le produce aprensión, que no lo use. Pero acuérdese de cómo sangraron esos diputados que no son gente cuando los pinchó ETA sin que por ello desistieran de levantar la misma democracia que Iglesias cree que comienza con él. Esto no debería olvidarlo el PSOE, al menos el que tenga memoria de sí mismo durante la Transición, porque el de Zapatero también aceptó un paradigma ideológico según el cual el adversario era antes enemigo que gente y había que aislarlo con un cordón sanitario.
En El Mundo, Jorge Bustos señala que los podemitas tienen aún mucho que aprender respecto a cómo funciona la mecánica parlamentaria y dice que el acuerdo para investir a Patxi López como presidente del Congreso es sólo una de tantas lecciones que van a recibir a lo largo de la legislatura:
Este Parlamento se parece más a la gente, ha dicho Íñigo Errejón. Y su eco se propaga por las tertulias con ese reverbero automático y ful con que las mejores intenciones cristalizan en tópicos vulgares. Que lo diga Errejón tiene lógica, porque como teórico del populismo debe esforzarse por instalar en la opinión pública esta sinécdoque: mis votantes son el pueblo, mis diputados la asamblea legítima. Al final de ese camino mil veces fatigado en el siglo XX siempre hay un demente que confunde su ansia de poder con la voluntad popular. Y a los lados yace un reguero de escrupulosos.
Para que esa perversión poética de la lógica que es la sinécdoque allane el camino del despotismo, es importante que la anécdota suplante sistemáticamente a la categoría. El desaliño indumentario, la toma de un bebé o la negritud de una diputada son tratados por el populismo no como lo que son, circunstancias de la condición humana, sino como la sustancia del debate político. El mecanismo de la propaganda opera como un sombrero de prestidigitador donde entra un hecho y sale un eslogan. Según ese birlibirloque, un mayor pintoresquismo implica una mayor representatividad.
Añade que:
Más allá de los códigos de vistosidad de la telecracia, ignoro por qué razón jurídica una mochila nos representa mejor que una cartera, y un pardo macizo de rastas mejor que una corbata convencional. Si se trata de mejorar la representatividad de nuestra democracia, instauremos listas abiertas. Si se trata de dar el gato del postureo por la liebre del mandato popular, entonces alcemos el puño al unísono, prometamos por la soberanía de nuestra aldea y virtamos un Orinoco de llanto a las puertas del Congreso en la esperanza de conmover a los mercados que deben comprar la deuda con que se pagan las nóminas de nuestros médicos.
Pero incluso si censáramos a los rastafaris españoles y concluyésemos que superan los 12.000 votos que cuesta un diputado por Soria, nadie nos garantiza que los intereses del rastafarismo estuvieran mejor defendidos por un diputado con rastas que por uno con terno y gomina Patrico. No juzgar a las personas por su atuendo es la primera lección moral que nos enseñan tanto los mafiosos de Coppola como la familia en chándal de Tony Soprano: dos elegancias dispares y una sola naturaleza criminal.
Y finaliza:
La parte folclórica y amateur de esta Cámara no la vuelve más representativa de «la gente» que la anterior. Que a sus escaños hayan accedido un enólogo, un pescador de truchas o un dependiente del McDonald’s es entrañable, pero no garantiza su talento legislativo ni su incorruptibilidad. La ética no la determina la clase social, y la capacidad mucho menos. Bolaño fue vigilante de camping: cambió la narrativa española pero habría sido un político ominoso.
Esta semana han combatido la realidad (C’s tejiendo el acuerdo que hizo presidente a López) y la ficción (Podemos montando el circo del búnker y la lactancia), y según las portadas ganó la segunda. Pero que Pablo Iglesias no se confunda: no sabe dónde se ha metido. Esos diputados veteranos que desprecia ya le han madrugado la Mesa del Congreso y le ganarán muchas veces más. Son una especie letal, superviviente de un atroz darwinismo: quizá balbuceen en los platós pero se orientan como lobos por la tundra parlamentaria, allí donde Iglesias se ovillará como un niño perdido hasta que se cumpla el augurio de ZP: «Pablo, la democracia te cambiará mucho más de lo que tú puedas cambiar la democracia». Lo esperamos por su bien y el de todos.
En El País, David Trueba asegura que no hay nada mejor que trincar un escaño para que al final haya un acuerdo entre todos los partidos para que no haya que ir dentro de dos meses, en abril o mayo de 2016 a nuevas elecciones:
Lo que quizá no saben los parlamentarios recién llegados al Congreso español es que el escaño es succionador. Una vez que te sientas en esa butaca, dejas de ser quien eras y emprendes un viaje interminable hacia un recóndito lugar donde se desarrolla una actividad difusa conocida como legislatura. La estación final, único consuelo, podría ser el asiento en el Senado, que es casi lo mismo, pero sin tantas cámaras y sin apenas emoción, una especie de centro de día sin mesas de dominó. Basta ver el casting y la mayoría absoluta de los conservadores en el Senado para entender por qué jamás alcanzan a reformarlo. Un gran ejemplo es el diputado Gómez de la Serna, que desde la cumbre helada de la bancada de su partido hasta ayer les recuerda a los suyos el tiempo feliz de una mayoría absoluta que bendecía el expolio y la sustracción. Él también padece la succión del escaño y no renuncia porque sabe que hay otros asientos en la vida, pero ninguno arropa tanto.
Defiende el gesto de Bescansa:
Hizo bien la diputada Bescansa en llevarse a su hijo para poder darle de mamar durante la sesión. El escaño es tan succionador que es importante llevarse algo que sirva de toma de tierra, de último contacto con la realidad, aunque sean los pasatiempos de la tableta de Celia Villalobos, que repite por no dejarlo. Hasta un juego de ordenador es más real que el escaño. Igual que un escritor termina su carrera el día en que deja de viajar en transporte público, un político pone en riesgo la labor tomando asiento. A partir de ahora, la lucha estriba entre el instinto de conservación de la posición lograda y el recuerdo intermitente de un ideal. Pero los ideales siempre están de pie y carecen de acreditación para entrar en ningún sitio.
Y subraya:
Los medios de comunicación festejaron la jornada de ocupación de asientos como celebran el primer día de cole, rendidos a la anécdota y con aires de circo estable. Hubo lloros, mochilas de estreno y las dificultades propias para soltarse de la mano de mamá antes de entrar al aula. Vivimos días en que la política se come toda la actualidad y hasta el atentado en pleno centro de Estambul es tratado como un asunto menor. Porque está en el aire la investidura. Y para la investidura del nuevo presidente, que los diputados tomen asiento es una clave esencial. Desde el momento en que el escaño es suyo, la perspectiva de renunciar a él en dos meses jugará a favor del entendimiento. No perder el asiento es hoy, ya, la primera prioridad.