LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Juan Manuel de Prada advierte a Pedro Sánchez: «Iglesias es un sibarita sádico que se regodea en la debilidad del adversario»

"Los socialistas le tienen miedo a Podemos porque ese partido cree a rajatabla en sus principios"

Juan Manuel de Prada advierte a Pedro Sánchez: "Iglesias es un sibarita sádico que se regodea en la debilidad del adversario"
Pablo Iglesias. EP

El segundo y sonoro ‘no’ a Pedro Sánchez, líder del PSOE, como presidente del Gobierno en la votación de investidura celebrada el 4 de marzo de 2016 en el Congreso de los Diputados inunda, como no podía ser de otra manera, las columnas de opinión de este 5 de marzo de 2016 en la que se le viene a decir al socialista que le quedan dos opciones: la más decente, apoyar la gran coalición PP-PSOE-Ciudadanos o, en su defecto, ir a nuevas elecciones. La más humillante, entregarse a Podemos a cambio de una parcela de poder.

Arrancamos en ABC y lo hacemos con Juan Manuel de Prada que reflexiona sobre Pablo Iglesias y cómo el líder de Podemos ha conseguido convencer a los socialistas de que sólo él puede darles el poder, las llaves de la Moncloa. Eso sí, al mismo tiempo se regodea en un sadismo que acabará haciendo papilla a Sánchez y compañía:

A Felipe González lo sorprende «la carga de odio» de Pablo Iglesias, que le recordó lo mismo que Pere Gimferrer recordaba en AlmaVenus : «Cal viva en las esquinas,/ como Lasa y Zabala sepultados». Y si un poeta puede recordar tranquilamente los horrores del felipismo sin que se diga que sus versos los inspira el odio, no entendemos por qué no puede recordarlos Pablo Iglesias. Por lo demás, el traje de Felipe González no está manchado únicamente de cal viva: permitió, por ejemplo, que la política española se convirtiese en una cueva de ladrones (y en esto hay que reconocer que todos sus sucesores han mantenido vivo su legado); arrasó la industria y la agricultura nacionales, convirtiéndonos en una colonia dedicada a los «servicios»; se sometió lacayunamente a los dictados del Dinero, hasta convertirse en el hijo predilecto de la banca y las grandes corporaciones; desmanteló la legislación laboral que protegía al obrero; y, en fin, se desempeñó siempre como un solícito felpudo de los Estados Unidos (no en vano se ha dicho que fue el hombre de la CIA en Suresnes), lo mismo en la paz (referéndum de la OTAN) que en la guerra (fragata en el Golfo Pérsico). Y esto por mencionar tan sólo los estropicios que deberían indignar a un izquierdista.

Apunta que:

Pablo Iglesias, pues, se mostró benévolo al abreviar la retahíla de manchas que ensucian el pasado de González. En sus intervenciones en el Congreso no ha mostrado tanta virulencia como algunos pretenden: invoca con ardor fetiches de la mitología izquierdista, tilda hiperbólicamente a los diputados de derechas de «hijos del totalitarismo» y advierte a los socialistas que ya nunca más podrán actuar con la misma prepotencia que emplearon en el pasado con otros líderes comunistas. En realidad, todo el discurso de Pablo Iglesias consiste en recordar a los socialistas que no podrán gobernar sin su ayuda; y que, si desean que los ayude (¡si desean que se deje manchar por su pasado!), tendrán que humillarse y pasar por sus horcas caudinas. Iglesias sabe que Sánchez montó la pamema de su pacto de la señorita Pepis con Rivera para ir haciendo campaña anticipada, adular a las oligarquías económicas y, sobre todo, tratar de aislar al propio Iglesias (de ahí que Sánchez ofreciera mejores condiciones a Izquierda Unida y Compromís que a Podemos). Pero Iglesias no teme que lo acusen de formar una pinza con la derecha (entre otras razones, porque tal acusación es rocambolesca); y ha dejado claro que, si los socialistas quieren su apoyo, tendrán que inclinar la cerviz y doblegar la rodilla. En lo que tampoco acabamos de adivinar odio; si acaso, cierto sibaritismo sádico que se regodea en la debilidad del adversario.

Y sentencia:

Los socialistas pueden someterse a Iglesias o pueden enfrentarse a él en unas nuevas elecciones, para intentar confinarlo en ese arrabal de marginalidad en el que hasta ahora siempre han conseguido confinar a otros líderes comunistas. Pero a Pablo Iglesias le tienen miedo porque cree en unos principios que aplica a rajatabla. Y el problema no es que los principios de Pablo Iglesias sean erróneos, nefastos o destructivos; el problema es que enfrente no tiene más que gente pusilánime, o bien aprovechateguis aspaventeros, que han aparcado sus principios (si es que alguna vez los tuvieron) y se guían sólo por intereses. Este posibilismo complaciente y acomodaticio, que ha guiado durante décadas el llamado «consenso», es más pernicioso que el presunto odio de Iglesias, que a fin de cuentas es el moho nacido de la podredumbre del posibilismo. Tal vez Iglesias odie, como pretenden sus detractores; pero la tragedia verdadera es que enfrente no tiene, ni a derecha ni a izquierda, a nadie que ame.

Salvador Sostres certifica la muerte del socialismo si al final se entrega en cuerpo y alma a un Podemos que sólo desea la aniquilación de la formación de Pedro Sánchez:
A Patxi López se le escapó la sesión de las manos y demostró que lo regional es más de su capacidad política que la primera división. En el debate político quedó claro que Pablo Iglesias quiere destruir a Pedro Sánchez. Si el miércoles le insultó, ayer se burló de él, siendo difícil establecer cuál de las dos intervenciones fue más humillante.

Lo que ayer quedó más que demostrado es que Pablo Iglesias no quiere un pacto de izquierdas sino la hegemonía dentro de la izquierda, hundir a Pedro Sánchez en su miseria, y quedarse con sus votantes. Cuanto antes lo entiendan en Ferraz, antes dejarán de desangrarse, y de hacer el ridículo.

Añade que:

En alusión a los chascarrillos provocados por el beso en la boca del miércoles entre Pablo Iglesias y Xavier Domènech, el líder de Podemos le dijo a Sánchez: «Pedro, sólo quedamos tú y yo». Mitad se rió de él y mitad le desafió; mitad le restregó el voto negativo a su investidura, y mitad le escenificó que su prioridad es acabar con su carrera política.

Hay algo que el PSOE parece no acabar de asumir, y es que los primeros a por los que irán los populistas si algún día alcanzan el poder es a por los «compañeros» de la izquierda más o menos moderada, porque así son los totalitarios, que empiezan siempre depurando por lo más cercano. Luego vendrán a por nosotros, claro, pero cuando ya no quede ni un solo socialista para contarlo.

Y sentencia:

Los socialistas tienen que admitir que perdieron las elecciones y que no se pueden permitir el lujo ni aritmético ni democrático de marginar al partido que las ganó, aunque sólo sea porque fuera del sistema le espera una muerte mucho más indigna y cruenta.

Ignacio Camacho cuenta cómo desde Podemos se quiso dar el golpe de efecto de haber traído al pleno de investidura a Arnaldo Otegi. Por suerte, imperó la cordura porque ya hubiese sido la gota que hubiera colmado el vaso de los despropósitos:

Como el ruido de la investidura había opacado la salida de prisión de Arnaldo Otegi, alguna lumbrera pensó llevarlo al debate en la tribuna de invitados. Al final prevaleció un mínimo de cordura y la provocación filoetarra tendrá que esperar ocasión más propicia. Pero pronto asistiremos a la consagración de la penúltima impostura del conglomerado batasuno y sus flamantes amigos de la izquierda radical española: la operación Mandela. La presentación como un héroe y un mártir de quien no ha sido más -así lo recoge la sentencia- que el jefe del brazo civil de la ETA. Un terrorista en comisión de servicios.

Remarca que:

Ese movimiento en ciernes para convertirlo en candidato a lendakari, a expensas de que se aclare el alcance de su inhabilitación para ejercer cargos públicos, constituye un desafío moral y político a la democracia porque pretende blanquear el relato del fin de la violencia. La novedad del caso es que colaboran en el tradicional empeño del radicalismo vasco nuevos aliados que buscan la rescritura del posterrorismo: los independentistas catalanes, los anarcosecesionistas de las CUP y, cómo no, los líderes de la franquicia chavista en lógica empatía con quien se ha declarado simpatizante bolivariano. Esos líderes que consideraban a ETA pionera en el descubrimiento de que la Transición fue una farsa celebran ahora la excarcelación de Otegi como un preso de conciencia. Nada raro si se tiene en cuenta que Zapatero lo declaró «hombre de paz» y que el propio juez que lo procesó por reconstruir Batasuna pedía hace seis meses su salida del talego. A eso se le llama una crisis de arrepentimiento.

Esta coalición propagandística entraña más peligro que la tradicional matraca batasuna porque se enmarca en el discurso creciente de la deslegitimación del sistema. El soberanismo tiende a presentar al Estado como una especie de dictadura camuflada que oprime los derechos de los pueblos, y el populismo leninista se asocia a esa reivindicación articulando una narrativa histórica ficticia del proceso democrático y de su resistencia a la coacción sangrienta. Lo que está en juego es, pues, el sentido mismo de la lucha antiterrorista que venció a la banda armada; no sólo la dignidad y la memoria de las víctimas ni la propia dimensión de la justicia sino el largo sacrificio de un país sometido a una estrategia de sufrimiento autoritario.

Concluye que:

Y esa batalla no se puede perder, y menos por desatención o desidia. Nadie frena a los líderes de Podemos cuando retuercen el pasado para reclamar la legitimidad republicana, ni cuando publicitan un relato siniestro y denigrante de la etapa constitucional, ni cuando bosquejan el cuadro nihilista de la España contemporánea. Pero la guerra contra el terrorismo es casi un hecho fundacional del sistema de libertades. Renunciar a la custodia moral de ese legado equivale a permitir la malversación de un holocausto.

Lucía Méndez, en El Mundo, prefiere hacer una comparativa entre los viejos y los nuevos políticos. Sí, Lucía, mejor eso que no hablar del cachiporrazo que se metió Pedro Sánchez. De traca:

Los hijos nos obligan a ponernos delante del espejo. Nos resistimos. No nos gusta comprobar cómo hemos envejecido, qué fue de nuestros sueños, cómo se nos ha fruncido el ceño, qué coño hemos hecho con nuestra vida. Los hijos son tercos, osados. Ya no aceptan el argumento de autoridad así como así y, horror de los horrores, acaban por desarrollar su propia personalidad. Dejan de ser nuestros para ser del mundo. Hacemos como que no nos damos cuenta, pero ellos enfilan el pasillo con el espejo diciendo: «Mírate, mamá, estás genial, pareces más joven de lo que eres, pero ya vas teniendo una edad. Ahora nos toca a nosotros decidir sobre lo nuestro».

Recuerda que:

Los hijos de la crisis salieron a la calle en mayo de 2011 para que España se mirara al espejo. Para que los que mandaban supieran que no les gustaba el mundo que estaban construyendo. Desencantados, pidieron atención a los padres. Ojo con lo que estáis haciendo. Sus mayores no les escucharon. PSOE y PP no se miraron al espejo ni se preguntaron qué es lo que querían esos muchachos. Pero no llegaron a ninguna conclusión. Dejadnos a nosotros que somos los que sabemos. Ni se miraron al espejo ni se dieron cuenta de que estaban construyendo un mundo excluyendo a sus hijos. De eso no se habla. Eso no se toca.

Esos hijos abandonaron a los partidos grandes y se abrazaron a los nuevos. PP y PSOE han perdido el voto juvenil por completo. Los hijos de PP y PSOE han llegado al Congreso, el ‘sancta sanctorum’ de la casa, para decirle a sus mayores que se miren al espejo. Iglesias ha escandalizado al PSOE y Rivera al PP. Eso molesta y duele. Como duele la insolencia y esa mirada escrutadora de los hijos en la que se refleja la vida de los padres cuando no quieres hablar de algo y ellos te obligan.

Y sentencia:

Pablo Iglesias ha entrado en lugar sagrado con pintas tremendas, actitud descarada y verbo radiactivo. Y ha censurado el lado oscuro del abuelo patriarca. Horror. Eso era tabú en esta casa. Albert Rivera es el hijo modosito y educado que, sin embargo, es capaz de decir la verdad al padre que se ha quedado antiguo. Los dos saben dar patadas porque se han criado en la calle. Pedro Sánchez es otro hijo. Podría tener la misma osadía por edad. Pero se le nota que se ha criado en los almohadones del partido. Lejos de la pasión callejera.

Y en El País, otro que acaba de descubrir la pólvora, Rubén Amón. Se marca una tribuna en la que pide la marcha de Mariano Rajoy. ¿No debería de ser, en todo caso, querido Rubén, la de Sánchez por haber no sólo fracasado, sino además haber engañado al monarca Felipe VI asegurando que él tenía los apoyos apalabrados para ser presidente?

Habiendo dimitido un Rey y habiéndolo hecho un Papa, no debe exagerar Mariano Rajoy demasiado su devoción a la autocracia. La celebraron sus diputados haciéndolo saludar como a un torero en su discurso de contrainvestidura del miércoles, pero ¿es tan sólida la lealtad al líder? José María Aznar le dijo Felipe González lo que ahora se le podría pedir al presidente en funciones. Váyase señor Rajoy. Por siete razones.

1. El bloqueo. El énfasis con que Albert Rivera cuestionó la idoneidad de Rajoy como interlocutor aísla de forma inevitable al líder popular. Podría negociarse con su partido, no se puede con Rajoy. Precisamente porque tapona el atisbo de cualquier acuerdo (implícito, explícito) en el que puedan interesarse el PSOE y Ciudadanos.

2. El deber institucional. Mariano Rajoy no es un candidato más, ni el líder de un partido. Es el presidente del Gobierno. Semejantes atribuciones le obligan a esmerar un ejercicio de responsabilidad política. Prosaicamente, se llama altura de miras. Como jefe del Gobierno, Rajoy está constreñido a evitar que se prolongue la incertidumbre.

3. La corrupción. Los escándalos de corrupción han comprometido los graneros electorales de Madrid y Valencia, socavando la credibilidad de Rajoy como timonel de Génova 13. Él nombró a Luis Bárcenas y asumió todo el poder del PP en los años en que han trascendido los casos de financiación irregular. El PP ha llegado a calificarse judicialmente como una organización criminal. Ahora necesita una catarsis.

Se agarra a la salud del partido de Génova 13 y a la necesidad de buscar nuevos valores en la cantera:

4. La salud del PP. Rajoy ha vinculado el porvenir el partido al propio. El problema es que la identificación amenaza la salud del PP, tanto por su aislamiento como porque el retroceso experimentado en las últimas citas electorales podría exagerarse aún más si el líder supremo persevera en unos eventuales comicios adelantados. El PP necesita democracia interna, debate, primarias. Lo ha reivindicado Cristina Cifuentes.

5. El banquillo. No se encuentra el PP en la situación de un partido huérfano, sin alternativas al presidente. Al contrario, la propia longevidad de Rajoy ha predispuesto un relevo generacional, un banquillo de candidatos desvinculados de los papeles de Bárcenas. El más joven es Pablo Casado. El más veterano es Alberto Núñez Feijóo, pero el abanico comprende a Soraya Sáenz de Santamaría, Cristina Cifuentes y Alfonso Alonso.

Y dice que el PP es cada día más impopular con Rajoy al frente:

6. La impopularidad. Cada encuesta del CIS que se publica agrava la impopularidad de Mariano Rajoy. El problema es que la animadversión hacia el presidente del Gobierno se ha multiplicado entre sus propios seguidores. Hasta el extremo de que la mitad, de acuerdo con los últimos sondeos, discrepan de la idoneidad de Rajoy como candidato. Ciudadanos no hubiera adquirido la corpulencia que tiene ahora si no hubiera en el PP tantos votantes desengañados con Rajoy.

7. La época. No se trata tanto de exaltar la efebocracia como de asumir que a Rajoy le ha sorprendido fuera de juego y de edad una nueva edad de la política. Lo prueba la autocracia que él mismo ejerce en el Partido Popular y lo ha demostrado una legislatura incapaz de abrir canales de comunicación con las fuerzas opositoras. La figura de líder-caudillo se ha demostrado trasnochada. Son los tiempos de la regeneración, de la transparencia.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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