LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Ignacio Camacho reconviene a Sánchez: «Quiere ser presidente sin ganar unas elecciones, pero al menos debe vencer un debate»

"Rajoy se fue contento por haber escapado de una encerrona con sus propias limitaciones"

Antonio Burgos: "El inútil debate ha debido de ser muy útil: para aumentar la abstención, claro"

La resaca del debate a cuatro del 13 de junio de 2016 es analizada este 15 de junio de 2016 con profundidad en las tribunas de opinión de la prensa de papel. Todos vienen a coincidir en la debilidad del líder socialista, Pedro Sánchez, y que, en líneas generales, la cita tampoco sirvió para convencer a los que están dudosos de ir a votar el próximo 26 de junio de 2016.

Arrancamos en ABC y lo hacemos con Ignacio Camacho que hace una valoración más en profundidad de cómo estuvieron los líderes políticos en el debate a cuatro del 13 de junio de 2016. Ganador como tal no cree que hubo, pero sí un perdedor, el socialista Pedro Sánchez:

Y dale con ganar y perder. Que no, que los resultados de un debate no se miden en esos simples términos de competencia, principalmente porque los candidatos compiten ante todo consigo mismos. Con sus expectativas y sus deseos. Es así como hay que valorar el de la noche de San Antonio: evaluando cómo entró cada cual y como salió, y en qué medida han podido activar una percepción positiva del electorado. El debate no les medía tanto entre ellos como a cada uno respecto a sus propios intereses de campaña. Más que votos directos, lo que podían ganar o perder era el elemento intangible que determina en los votantes un estado de ánimo.

Sobre el candidato del PP:

Así, Rajoy se fue contento por haber escapado de una encerrona con sus propias limitaciones. El presidente sabe que mengua en la televisión y se conformó con no quedar como un pasmarote. Sufrió pocos aprietos y se sintió suelto y socarrón como cuando comparece en el Parlamento. El formato múltiple le benefició como calculaba; le permitió protegerse bajo el fuego cruzado y ni siquiera tuvo que elegir adversario. Para él era un mal trago que había que pasar del modo menos cruento posible y lo logró. Su mensaje fue rígido, como siempre, pero en aguante no tiene rival. Cumplió su objetivo, que era tan conservador como él: salió prácticamente intacto.

Del líder de Ciudadanos dijo que:

Rivera en cambio tenía que arriesgar y lo hizo: en una discusión polarizada se abrió paso a guantazos. Eligió adversarios a derecha (Rajoy) e izquierda (Iglesias) y les buscó las cosquillas en una neta táctica ofensiva. Buscó apoyos de centro-derecha hostigando a Podemos y marcó distancias con el PP en la corrupción. Lo que piden sus electores jóvenes y urbanos. Quizá haya sido él quien sacase más rentabilidad; se hizo notar y encontró un hueco difícil, un protagonismo bien porfiado.

Iglesias pierde cuando se disfraza, pero iba con un propósito claro. Quería esconder su perfil cimarrón, el de la cal viva, el que gusta a sus simpatizantes más montaraces, para hurgar en la bolsa del PSOE en busca de más votos. Tiene la ventaja de que los suyos no le reprochan la impostura y recostado en ese colchón de complacencia apostó sobre seguro a su dominio del medio; es de largo el mejor comunicador de los cuatro. A costa de perder empuje fingió moderación con todo aplomo, sabiendo que su éxito consistía en limar aristas y sujetar sus demonios.

Y sobre el cabeza de lista socialista:

Sánchez también quiso, como Rivera, abrirse una ventana de oportunidad pero no pudo con la persiana. Sigue titubeando entre atacar a Podemos o hacerle la pelota y en esa vacilación se retrata como un en busca de ayuda. Acomete mal y se defiende peor; ni sacó a Iglesias de su zona de confort ni se acomodó en la suya. Si alguien salió perdedor fue él. Quiere ser presidente sin ganar las elecciones pero debería al menos tratar de ganar un debate. San Antonio es el patrón de las cosas que no aparecen, no de las causas perdidas.

Para Antonio Burgos el debate sólo ha servido para una cosa, para que aumente la abstención:

No sé si en su pueblo las habrán puesto, pero en el mío no han colocado en la presente y más que rarita campaña electoral ni una sola banderola de propaganda de los partidos. Las farolas están que da gloria verlas, sin ningún señor arreguinchado a ellas desde un cartel que nadie lee y con un lema que a nadie le importa. Las avenidas están preciosas, florecidas con el amarillo de las tipuanas, sin esta contaminación visual de la cartelería que pagan con unos créditos que luego, encima, les condonan los bancos. Hogaño no hay banderolas. Y No Passsa Nada porque no hayan puesto esta vez colgajos en las farolas. No se han tirado el farol de las farolas. Y todos tan contentos.

Añade que:

Como igual de contentos hubiéramos estado si hubieran prescindido del bochornoso debate televisivo. Noche de doble bochorno fue la del lunes: «un día de San Antonio» como en la letra de «El Relicario», pero sin ir hacia El Pardo, sino hacia La Moncloa. Hacía bochorno en el sentido de la primera y segunda acepciones de la palabra: «Aire caliente y molesto que se levanta en el estío» y «Calor sofocante». Pero sobre todo sentíamos bochorno al ver a los cuatro gachés que quieren salvar a España. Sentíamos bochorno en la cuarta acepción de la voz: «Desazón o sofocamiento producido por algo que ofende, molesta o avergüenza». No ofendían, más que unos a otros de vez en cuando: pero muy poco, casi nada, sin duelo a primera sangre. Ni molestaban, porque para eso los televisores tienen un archiperre maravilloso, el mando a distancia, que le pegas un toque y te quitas de encima a estos cuatro señores pesados, pesados, pesados. Pero avergonzaban. Bastante. Avergonzaba el nivelito del llamado debate. ¿Debate? ¿Quién debatía nada con nadie, si era una yuxtaposición de discursos preparados previamente, la repetición como loritos de las cifras económicas que les habían buscado los asesores?

Considera que el nivel del debate fue más bien mediocre:

Tapaditos y calladitos, sin debate, hubieran estado mucho más guapos, por inéditos. Por eso mantengo que como han sobrado las banderolas electorales y no ha passsssado nada, sobraba este debate en el que hemos descubierto que no son precisamente 4 lumbreras, 4, los impresentables que se presentan con la pretensión de presidir el Gobierno del Reino de España. Mi conclusión del debate es bien triste: ¡en qué manos estamos! ¡En qué manos podemos caer! ¡Qué nivelito! Este no es el PSOE de don Julián Besteiro. Esta derecha no es la de Cánovas, precisamente, o la de Gil Robles, sin ir tan lejos. Estos comunistas no son los de Carrillo, que tenían un sentido de Estado que los que ahora pasan por tales no conocen. Ni este Frente Popular que quieren crear es el de Largo Caballero y Martínez Barrio. Como tampoco en la derecha hay una CEDA. Bueno, sí, hay «un» ceda, no «una» CEDA: «Ceda el paso». «Ceda el paso al Pacto Populista de Perdedores con su miedo a aplicar la mayoría absoluta para reformar la ley electoral a fin de que gobierne la lista más votada». Y póngase de perfil para molestar lo menos posible. Y no cite lo de los ERE de los trincones de Andalucía. Hágalo todo según Arriola: «¡Marchando una de perfil plano!». Que verá usted cómo van a volver a quedar como Cagancho en Almagro o como Rafael de Paula en Jerez aquella tarde que pegó un petardo tan gordo que, emberrechinado, se cortó la coleta él mismo, en forma de arrancamiento de la castañeta, que mandó a tomar por saco.

Y se hace una pregunta esencial, la pasta qué ha costado ese debate a cuatro:

¿Y cuánto nos ha costado este inútil debate? ¿Y quién lo ha pagado? ¿Pero han reparado en el ridículo de la puesta en escena, con el canoso de las canonjías televisivas y el señor calvete de la llamada Academia de TV, encantado de haberse conocido esperando en la puerta a los cuatro impresentables que se presentan como si fuera a llegar la Reina de Inglaterra en persona y ¡en carroza! Como decía el viejo anuncio de la tele contra la violencia en el fútbol: «¡Qué bochorno, papi!» Qué nivelito. El inútil debate ha debido de ser muy útil: para aumentar la abstención, claro.

David Gistau considera que Rivera, el líder de Ciudadanos, está errando en su estrategia de exigir una y otra vez la salida de Mariano Rajoy como líder del PP:

Como ya hizo en su discurso parlamentario durante la investidura fallida de Sánchez, en el debate Albert Rivera volvió a mandar un mensaje a sus contemporáneos del PP: desháganse de Rajoy, extírpenselo, hagan que con él se marche por el sumidero la generación del «Luis sé fuerte» y el «Es que te quiero, coño». Y entre nosotros, guapos y nuevos como lo somos, renovaremos España sin dejar hueco en esa tarea para que se cuele el populismo. Rivera como emancipador de la derecha, a la que presenta como si estuviera cautiva de un sexagenario «ancien régime» que tapona el advenimiento de lo siguiente cuando hasta la portería de la Selección ha sido liberada.

Explica que:

Rivera necesita cobrarse la pieza de Rajoy para no abrazarse sin más al mismo partido que antes señaló como el inmundo pozo que irradia corrupción. En ese sentido, su prejuicio contra Rajoy se debe más a la voluntad de no arruinar su propia imagen con contradicciones que a una verdadera inquietud moral por España. Rivera comparte además una idea que ha hecho fortuna en Podemos: cualquiera que haya estado en activo durante los años cleptocráticos ahora destapados es un presunto culpable, la «regeneración» ha de hacerla gente sin pasado aun cuando pertenezca a un partido que sí lo tiene. Cuando Rajoy utiliza la condescendencia para burlarse del «amateurismo» de los candidatos jóvenes, por añadidura se está resistiendo a la destrucción de capital humano que supondría la exclusión de los veteranos sospechosos del concepto de nueva transición que, al haberse llevado por delante incluso al Rey anterior, declara que no está a salvo nadie en edad de tener recuerdos personales del 23-F.

El error de Rivera consiste en que ningún partido político consentirá nunca que los procesos internos se los imponga el adversario. Ni siquiera los procesos necesarios. De alguna manera, Rivera conspira para levantar facciones antagónicas en el rival e invita a la traición a sus contemporáneos del PP. Como cuando, en el frente ruso, la propaganda soviética alentaba por megafonía a los alemanes a matar a sus jefes y rendirse para comer caliente. Rivera logrará blindar a Rajoy hasta de sus propios conspiradores internos. Digo que es un error porque, después de las elecciones, Rivera estará incapacitado en la posible negociación por un requisito autoimpuesto de imposible cumplimiento. Y, ante esa misma sociedad que ya no tendrá paciencia alguna con los políticos incapaces de llegar a acuerdos, el PP le echará encima una presión formidable: Rivera, dirá, es el hombre que impide que España tenga gobierno por culpa de un prejuicio personal contra el candidato que ganó las elecciones y contra el cual su propio partido no ha abierto proceso de sucesión alguno. Es muy probable que al final todo dependa de cómo se solucione esta presión. Pero no veo a los jóvenes del PP asesinando por la espalda a Rajoy sólo porque lo desea Rivera. No digo que no sean capaces, digo que ahora no pueden.

En El Mundo, Federico Jiménez Losantos destaca en su tribuna que echó de menos en el debate dos temas esenciales, la quiebra del Estado de Derecho y la amenaza yihadista:

Desconozco si el debate de la Academia de las Artes y las Ciencias de la Comunicación, cuyo nivel técnico se acerca al de la Sima de los Huesos de Atapuerca pero queda, ay, muy lejos del bisonte de Altamira, cambiará mucho la intención de voto de los llamados indecisos, que así llaman las encuestas a los reservones o pasotas.

Lo que sí sé es que los titiriodistas y los titiricandidatos no debatieron acerca de los dos mayores problemas que tiene España; tan graves que no se atreven ni a mentarlos.

Apunta que:

En el interior, el problema esencial es el de la crisis nacional y la quiebra del Estado de Derecho que debe garantizar la libertad y la igualdad de los españoles ante la Ley pero que, en buena parte de España, ya no garantiza absolutamente nada. En el exterior, el gran problema de los países occidentales es el del terrorismo islámico, al que por no llamar terrorismo y, sobre todo, para no llamarle islámico, la Academia de Atapuerca y los Candidatos de Guisando asumieron la falsificación de Obama, que, presa de pánico electoral, atribuye a las armas la ideología que niega a los que las disparan. Los candidatos salvo Rajoy y los dizque periodistas, salvo tal vez Vallés, han aprendido a decir LGTB a cambio de olvidarse de decir Islam.

La dictadura de lo políticamente correcto, implacable en su censura y feroz en sus silencios, ha extendido la elusiva doctrina obamita a la ETA, que pese a mandar en el País Vasco y Navarra y a que su líder, el terrorista Otegui, ha sido recibido a hombros en el golpista Parlamento de Cataluña, ha sido borrada de la realidad político-mediática, como si ese siniestro pasado no actuara sobre el turbio presente o como si el desmemoriado presente no amenazara el futuro. Por supuesto, si los abogados de los etarras que asesinaban a policías embarazadas hubieran conocido esta moderna ideología de la exculpación, hubieran atribuido los delitos de sus clientes a «enajenación patriótica transitoria con atenuante de herencia heteropatriarcal insuperable». Un juez carmenita los hubiera condenado a recoger colillas un fin de semana y, hale, a la calle, a hacer patria.

Salvo el iletrado Iglesias, que luce todavía más tupé, y a veces el siniestrado Snchz, los candidatos contestaban, mal que bien, a las preguntas. Pero sobre lo realmente importante nadie preguntó y nadie contestó.

Santiago González afirma que Pedro Sánchez fue incapaz de remontar el vuelo de unas encuestas que le vaticinan un cacharrazo impresionante y sobre Pablo Iglesias se muestra muy crítico con sus formas expresivas y su indumentaria, más parecida a la de un camarero:

No imagino a un solo indeciso convencido por el debate a cuatro. Rajoy lo llevó preparado, soslayó bastante bien la coalición sectorial de los otros tres y acertó en su autorretrato de maestro de guardería: «Aquí no se viene a hacer prácticas; se llega ya aprendido». El otro candidato que mejoró sus expectativas previas fue Albert Rivera, que a priori salía como cuarto, pero que se creció e irrumpió con brío en el debate, sacudiendo a derecha e izquierda. Podría haber sido el ganador, si no fuera por lo pastueño que se mostró ante Sánchez, como si aún fuese rehén del acuerdo de los 131 escaños, sin tener en cuenta que aquello fue en otra legislatura, que fue derrotado en el Congreso por dos veces y que ni siquiera tienen ya el débil soporte de Ana Oramas.

Detalla que:

Pedro Sánchez lo tenía muy difícil para remontar la caída que le pronostican todas las encuestas, pero tampoco hizo méritos. Abusó de la coalición del no entre Rajoy e Iglesias en oposición al cambio que él encarnaba, mientras Pablo le fraseaba tiernamente: «Te equivocas de adversario, Pedro».

Iglesias perdió vuelo casi desde el principio. Confundió su papel de candidato con el de tertuliano, ya desde el atuendo. No tuvo en cuenta que un candidato a presidente está obligado a hacer semblante. La camisa blanca (de su esperanza) remangada no valía para el momento. Sólo le faltaba una rodea colgada del cinto para componer la imagen de un camarero de chiringuito. Él, que había descolocado a Pedro vistiendo smoking para la noche de los cómicos y que en el mismo día había lucido camisa Alcampo para ver al Rey y por la tarde se calzó corbata para un mitin de partido.

Con todo, lo peor fue lo conceptual. Pablo sólo ganó el debate en opinión de sus tuiteros y para la encuesta de La Sexta, en la que seguramente la población muestral la integraban Antonio Ferreras e Iñaki López.

Y remacha:

Fue impresionante su afirmación de que el PP había aumentado los millonarios en España en un 40%. Ahí también falló Rajoy por insuficiencia expresiva. Tras oír eso debería haber alzado los brazos y recorrer el plató como Ali el ring después de tumbar a Liston. No cabe mayor homenaje a la política económica de un adversario, ni confesión más acabada de la enemistad de la izquierda con los ricos, a los que Pedro, en un despiste antológico para un socialdemócrata llamó «los votantes del señor Rajoy». Cualquier alumno de 1º de Economía podría aclararle a Pablo que su plan para aumentar la recaudación subiendo los impuestos ¡al 2% de los españoles! bajándoselos al 98% restante es una estupidez cósmica. No hay masa crítica, es triste, pero es así la vida.

Un mérito sí tuvo. En un debate que arrojó dudas preocupantes sobre la posibilidad de que estos cuatro candidatos sean capaces de tejer un acuerdo que nos evite las terceras elecciones, él fue el único que planteó una alianza posible al PSOE: «Si tú ganas te hago presidente; si gano yo me votas a mí». Esta última opción requiere una condición adicional: que Pedro Sánchez llegue vivo a la mañana del día 27.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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