Estamos a menos de doce horas (cuando se escribe este repaso de columnas de opinión) para que se produzca este 4 de marzo de 2016 la segunda votación en la que Pedro Sánchez busca ser investido presidente del Gobierno.
Pocos articulistas apuestan porque la fortuna le sonría al líder del PSOE al que sólo le quedarían dos vías a partir de esta jornada. O seguir negociando hasta el 2 de mayo de 2016 inclusive para evitar tener que concurrir a nuevas elecciones o, de llegar al 3 de mayo de 2016 sin Ejecutivo conformado, automáticamente quedarían convocados para el domingo 26 de junio de 2016 otros comicios generales.
Arrancamos en ABC y lo hacemos con Carlos Herrera que, aunque metido de rondón, le suelta un buen zasca a Albert Rivera al que su decisión de apoyar al PSOE (su intervención en la sesión de investidura del 2 de marzo de 2016 fue todo un ejemplo de cómo defender su parcela de futuro poder) puede dejarle con cara de compuesto y sin Sánchez. El del PSOE tiene una pinta de quererse ir con Iglesias que no disimula ni con todos los insultos y desprecios con los que el coletas le ha obsequiado:
Cuando dinamitas un puente sueles tener pocas probabilidades de poder cruzarlo. Es vieja táctica de tierra quemada: no puedo cruzar, luego me quedo aquí a combatir, y tampoco los de afuera podrán entrar. Borro la posibilidad de cualquier tentación. Cortés hizo como Alejandro Magno siglos atrás: quemar las naves, hundirlas, dando a entender que no cabía sino la lucha. Iglesias Turrión, en la entrada de este siglo de incógnitas, lo ha hecho en su primera intervención parlamentaria: volar por los aires el camino que le une al PSOE con tal de que les sea casi imposible cruzar en cualquiera de los dos sentidos. Mentarles a los socialistas a Felipe González emparejándolo con la cal viva es arriesgarse demasiado, o es querer buscar la ira que impida cualquier posibilidad de entendimiento. Te lo pongo carísimo, Sánchez: si quieres encontrarme, traga todo lo que te iré diciendo durante este tiempo.
Se cuestiona que:
La duda estriba en saber si Sánchez tragará toda la dinamita que le irá soltando este mozo levantisco que ya le dio una primera mano con aquella rueda de prensa en la que le montó el Gobierno y le relegó a presidente al que el Destino le sonríe. Tal vez no tenga más remedio y deba sortear desprecio tras insulto con tal de llegar algún día a La Moncloa. Sánchez quiere que Podemos suscriba el acuerdo con Ciudadanos, y Podemos, ciertamente, no está por la labor. Y no lo está porque su posición es la de ganador en cualquier supuesto: si pacta, toca poder; y si propicia elecciones, puede convertirse en el líder de la oposición a un gobierno de concentración o, directamente, de derechas. Después de la votación de esta noche, que, salvo sorpresas, es muy probable sea como la del pasado miércoles, quedan aún dos meses de negociaciones en las que todo es posible y que consistirán, fundamentalmente, en tratar de cruzar el puente y sellar un acuerdo con estos guerrilleros de la política. A los guerrilleros puede que les convenga pactar, pero les resulta mucho más excitante someterse al voto ciudadano y sobrepasar por la izquierda a esa vieja casta socialista que tanto detestan. Menudo sueño: ¡pacta la casta y nosotros nos quedamos como opositores únicos, dueños absolutos de la izquierda!
Añade que:
Por el otro lado las cosas no están mucho mejor, evidentemente, y el PP no creo que ceda su abstención para que gobiernen el segundo y el cuarto, con lo que a Rivera se le puede quedar cara de tonto útil, aunque no lo sea. También por ese lado todo es posible en dos meses de encuentros y conversaciones, especialmente si los puentes no se vuelan, pero una cosa es que sea posible y otra que sea probable. La Gran Coalición, si llega, nunca lo haría antes de las elecciones de junio.
Y remata:
Los profesionales de la estrategia dinamitera -la que también utilizó Sánchez con Rajoy: impedir cualquier atisbo de acuerdo- han buscado el tono y la frase, la música y la letra. No sólo han acribillado en una sola mención a Felipe González, el gurú intocable de los socialistas, sino que les han acusado de ser esclavos de las oligarquías. A ellos, que tanto presumen. El miércoles exhibieron un carrusel de marrullerías, insultos, descalificaciones, bravuconadas y alguna que otra excrecencia intelectual… pero a pesar de ello Sánchez ha afirmado que sigue con la mano tendida, queriendo cruzar el puente. Cuando, a simple vista, no parece haber puente. Los discursos de barricada, el deterioro evidente de los modales, ¿no han sido suficientes?
Después de nuevas elecciones todo es incierto. Hasta el supuesto liderazgo de Sánchez en su partido, que es sabido resulta un proceso de digestión lenta y del que nunca se puede tirar cohetes con precipitación. Todo ha volado por los aires y nunca un «no» tan anunciado resultó tener el efecto de dinamita pa los pollos.
Ignacio Camacho califica de espectáculo divertido, más propio de un ‘Sálvame’ el pleno de investidura en el Congreso de los Diputados y se pregunta si después de toda la faramalla de chascarrillos, insultos, improperios y chismes de patio de vecindad va a quedar hueco para las ideas y los programas:
El gran salto cualitativo de la reciente política española es su completa conversión en lo que Giovanni Sartori llamó, inspirándose en Berlusconi, una videodemocracia. El proceso, de patente italiana, tuvo como pionero al Jesús Gil de los noventa, que se conformó con asaltar -en el sentido literal- una alcaldía, y fue decantándose durante el zapaterismo hacia un concepto icónico global que inspiraba incluso las decisiones de gobierno. Zapatero encarnó al primer presidente posmoderno, capaz de nombrar ministra de Defensa a una embarazada, Carme Chacón, sólo porque imaginaba el novedoso impacto visual de un pase de revista a las tropas. En su mandato se incubó el fenómeno de las nuevas televisiones que aprovecharon el éxito de los programas de cotilleo agresivo para adaptar el debate político al formato de «Tómbola» o de «Sálvame»: una vistosa trivialización capaz de penetrar en los hogares por el eficaz procedimiento del antagonismo alborotado. Ese modelo desterraba la aburrida discusión convencional y la sustituía por el enfrentamiento rudimentario de versiones ideológicas extremadas o extremistas. El auge de las redes sociales apuntaló el paradigma del discurso jibarizado en frases cortas y eslóganes simples: el molde perfecto de la demagogia. Y así, en una primera fase la política escapó del Parlamento hacia los platós, y en la segunda, sobrevenida en un curso lógico de las cosas, ha vuelto al Congreso convertida en una tertulia con escaños.
Apunta que:
El debate de investidura ha sido saludado por los medios como un vivificante e intenso ejercicio de dialéctica. Lo fue, sin duda, pero no profundo porque su inspiración era nítidamente televisiva: un espectáculo de masas que copó la programación de la mayoría de las cadenas con altos resultados de audiencia. En ese ámbito se mueven con soltura los dirigentes surgidos de la incubadora de plasma, en especial los de Podemos, que van a convertir la legislatura en un magacín ante las cámaras. Manejan los tiempos, el lenguaje y la gestualidad, que saben administrar en clímax diseñados -como el beso de Pablo Iglesias a Xavier Domènech- a la medida del tal como en los espacios de salsa rosa. Bajo la influencia del gran marco mental de las pantallas, los discursos se escriben con un fraseo pautado para su reproducción en Twitter; una sintaxis abreviada, rotunda, sin subordinadas. Hasta un hombre tan refractario a la posmodernidad como Rajoy sucumbió a su manera a la retórica de los titulares sincopados. La llamada nueva política no viene a ser más que una política de tertulianos.
Y asegura que:
Todo el mundo se divierte con esta celebrada exhibición de ingenio retórico y pirotecnia gesticulada. Su éxito es seguro; sirve de comidilla en el bar, en la oficina, en el metro. Resta la duda de si entre tan divertido como superficial entretenimiento doméstico va a quedar sitio para las ideas, los programas y los proyectos.
Hughes habla sobre el insulto de Pablo Iglesias a Felipe González a cuenta de la cal viva y recuerda que ahora todos los que se echan las manos a la cabeza deberían de repasar lo que se hablaba del entonces presidente en el Congreso y como hubo sesiones plenarias tanto o más agitadas, aunque es verdad que las de ahora parecen la reunión de un club de amiguitos:
Sánchez cambió su agenda para apoyar a Felipe González en un acto homenaje a García Márquez. En «Cien años de soledad», por cierto, aparece tres veces la cal viva. «Aunque reforzaron la tumba con muros superpuestos y echaron ceniza apelmazada, aserrín y cal viva, el cementerio siguió oliendo a pólvora hasta muchos años después». Tras repasar los presupuestos del realismo mágico, González castigó con el látigo de su indiferencia a Pablo Iglesias. ¡Atrás! Como el Cigala. Pero dejó escapar una incomprensión: «No entiendo esa carga de rabia y odio dentro». Pues de eso se trata. Si Trump recibe votos del «Angry American», Iglesias vive de una ira callejera que ha de azuzar. Así llegó al Parlamento, repartiendo estopa más allá del perímetro constitucional.
Señala que:
Algo chirría en el alboroto. Parte de la derecha, que durante años le hizo hasta pasodobles a la cal viva, ahora se escandaliza. Otros estuvieron mucho tiempo pidiendo mambo en el Congreso y ahora dicen que cuánta discrepancia, que Estado de Derecho es llevarse bien, osos amorosos en el «Templo de la Palabra». La fallida investidura fue lamentable y apasionante; la política está para quedar con los amigos y pedir unas pizzas.
Pero el asunto entre Iglesias y González tiene algo de personal. Iglesias es un soberbio trepidante y González, de hacer caso a sus acólitos de la rosa mustia, nos trajo los hospitales, las universidades, la movida, liberó la teta rebelde de Sabrina y la minga zen del Buitre. Iglesias, gonzalillo, en Sánchez no encuentra rival y se va directo a por el figurón: le quiere quitar la izquierda. El PSOE de Sánchez, Luena e Irene Lozano es un partido abstruso y rural, alpargatero y abstracto, una vía muerta de la izquierda. La socialdemocracia y su social-democracio. Otra circula separada y en su locomotora anda Iglesias de Buster Keaton echando citas de Maquiavelo y Manu Chao a la caldera. Enganchados: Mareas, Compromís, Ada Colau… El cambiazo de vía, lo conocen, lo dio ZP.
Concluye:
Sánchez parece el secretario de González, su yerno acongojado, e Iglesias ha hecho enfadar al gran tótem. No era un farol. ¡Le canta las de Krahe! «Cuervo ingenuo no fumar la pipa de la paz con tú, por Manitú». Después de una mili de tertulias, ha llegado al Congreso y es capaz de hacerles un Ángel Cristo a los leones.
En El Mundo, Federico Jiménez Losantos resalta el carácter acomplejado de Pedro Sánchez en busca de su santo grial que no es otro que el Palacio de la Moncloa:
Sánchez podía haber ganado el debate, aun perdiéndolo, cuando Iglesias, el admirador de Otegui, el financiado por Venezuela y por Irán (ojo con repetir el beso baboso de Breznev y Honecker: en Teherán los ahorcan por menos), el empeñado en resucitar la Guerra Civil, el émulo grotesco del Subcomandante Marcos, mostró todo el odio y el desprecio que los comunistas bolivarianos sienten por los socialdemócratas europeos cuando recordó la cal viva de los muertos del GAL. Si en ese momento Snchz le contesta que quedan rotas todas las relaciones con Podemos como partido irremediablemente totalitario, guerracivilista y socio de los etarras asesinos de tantos socialistas, y que desde el lunes se rompían las alianzas municipales en toda España, Sánchez se queda con el partido y con muchos votantes perdidos. Pero el rojicomplejines respondió a la de cal viva con la de arena muerta: siguió mendigando el voto con la cara aún caliente del bofetón. Y recibió otro.
Detalla que:
Sánchez ya pudo dar la de cal cuando Iglesias lo chuleó por la tele adjudicándose la Vicepresidencia y los ministerios importantes de ese futuro Gobierno que Él, Iglesias, iba a permitir, por sonrisa del destino, que presidiera de adorno el pobre Snchz. Pero también entonces dio la de arena y fingió tomarse a broma algo muy serio: el plan podemita de devorar al PSOE dentro o fuera de un Gobierno de Frente Popular Separatista. Lo que vio la gente es que, por tocar poder, Snchz se arrastraría… y no lo tocaría.
Y sentencia:
Gracias a Rivera, Snchz ha tenido otra oportunidad, pero el problema del PSOE, el que le impide llegar al Poder, lo explicaba ayer muy bien Santiago González: prefiere pactar con un amigo de la ETA o la ETA misma antes que con el PP, que sigue con Eguiguren -de gorrino- en vez de volver a Redondo Terreros. Mientras siga vivo el guerracivilismo de ZP, el PSOE no llegará a un gobierno fruto de alianzas democráticas. Será engullido por el totalitarismo de izquierdas, incluido el separatista. Ayer, el rojicomplejinismo de Snchz, versión progre del maricomplejinismo del PP, vivió un momento especialmente grotesco: Carmena, temiendo un ataque de dignidad de Snchz, dijo que Podemos debería votarlo. Ferraz enloqueció. A las dos horas, rectificó compungida, con una nota de tres líneas, o sea, un tuit. Pero Snchz, el rojicomplejines, sigue esperando.
Jorge Bustos resalta el palo que Manuela Carmena le ha pegado a Pablo Iglesias con eso de que Podemos debe permitir el gobierno del PSOE, aunque luego se tuviera que comer sus propias palabras o, cuando menos, matizarlas:
Sabemos que la inocencia y la elasticidad son patrimonio de la infancia, pero Manuela Carmena ha venido a la política a demostrar que también pueden ser atributos de senectud. Nadie en España yerra con tanto candor ni rectifica con tales reflejos. Su ejecutoria al frente de una gran metrópoli europea bien podría tildarse de modesta, pero incluso a los periodistas menos dotados para la palpitación emotiva nos cuesta reprimir un impulso de ternura a la hora de fiscalizar su gestión. Si Amancio Ortega dona 20 millones a Cáritas, practica infecta caridad; si Carmena junta a unos mendigos a cenar en Nochebuena, al reporterismo franciscano se le licúan las mejillas.
Recalca que:
En la memoria de ciertos nostálgicos doña Manuela funciona como el par metafórico de un Tierno Galván retornado a la Villa para devolverle la movida perdida, y es innegable que sus declaraciones movilizan lo suyo. Lo difícil es saber en qué dirección. La movida carmenita evoca el rigodón que citaba don Mariano, una contradanza de origen gabacho ejecutada en dos tiempos: en el primero se pide -«con toda mi fuerza»- que Podemos apoye hoy a Pedro Sánchez y en el segundo se matiza que se refería a una alianza de izquierdas, ignorando que el actual programa de investidura reviste un claro tono anaranjado. Se requiere una notable agilidad para semejante meneo, y por eso insistimos en los infantiles atributos de la entrañable regidora.
Claro que quizá doña Manuela no es tan inocente como parece, y quizá bajo el piadoso velo de la senilidad estaba tomando muy consciente partido contra Pablo Iglesias. Carmena fue cooptada por Podemos para presentar batalla a Aguirre en una ciudad con mucho que perder en la que una Maestre o un Monedero no habrían tenido la menor posibilidad. Salió bien, PSOE mediante, pero la cosa se empezó a torcer cuando la abuela se empeñó en reclamar autonomía política. Hasta el punto de declarar Madrid una plaza neutral en los comicios de diciembre, para cuya campaña Iglesias hubo de contratar a Colau a un precio que todavía no ha pagado. Sucesivos rigodones desde entonces hasta hoy han abierto brecha -para quien quiera mirarla- entre la provecta paracaidista y su díscola tropa de lealtades paralelas. Los indeseables efectos de este enésimo fratricidio zurdo los sufre el contribuyente y son: la incompetencia administrativa, el sectarismo improductivo, los enchufes desorejados y los cansinos blufs de la política simbólica.
Y finaliza:
Doña Manuela ha confesado que desea hacer de Madrid «la ciudad de la imaginación», y fundamenta sus juicios políticos en «lo bonito que sería» que Iglesias besara a Sánchez en vez de a Domènech. Es una fraseología conmovedora que no sirve para limpiar calles, pero sí para aclararle al macho alfa de la izquierda española que ella es la alcaldesa de Madrid y que no tiene ya el sótano de la paciencia para farolillos. Rojos, claro. Y en esa batalla nos alineamos con doña Manuela. Ella no sólo no es de Podemos, sino que su trayectoria desde Atocha hasta Cibeles prueba la superchería sobre la que Podemos ha cimentado su cínico ascenso: la corrupción estructural del régimen del 78. Si la figura de Carmena es icono de algo, lo es precisamente del cabal funcionamiento del sistema, que ofreció notables oportunidades de medro social, profesional y político a una mujer de izquierdas que empezaba su carrera en los 70. Esa década prodigiosa que Pablo Manuel le envidia a Manuela porque por entonces los antifascistas no lo eran sólo de plató.