Ración de más columnas referidas a los atentados del pasado 22 de marzo de 2016 en Bruselas. Este 25 de marzo de 2016 los articulistas siguen profundizando en el asunto y empiezan a ver que, a fin de cuentas, no les resulta nada raro el ataque yihadista al aeropuerto y metro de Bruselas.
No sólo existe descoordinación policial, también se ha instalado una especie de comodidad, de no querer hacer frente a la realidad, la de la continua amenaza de este terrorismo islámico al que Bruselas, no a propósito, ha dado cobijo en su ciudad.
Arrancamos en ABC y lo hacemos con José María Carrascal, que considera que en el seno de la UE se está rodando una reedición de ‘El silencio de los corderos’ en el que gran parte de los ciudadanos tenemos un destacado papel de extras:
¿Va a resultar Bélgica la culpable de los atentados terroristas que llenan de sangre aeropuertos, estaciones de metro, salas de concierto e incluso terrazas de café europeos? Por lo que estamos viendo y oyendo, sí. No es que Bélgica sea totalmente inocente es esta orgía de destrucción que están desplegando los yihadistas, pero ni mucho menos es la única culpable. Se trata de un país pequeño y, encima, dividido. Tan dividido que, en realidad son dos, con una parte francesa y otra flamenca que no se pueden ver. Formar allí gobierno es tarea de titanes y el actual ha tardado nueve meses en formarse (para que nos quejemos los españoles), con miembros de los más diversos partidos. Nada de extraño que la descoordinación entre los distintos ministerios e incluso entre las distintas fuerzas de seguridad sea enorme, habiendo, además, una enorme desconfianza entre ellas. Aparte de que los medios de que disponen son ínfimos para una tarea tan ardua y compleja como hacer frente a un ejército en la sombra como es el yihadista. Nada de extraño, por tanto, que Bélgica tenga un porcentaje de voluntarios en esa brigadas de la muerte escenarios mayor que cualquier otro país europeo.
Apunta que:
Pero esto se sabía, según me cuentan amigos en Bruselas, era la comidilla usual en los despachos y en los cafés. Que Bélgica era un nido de terroristas que se movían a su antojo por el país y, especialmente, por el barrio de Molenbeek, donde buscaron refugio los que habían perpetrado el atentado de París. Sin embargo, nadie dijo nada, nadie denunció nada, nadie exigió nada. Que es lo más grave de todo.
Europa, o más exactamente los europeos, estamos interpretando el «silencio de los corderos» ante los que vienen a degollarnos. Y lo estamos interpretando, no por resignación, sino por algo bastante más grave: por inconsciencia, por comodidad. Por creer que a nosotros no nos pasará, que les tocará a otros. A fin de cuentas, somos cuatrocientos millones y la posibilidad de que nos toque a nosotros es mínima. Mueren más españoles en unas de estas minivacaciones en las carreteras que han muerto en Bruselas en el último atentado terrorista.
Y recalca:
Lo que significa una actitud suicida. Porque no se trata de unos atentados. Se trata de una guerra, quiero decir, de un conflicto entre dos formas de vida que no puede acabar en armisticio sino en victoria de uno u otro bando. Y derrota del otro naturalmente. Los yihadistas tienen la ventaja de que no les importa morir por su causa. A nosotros nos importa, sobre todo, nuestra comodidad, no renunciar a nuestros pequeños placeres, lo que significa no hacer frente a la amenaza con toda la contundencia que exige. En una palabra: convertirnos todos en belgas. Pero cuando todos seamos belgas: ¿quién nos defenderá de los yihadistas?
David Gistau tiene claro que sigue latente un pensamiento en la izquierda radical sobre que los atentados en Bruselas tienen una clara justificación por la ‘brutalidad’ de Occidente. Lo de siempre, la venenosa equidistancia o, peor aún, ponerse en la piel del asesino:
En la bipolaridad de la Guerra Fría, había soluciones fotogénicas para militar en la pulsión antioccidental. Véase el Che de Korda. El comunismo tenía coartadas intelectuales y era un bálsamo para la conciencia gracias a propósitos tales como la redención de los oprimidos. Casi era ir a misa de otra manera. Pese a su propio terrorismo en los años de plomo -Brigate, RAF, etc-, y pese a las guerras periféricas y las «black ops» de los servicios secretos, no traía a Occidente la noción de muerte indiscriminada, aniquiladora de toda una civilización, que tiene a los europeos haciendo lacitos y pegatinas de «Je suis», como en un concurso de creatividad mortuoria y de entreguismo sentimental, desde que el contrapeso de la siguiente bipolaridad lo ocupa el yihadismo.
Dice que:
Para comprender la empatía con los yihadistas de los «alcaldes del cambio», capaces de encontrar justificación para una bomba detonada en una cola de facturación o para un ametrallamiento durante un concierto de rock, hay que recordar que el esquema mental de esta extrema izquierda -¡lo nuevo!- no ha evolucionado un ápice desde la Guerra Fría. Siguen viendo en los Estados Unidos, y por añadidura en Occidente, un ente culpable, antagonista, que engendra violencia imperialista. Lo único que han alterado es el actor al que encomiendan el azote y la venganza de sus resentimientos. Y aquí es donde empieza el problema para ellos. Porque no es fácil tomar partido por la Yihad, que no es fotogénica como el Che ni está adornada por coartadas intelectuales, sino que reparte a domicilio muerte indiscriminada por una interpretación religiosa que nos convierte a todos en víctimas potenciales por el mero hecho de existir. Y cuando digo a todos, me refiero también a los musulmanes que luchan desde la primera hora contra el ISIS y cuyas cabezas fueron clavadas en las verjas de las plazas públicas.
Y se pregunta:
¿Se puede empatizar con psicópatas así? ¿Con decapitadores, con asesinos en masa, con forjadores de un mundo en el que los homosexuales son arrojados desde azoteas? La extrema izquierda europea hace todo lo posible por lograrlo pese a la podredumbre del material humano de que dispone para perpetuar el rencor antioccidental que antaño estuvo encomendado al comunismo. Porque ése es su esquema mental: el que impone la idea de que, por definición, toda violencia ejercida contra Occidente tiene un componente de legitimidad porque es una respuesta al imperialismo y al capitalismo. Este automatismo comenzó con el mismo 11-S, cuando la pregunta podrida fue: «¿Qué habremos hecho a estos buenos salvajes para obligarlos a vengarse de esta manera?».
Remacha que:
No deja de ser paradójico que, cuando más aislada y residual debería ser esta extrema izquierda en la Europa sometida a ataque, más cerca está de consagrarse como poder institucional en la España antojadiza, subyugada por la cuchilla purgante.
José María de Areilza reclama la necesaria participación de Estados Unidos y Reino Unido para resolver el conflicto contra los yihadistas:
«Determinación y calma» prometió el rey de los belgas, Don Felipe, al tiempo que las quejas hacia las fuerzas de seguridad de Bruselas volaban por por los medios de comunicación desde las otras capitales europeas. Palabras clave para esta emergencia, que podría degenerar en una crisis nerviosa de una UE sobrecargada de problemas. La Unión ha reaccionado a los ataques terroristas de Bruselas con una cumbre extraordinaria de ministros de justicia e interior.
Asegura no obstante que:
Pero no se puede terminar con el terrorismo yihadista en poco tiempo -catorce atentados en la UE desde principios de 2015- y nadie da por supuesto que las maltrechas instituciones comunitarias serán capaces de integrar todas las capacidades dispersas en materia de inteligencia. Es más urgente conseguir la participación sin reservas de EE.UU. y del Reino Unido en esta empresa común de la que depende el futuro de nuestro modo de vida. En Londres los atentados son interpretados por los partidarios de la salida de la UE como una razón más para el portazo. La ministra del interior, Theresa May, ha defendido lo contrario, la futilidad del aislamiento para combatir un fenómeno global, pero su voz no resuena de modo suficiente entre sus conciudadanos. El campo del «Brexit» avanza utilizando la demagogia y el miedo.
Añade que:
Por parte norteamericana, Obama ha ofrecido más cooperación en un descanso del partido de béisbol al que asistía en Cuba, antes de seguir viaje a Argentina. La desgana tropical de Obama es típica de la asepsia emocional, un lastre de sus dos mandatos. Los aspirantes republicanos Donald Trump y Ted Cruz, han reaccionado pidiendo sellar las fronteras. Trump además ha denunciado la falta de contribución europea a la defensa atlántica. En claro contraste, Hillary Clinton proponía en la universidad de Stanford derrotar al Estado Islámico trabajando con los aliados europeos, con determinación, principios y el uso de la tecnología. De vuelta al continente, lo más digno y democrático en esta nueva crisis de la seguridad europea ha partido también de Bélgica y ha sido la dimisión presentada por el ministro del Interior.
En La Razón, José María Marco entiende que aunque es lícito que no cambiemos nuestro sistema de vida tras los atentados, sí que insinúa la posibilidad de que nos adaptemos a los nuevos tiempos que, desgraciadamente, incluyen tener que estar alerta ante los ataques del terrorismo islamista:
Cada vez que los yihadistas cometen un atentado volvemos a escuchar el argumento según el cual lo que los terroristas atacan es nuestro sistema de vida. No debemos cambiarlo, por tanto, ni dejarnos llevar por el miedo. Es posible, sin embargo, que un poco más de temor nos volviera más prudentes y nos llevara a contemplar las realidades del mundo en el que vivimos, que no son, como se demuestra cada vez que hay un atentado, aquellas en las que creemos vivir.
Explica que:
Es difícil porque las cosas resultan bastante contradictorias. Es injusto decir que Bélgica es el paradigma de la Unión Europea. Pocos países de la Unión, si es que hay alguno, están tan hiperfederalizados, hasta la capilarización, como lo está Bélgica: por ejemplo, los seis cuerpos policiales de Bruselas (antes eran 19) no comparten toda la información. Hay por tanto un problema específicamente belga, aunque todos los europeos sufran sus consecuencias. En cambio, se ha dicho y no sin razón que la Unión parece estar diseñada por un belga, y más precisamente por un nativo de Bruselas, es decir, por una mente en la que la dimensión nacional, global, no parece afectar a las realidades de todos los días, que se mueven según parámetros diferentes, de cultura, lengua o afiliación política.
También es injusto responsabilizar a la población musulmana, que lleva mucho tiempo en territorio europeo, sometida además a una consistente discriminación social y cultural, sin que hasta hace pocos años haya prendido el radicalismo de origen salafista que está en el origen del terror que se practica en Europa. Aunque también es cierto que el terrorismo yihadista refleja un problema religioso, materializado en una guerra de religión como los europeos no conseguimos imaginar aunque nos maten a bombas de metralla.
Y remata:
Se afirma también con gran rotundidad que debemos defender el modelo de sociedad laico. Sin duda que es esto muy razonable, aunque no tiene en cuenta el hecho de que en el mundo en el que vivimos, la religión -es decir, las religiones- no se acomodan ya a la sociedad neutra y sin elementos comunes, proclive a guetos y «no-go zones», que el laicismo ha querido instaurar en los últimos cincuenta años. Afirmar que queremos seguir viviendo como hasta ahora es muy respetable, porque los seres humanos somos bastante conservadores, pero resulta difícil de compaginar con una realidad nueva.
En El País, Juan José Millás atiza a la clase política por la gestión de los atentados de Bruselas. Otro más para la colección de los que acabarán justificando a los yihadistas:
Es normal referirse a la Semana Santa como a ese signo ortográfico llamado paréntesis en el que se incluye (o recluye) alguna aclaración referida al texto principal. Los autores muy neuróticos son dados al paréntesis; los obsesivos, al corchete, otro signo que, encerrado a su vez dentro del paréntesis, contiene información aclaratoria sobre la aclaración anterior. La gramática se detuvo ahí, en el corchete, porque ir más allá habría significado añadir la compulsión a la obsesión. No es que no haya escritores obsesivocompulsivos, que por cierto están muy bien considerados, pero todo tiene un límite.
Señala que:
Los políticos nos informaron de que esta Semana Santa sería, como las otras, un paréntesis, y quizá lo esté siendo, pero un paréntesis trufado de corchetes más peligrosos que el metro de Bruselas. O su aeropuerto. Muchos lectores se saltan los paréntesis o los corchetes, generalmente por claustrofobia. Da miedo quedarse encerrado en esas profundidades mentales para siempre. La cuestión, ahora, es que habíamos entrado dócilmente en la pausa vacacional, dispuestos a olvidar por unos días el argumento central de nuestras vidas, que tiene lo suyo, cuando salta todo por los aires, ya ven, y nos vamos a la cama con la imagen de una Europa mutilada por un par de atentados a los que los analistas de guardia aplican remedios de urgencia que no logran taponar las hemorragias teóricas.
Y sentencia:
Los gobernantes, por su parte, salen del paso con los tópicos sin significado de siempre. Lo peor es que dentro de un par de días, cuando logremos emerger al texto principal desde los escombros del paréntesis y las cenizas de los corchetes, tampoco habremos aprendido mucho de lo sucedido. Escasea más el talento político que la ortografía.