Jamás he oído a un solo profesional que defienda a Cebrián, pero en cambio es rarísimo leer una crítica por escrito
«Deslicé un mensaje cifrado en la que iba a ser mi última colaboración en ‘Tentaciones’ ese mismo día, envié el artículo y tres semanas después llegaba a los quioscos». Así confirma Juan Soto Ivars como perpetró su particular sabotaje en el suplemento de El País, donde llamó «Calígula» al presidente de Prisa, Juan Luis Cebrián–¿Han colado un mensaje oculto en ‘El País’?: «Cebrián es un tirano como Calígula»–.
¿Cuales han sido los motivos que le han llevado a hacerlo? Él responde a esta pregunta en un artículo en El Confidencial:
¿Por qué lo he hecho? Porque yo me he criado leyendo ‘El País’, me he formado leyendo ‘El País’ y he conocido España leyendo ‘El País’; porque llevo años viendo cómo convierten un periódico lleno de profesionales excelentes en un cortijo al servicio de su acreedor.
No quiero que lo que he hecho se entienda como un ataque al periódico, porque es una defensa. Tengo muchas ganas de que ‘El País’ vuelva a ser lo que fue.
Pasa una cosa alucinante si lees la primera letra de cada frase de la columna de @juansotoivars en Tentaciones pic.twitter.com/FRad5zi2LS
— El Hematocrítico (@hematocritico) 29 de mayo de 2016
Soto Ivars confirma que la definición de Cebrián que coló a través de ese mensaje cifrado se la ha oído previamente a varios trabajadores de Prisa, que la usan para referirse al mandatario de la compañía:
Esta no es una idea original mía, esto debo admitirlo. Esa frase la he copiado, se repite en ‘petit comité’ entre muchos de los trabajadores de su empresa.
Pasa lo mismo fuera: hace muchos años que trabajo en este mundillo y jamás he oído a un solo profesional que defienda a Cebrián, pero en cambio es rarísimo leer una crítica por escrito. Cebrián no impone respeto, sino miedo.
Evidentemente, y tras esta «astracanada», como el propio autor la define, ha preferido coger las maletas y marcharse antes de ser despedido tras lo ocurrido:
El sábado, con el ‘Tentaciones’ en los quioscos, escribí al director de la revista para confesarle lo que había hecho y para que la explosión no le pillase desprevenido.
En el mismo ‘mail’ dimitía de mi colaboración, por seguir con la coherencia, y por no darle el gusto a quien tiene el poder para despedir a quien le dé la gana de allí.
El terror que impone el poder libra a los poderosos de muchos dardos de poetas y sátiros, pero alguno se les clava de vez en cuando a traición. En los tiempos de Calígula, aparecían pintadas en las paredes de Roma que lo retrataban follándose a su hermana, porque cada época tiene sus códigos de subversión.
Y es que el tal Calígula no fue precisamente un dirigente ejemplar cuando le llegó la hora de hacerse con las riendas del Imperio Romano.
Las alocadas reformas públicas y urbanísticas -y con las cuales podría establecerse un símil cuando el otrora director de El País se lanzó a la OPA al 100% de Sogecable- acabaron por vaciar el tesoro.
Y finalmente, acuciado por las deudas, puso en marcha una serie de medidas desesperadas para restablecer las finanzas imperiales, entre las que destacó la de pedir dinero a la plebe. Muy al estilo de cuando Cebrián comentó a los cuatro vientos eso de que «no podemos seguir viviendo tan bien» antes de ejecutar nuevos despidos.