LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Festival de palos a Pablo Iglesias tras su esperpéntico ataque a la prensa: «Afloró ese resentimiento que este narcisista tiene reprimido»

Jaime González: "Como Pablo Iglesias ha descubierto el Mediterráneo, de tanto en tanto imparte lecciones de periodismo"

Es el tema del día. Este 22 de abril de 2016, el ataque de Pablo Iglesias a Álvaro Carvajal, redactor de El Mundo, es el tema que predomina en las columnas de opinión y editoriales de la prensa de papel. El líder de Podemos se lleva una buen somanta de palos tras el esperpéntico numero protagonizado el 21 de abril de 2016 en la presentación de un libro en la facultad de Filosofía de la Universidad Complutense:

Arrancamos en ABC y lo hacemos con Jaime González, que arremete contra el líder de Podemos a cuenta de sus ataques a los periodistas a los que Iglesias tilda de «felpudos»:

Como Pablo Iglesias ha descubierto el Mediterráneo, de tanto en tanto imparte lecciones de periodismo. Son clases magistrales en las que para denunciar «los oligopolios que han privado a los ciudadanos de su derecho a la información» arremete contra esos «periodistas felpudo» que escriben al dictado para no perder su puesto de trabajo. Se habrá quedado calvo. Antes de que Iglesias llevara pantalón corto, muchos «periodistas felpudo» ya habían advertido de los riesgos del oligopolio. Es más: algunos -incluso- lo hicieron a costa de quedarse en la calle, bien porque se hartaron de ser estera, bien porque, tras darles más que a una estera, les mostraron la puerta de salida.

Qué sarcasmo, el hijo pródigo del oligopolio cargando contra el padre, cuánta ingratitud, Pablo; qué manera de morder la mano que te dio de comer. ¿Quién, sino el oligopolio, te dio la oportunidad de estar donde estás? ¿Te has preguntado cuántos «periodistas felpudo» se han quedado en el camino por negarse a pasar por el aro? Dices que «buena parte de los redactores que siguen la actualidad diaria de Podemos están obligados profesionalmente a hablar mal de Podemos, porque así son las reglas del juego». ¿Qué reglas del juego? ¿Las que imponéis vosotros?

Sentencia que:

Si alguien ha emputecido este oficio de informar no hemos sido los «periodistas felpudo», sino quienes «convirtieron un servicio público en un privilegio en manos de sus amigos». ¿Te suena la frase? Es tuya. ¿Y a quienes han servido los amigos? Entre otros, a ti, Pablo. Es un hecho objetivo. Ese oligopolio os ha dado a vosotros lo que no nos dará nunca a los «periodistas felpudo». A Noé vas a hablarle de agua. Si los «periodistas felpudo» hubiéramos podido expresarnos con la cuarta parte de la libertad que te han dado a ti, te garantizo que no nos verías con «cara de miedo». Como para no tenerlo. Es una reacción natural si se tiene en cuenta que quienes «nos han privado del derecho a la información» no son amigos nuestros -los que, según tú, escribimos al dictado de intereses espurios-, sino vuestros. Por cierto, nunca antes ningún partido disfrutó como el tuyo de la connivencia del periodismo felpudo (el genuino y sin comillas periodismo felpudo). Así nos va.

Carlos Herrera aconseja a los podemitas que, cuando no estén de acuerdo con una información, que sigan el procedimiento de otras personas que pueden sentirse perjudicadas, llamar al medio y pedir que rectifiquen, pero no hacer una pira con un determinado periodista en un acto público. Ni era el lugar y, ni mucho menos, las formas:

Me sorprende que a Pablo Iglesias le sorprenda que los periodistas tengamos la piel tan fina. Eso ha afirmado, que los periodistas somos así, después de un pequeño plante al que se le ha sometido tras acusar a algún informador de parcial y de no sé qué más. En palabras de un comunista a sueldo de regímenes autoritarios -heredero, por tanto, de ideas letales contra la libertad-, señalar con nombre y apellidos a un informador, aunque sea con tono jocoso, no es augurio de futuro halagüeño. Cuando menos es inquietante. Cuando los sistemas políticos de los que proceden los Iglesias de turno advierten a alguien de conducta inadecuada, están advirtiendo del único escenario posible cuando ellos detentan el poder: el vasallaje. Más allá de ese paisaje difícilmente puede ejercerse la labor periodística en escenarios tales: pregunten en Cuba, sin ir más lejos, ese paraíso en el que unos octogenarios se acaban de atornillar al poder sin permitir un solo centímetro de renovación.

Asevera que:

Cierto es que esta España de hogaño no es terreno abonado para las ensoñaciones totalitarias ni para las normas restrictivas más allá de los toques de atención; es más, puede que Iglesias tenga derecho a quejarse de la forma de abordar la información de aquellos que le siguen día a día, o de lo que escribimos en las columnas de opinión algunos juntaletras, pero el método del señalamiento público resulta indecoroso. Alguien de esa formación debería aconsejarles algo de contención.

Ningún responsable político tiene por qué asomarse a una comparecencia con el temor a ser lanceado o tergiversado por informadores torticeros, que los hay; pero existen, a cambio, mecanismos directos para aclarar declaraciones y corregir malinterpretaciones, que están al alcance de todos. Cualquiera que esté en este negocio lo sabe. Cuando los miembros de Podemos comparecen en entrevistas -radiofónicas, por ejemplo- son exquisitamente moderados en las formas, aunque su mensaje sea indigerible: aguantan bien que se les apriete o se les señalen incongruencias; contestan con toda suavidad y un máximo de cinismo. Resultan irreprochables. Si no les gusta el tratamiento o tu carácter incisivo no te vuelven a atender y sanseacabó. Por eso les desaconsejo estos tics que revelan un demonio dormido y agazapado en algún pliegue del disimulo.

Y explica lo que sucede con Rita Maestre y Cristina Cifuentes, la particular ley del embudo que aplica Podemos:

Lo mismo ocurre cuando vocean en horas libres. La portavoz del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, la condenada asaltacapillas, también considera que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, tiene la piel muy fina. Total, simplemente dijo que su misión como delegada del Gobierno era «pegar a la gente». Cifuentes anuncia acciones jurídicas. Maestre considera, en un alarde de contaminación mental, que el escrache violento que sufrió la delegada estaba justificado, y el que sufrió su compañero Barrero por parte de policías municipales, no. Cifuentes se refugió en un bar, y a Barrero le vino a buscar un coche oficial. Si miembros de esta formación se comportan con la insolvencia equitativa, desahogo sectario y desequilibrio interpretativo de la realidad con que lo hace esta simple, habrá que colegir que ambas acusaciones de «piel fina» esconden en el interior lo que se intuye desde el exterior: no estamos ante correosos defensores de la libertad de expresión, sino ante retorcidos ejemplares del matonismo político. Cuidan su aparición pública, pero liberan -para después justificar- a los encendidos soldados de la presión mediática y social dejando siempre un mensaje en el aire para quien sepa entenderlo: los okupas son admirables, y los policías, execrables. Y los periodistas, según.

Rita Maestre, que sabe lo cierto de aquella afirmación estalinista que aseguraba que «la mentira es una magnífica arma revolucionaria», se enfrenta, si Cifuentes persevera, a una posible condena que se sumaría a la ya impuesta. Antecedentes y tal. Yo rectificaría.

En El Mundo, Rafael Moyano, que fue jefe del periodista vilipendiado por Iglesias, Álvaro Carvajal, aprovecha su billete para arrear de lo lindo al de Podemos:

El corporativismo es la defensa a ultranza de la solidaridad interna y los intereses de los miembros de tu profesión. Nunca lo he practicado. Si acaso todo lo contrario, soy muy crítico con ella cuando las cosas se hacen mal. Acepto que se me acuse de ello, pero no puedo dejar escapar este cachito de texto que tengo hoy para hablar de nosotros.

Recuerda que:

He sido jefe, y sin embargo amigo, de Álvaro Carvajal, vilipendiado ayer por Pablo Iglesias «con enorme cariño, con enorme simpatía», según él. Le veo crecer cada día como informador, dedicado a buscar y escribir noticias veraces (no hay otras, las demás no lo son) con la misma pasión, entusiasmo y humildad que ponía antes en optimizar las informaciones que traían otros. Ni es simpático, ni tiene gracia, aunque te las rían, es lo peor para un periodista acusarle de escribir noticias «que no tienen por qué ser verdad» para «prosperar» en su periódico. Fuera corporativismo, a un periodista si quieres, sí, pero a Álvaro, no, que lo único que acertó a decirme ayer fue: «¿Pero quién soy yo?».

El Mundo, como no podía ser de otra manera, le dedica un extenso artículo editorial:

En su desmedido ataque a Álvaro Carvajal, periodista de El Mundo, desde una tribuna de la Universidad Complutense, Pablo Iglesias hizo ayer una referencia a «la relación psicoanalítica» de Podemos con los medios de comunicación. Su intervención es una prueba de ello porque sus palabras afloraron todo lo peor que lleva dentro, sacaron el resentimiento interior que le hace reaccionar cuando alguien hiere el narcisismo que impregna su personalidad. Los psicoanalistas llaman a este fenómeno «el retorno de lo reprimido». Por ello, Iglesias se mostró durante un breve intervalo como verdaderamente es y no como suele aparentar.

Podríamos dejar pasar este asunto si la conducta de Pablo Iglesias, un líder que aspira a gobernar y que representa a cinco millones de votantes, fuera una simple salida de tono. Pero hay en el trasfondo de sus palabras una agresión a la libertad de expresión -con muy pocos precedentes en la historia reciente de este país- que no puede ser ignorada.

Añade que:

Iglesias acusó a Álvaro Carvajal, un profesional que goza del respeto de todos sus compañeros, dentro y fuera de este periódico, de amañar sus informaciones para dañar a Podemos y ganar puntos delante de sus jefes. Una afirmación mendaz y calumniosa que debería retirar hoy mismo si no es capaz de probarla.

Como una periodista se atrevió a afearle sus juicios de valor, Iglesias afirmó que sus palabras estaban plenamente justificadas «en un contexto académico», como si la validación de un enunciado dependiera del lugar o el momento en el que se formula. Lo que dijo ayer Iglesias es sencillamente falso. No deja de ser una paradoja que Iglesias ahora invoque la Universidad como un recinto sagrado en el que se tiene que respetar la libertad de opinión, cuando él participó como profesor en un escrache a Rosa Díez en el mismo escenario hace algunos años.

Destaca que:

Lo que el discurso de Iglesias refleja es una intolerancia patológica a la libertad de expresión y una incomprensión del papel de los medios en una sociedad democrática. Los políticos no están para enjuiciar a los periódicos ni para denigrar a los periodistas. Cuando actúan como Iglesias, están cuestionando el derecho a la información que constituye el pilar básico de la participación política.

Como decíamos, el inconsciente le traicionó cuando aseguró que nunca vería un titular que dijese algo así: «Vamos a hacer que España se masturbe con nosotros». Y lo hizo porque esa frase pone en evidencia -aunque sea en clave irónica- que lo que desea Iglesias es el halago desmedido de los medios y que no entiende la crítica porque posee una desmesurada autoestima.

Subraya que:

Iglesias es un dirigente político con talento y con carisma, pero su vertiginosa ascensión le ha hecho perder el sentido de los límites. No hay más que recordar las descalificaciones e insultos que repartió en la primera votación de investidura de Pedro Sánchez cuando faltó al respeto a sus adversarios políticos en un ejercicio de prepotencia.

El líder de Podemos debería ser más autocrítico consigo mismo y más benévolo con los demás porque ni él, ni nadie, en este mundo es perfecto. Lo que no es de recibo es que vaya dando clases de ética cuando es incapaz de ocultar su afán desmedido de poder o que se envanezca de sus pretendidas aptitudes intelectuales.

Y remata:

Iglesias subrayó que estaba seguro de que los medios silenciaríamos hoy los prolongados aplausos con los que fueron acogidas sus palabras en la Complutense. Al contrario, los resaltamos porque demuestran que existe un sector en la sociedad española que no distingue el bien y el mal, lo que explica mucho de lo que está pasando en este país, en el que lo nuevo está reproduciendo las peores conductas de lo viejo.

Nuestro periódico ha sufrido frecuentes ataques de dirigentes políticos de todas las ideologías por su determinación en denunciar los abusos de poder. Nada nos hará cejar en ese empeño.

El editorial de La Razón le escupe sus relaciones con esos regímenes totalitarios donde la libertad de prensa es poco menos que una quimera:

No es la primera vez que Pablo Iglesias se refiere a los medios de comunicación menospreciando el trabajo de los periodistas. Ayer fue la última vez. Dijo que aquellos que cubren la información de Podemos están «obligados profesionalmente a hablar mal», refiriéndose a un redactor de «El Mundo». Recordemos que este partido llegó a proponer una ley para que los medios de comunicación estuviesen sometidos a control público, «por lo menos una parte», suponemos que los afines.

Subraya que:

Hace unos días vimos las fotografías de un Iglesias posando para un semanal con la melena suelta, como cualquier estrella del «couché», complaciéndose como símbolo político-sexual. Comprendemos que ese formato sea el que le guste a este político con experiencia periodística en una cadena de televisión pagada por Irán, una teocracia ejemplo de libertad de expresión; que siempre hablen bien de él y que sólo destaquemos sus puestas en escenas «agitprop» y engoladas declaraciones, pero lo cierto es que lo pone muy difícil.

Finaliza apuntando que:

El periodismo es memoria y hemeroteca y, dentro de lo posible, aproximarnos a la verdad de los hechos. Y la verdad de Pablo Iglesias es que es un acérrimo defensor de la Venezuela de Chávez, régimen que persigue a los medios de comunicación independientes, además de admirar otras experiencias políticas más dolorosas en las que los periodistas siempre molestaron.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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