LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Luis Ventoso ajusticia a Rivera: «Por ser guapete su mentira de no apoyar a perdedores le sale gratis»

"No hay que ser Isaac Newton para deducir que si el de Ciudadanos ayuda a dinamitar a Rajoy, está facilitando un Gobierno de Sánchez con Iglesias"

Nuevo festival de palos para el líder de Ciudadanos en las tribunas de opinión de la prensa de papel de este 18 de junio de 2016. A Albert Rivera, como ya le pasara en la campaña electoral del 20 de diciembre de 2015, se le hacen largas las dos semanas de mítines y encuentros varios que tiene que afrontar cualquier líder político. Y, claro está, las contradicciones le aparecen como setas en un bosque húmedo.

Arrancamos en ABC y lo hacemos con Luis Ventoso, que ajusticia a Rivera por sus trolas y por creerse poco menos que el guardián de las esencias democráticas de España:

Por su discreta posición electoral (40 escaños, cuarta fuerza), Ciudadanos es lo que en cualquier democracia acrisolada se denomina un «partido bisagra». Una formación cuya principal razón de ser es engrasar las mayorías de otros partidos, ejerciendo una función controladora de las intemperancias de sus socios de más tamaño. La decisión más importante que toma un partido bisagra como Ciudadanos es la de a quién ayudará a hacerse con el poder.

Albert Rivera, que se presenta como paladín de una «nueva política», donde el ciudadano es lo primero, se le habla claro y jamás se le engaña, ha sido opaco con su política de pactos e incluso ha engañado abiertamente a los «ciudadanos» españoles. El 18 de diciembre, a las puertas de las elecciones, anunció con solemnidad lo siguiente: «Votaré «no» a quien intente formar un grupo de perdedores para desbancar a una lista que gana las elecciones, porque España va mal, pero puede ir peor».

Detalla que:

Pero de una manera zigzagueante, poco clara, enredándolo todo con su brillante palabrería, acabó haciendo justamente lo contrario: firmó un pacto formal con el PSOE para intentar hacer presidente a Sánchez, que había logrado el resultado más infame de la historia reciente del Partido Socialista.

Ahora, tras cansinos meses de regates dialécticos, frases resultonas y eslóganes huecos, Rivera ha aclarado de nuevo sus intenciones, acosado por las preguntas de los periodistas. Su confesión -si es que esta vez dice la verdad- es que jamás apoyará un Gobierno del previsible ganador de las elecciones, Rajoy, ni siquiera lo facilitará con una abstención de Ciudadanos. El corolario de tal afirmación es sencillo: votar Ciudadanos acercará a España a un Gobierno con Podemos dentro, cuando la formación que acaudilla Iglesias supone el mayor peligro para nuestro país desde que recuperamos la democracia, pues amenaza el bolsillo, la unidad del Estado y las libertades personales.

Y concluye:

Las cosas son mucho más sencillas de lo que muestra la hojarasca verbal de Rivera. Dada la debilidad del PSOE y del PP, solo hay tres alternativas: 1) Un Gobierno en minoría del ganador de las elecciones, el PP, tolerado por PSOE y Ciudadanos. 2) Un Gobierno de Sánchez e Iglesias, el «cambio de izquierdas». 3) Nuevas elecciones. No hay que ser Isaac Newton para deducir que si Rivera ayuda a dinamitar la opción 1, está facilitando la opción 2.

Una pena que un político bienintencionado y con dotes como Rivera, cuya ideología coincide al 98,6% con la del PP, esté empezando a desbarrar. Su afirmación en el debate televisivo de que nueve de cada diez empleos son temporales, cuando en verdad el 75 por ciento de los contratos son fijos, es un patinazo que dicho por Donald Trump o Jeremy Corbyn en sus democracias anglosajonas los convertiría en el chiste nacional y prácticamente los inhabilitaría como candidatos. Pero aquí si hueles fresco, eres guapete y hablas rápido, mucho y bien, los gazapos y las mentiras al público («votaré «no» a quien intente formar un grupo de perdedores») parece que salen gratis.

Ignacio Camacho comenta la estrategia electoral seguida por los dos grandes partidos, buscando votos por donde sea, incluso en campos de alcachofas:

Entre prados de vacas y plantaciones de alcachofas, Mariano Rajoy ha salido esta semana a buscar el voto destripaterrones. El de esa España rural en cuyos silos se almacena la última esperanza del bipartidismo. El granero que guarda la memoria del señor Cayo de Delibes a salvo de la cobertura de las redes sociales donde crepita el fragor propagandístico de los emergentes. Una España mayor de 60 años que escogió su primera papeleta en la Transición y la conserva década tras década como una reliquia biográfica. No por casualidad, en esos mismos días Albert Rivera le clavaba al presidente el estigma del veto en los salones del Ritz de Madrid, donde las alfombras son tan mullidas que casi se tragan los zapatos. Hay todo un tratado de edafología electoral en esas dos instantáneas que sintetizan por el tipo de suelo que pisan los candidatos sendos modelos sociológicos de campaña.

Apunta que:

La brecha entre los partidos tradicionales y los nuevos tiene una doble naturaleza territorial y generacional. Podemos y Ciudadanos crecen y se multiplican en ámbitos de clase media y joven, gente familiarizada con las nuevas tecnologías y un sistema de vida esencialmente urbano. PP y PSOE se refugian ya sin tapujos en el ambiente agrario, entre una población madura o envejecida, acostumbrada a una rutina vital refractaria a los cambios, impermeable a los gurús de la moderna política que dan la matraca con eso del «relato». Son las actuales dos Españas. La dinámica y la estática, la novelera y la inercial, la digital y la analógica, separadas por la doble barrera del paisaje y de la edad. La clave está en que el sistema De Hont protege a las zonas despobladas y las provincias agrarias resultan decisivas en el reparto de escaños.

Para el PP, hegemónico entre los mayores de 65 y claramente descolgado entre los menores de 45, resulta esencial defender su posición de ventaja en el medio rural, entre los valles del Norte y el secano de Castilla. Algo parecido hace el PSOE en sus feudos clientelares y subsidiados de Andalucía, Extremadura y La Mancha: batir las comarcas donde pesa el conservadurismo social de una existencia de tiempos lentos y acompasados. El cachondeo twittero de las alcachofas marianistas tiene algo de complejo de superioridad, de desdén urbanita por el modo de vida provinciano. Una cierta arrogancia que menosprecia el axioma democrático de la igualdad de todos los ciudadanos.

Y remata:

En esa España de predios abiertos y circunscripciones cerradas se libra, sin embargo, una batalla crucial que ya en diciembre sostuvo el acusado declive de los partidos dinásticos. El marianismo pretende resistir en el campo, entre partidas de dominó y copitas de anís bajo los atardeceres del incipiente verano. Contra la rebelión de la ingeniería política que le acosa en las grandes ciudades, Rajoy ha cifrado su supervivencia en la búsqueda de una mayoría agropecuaria.

Salvador Sostres comenta la heroicidad que supone instalar pantallas en la Ciudad Condal para ver a la Selección Española en la Eurocopa de Francia:

Lo que hace no demasiados años hubiera sido una simple expresión forofa tiene en estos días previos a las elecciones de la semana próxima algo de resistencia heroica justo antes de que los bárbaros entren en la ciudad.

La selección española, y las pantallas gigantes que finalmente Albert Rivera ha conseguido instalar en Barcelona con la argucia de ponerlas en el recinto de sus mítines, son la última metáfora de una continuidad cívica, legal y moral que puede quedar abruptamente interrumpida si el populismo llega a gobernar o a condicionar el Gobierno de España.

Añade que:

El hecho de que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, haya prohibido la instalación de pantallas gigantes para seguir los partidos de España, como si el mero nombre le molestara, en la avenida María Cristina, o en el Arco de Triunfo, donde los más grotescos mamarrachos han podido dar allí sus -por decirlo de algún modo- conciertos, constituye un ataque tal a la normalidad institucional de un país que dentro de unos meses, cuando Podemos y sus marcas blancas empiecen a arrancarse la piel de cordero para mostrarse como en verdad son, no podremos decir que no tuviéramos indicios que señalaban todos en la misma dirección.

Oscuros tiempos se acercan: lo sugieren las encuestas y la falta de reacción de una sociedad atrofiada de excedente. Hemos vivido demasiado bien, y no sólo no lo valoramos, sino que lo despreciamos diciendo, con la osadía del subvencionado, que no tenemos nada que perder. Es lo mismo que me cuentan unos amigos empresarios, hoy exiliados de Venezuela: «Éramos felices y no nos dábamos cuenta».

La selección es el último vestigio de lo que fuimos. Démonos cuenta de que somos felices y pongamos a salvo lo mucho que, por estúpidos, podríamos perder. Eso, si es que todavía estamos a tiempo.

En El Mundo, Rafael Moyano se muestra más receptivo con Albert Rivera del que alaba que haya encontrado su sitio en el panorama político. En otras palabras, que se haya definido:

«Espero que el sillón de Rajoy no bloquee España. Votar a Rajoy hoy es votar un bloqueo, el bloqueo de un país. Hablaré con el PP, pero no con quien cobró de Bárcenas». Albert Rivera ha encontrado un parapeto con el que defender la independencia del voto a Ciudadanos y lo va a explotar hasta el final de la campaña. Con la agilidad dialéctica y la habilidad de envolver el mensaje que quiere trasladar, el líder centrista (el de la centralidad es uno de esos mensajes) insistió en el Foro de EL MUNDO en que los partidos deben dejar claras sus preferencias postelectorales. Se lo exigió al PSOE y luego expresó las suyas: ayudará al PP siempre que Rajoy no sea el candidato.

Resalta que:

Rivera reivindica el centro y se vanagloria del peso de su partido en el centro político europeo. Reivindica, también, su papel clave por ser el partido de la regeneración: «No habrá estabilidad política sin regeneración». Lo lógico sería que Ciudadanos recogiera el voto del descontento más organizado, más del sistema. Eran sus expectativas para el 20-D y lo son para el 26-J. La ecuación es sencilla: debería quedarse con los cabreados más progresistas del PP y con los más moderados del PSOE.

De eso se han nutrido siempre los partidos de centro, de una amalgama de ideologías próximas con el nexo común del orden y la estabilidad. De ahí surgió Unión de Centro Democrático y también por esa causa murió. No es este el caso. En lo único en que se parecen es que Ciudadanos también es un partido en torno a un líder, y UCD rodeó y articuló el proyecto de Adolfo Suárez. El centro de hoy no es el de hace 35 años, ese que Alfonso Guerra, con esa habilidad especial para apuntillar a sus enemigos, definió así: «La mitad de los diputados de UCD se entusiasma cuando oyen en esta tribuna al señor Fraga y la otra mitad lo hace cuando quien habla es Felipe González».

Dice Rivera que Ciudadanos no es fruto de un calentón: «Somos nuevos pero no somos». Nuevos en la política nacional, pero veteranos y sufridores en la catalana. Se le nota por lo suelto que anda cuando habla de esa tierra natal que se le quedó pequeña, y considera una heroicidad tener más de tres millones de votos en toda España partiendo de sus tres escaños en el Parlament. Es lo extraño, que al final haya ocupado un espacio de centro un partido nacido como contención al nacionalismo catalán cuando ya se estaba abriendo hueco trabajosamente una fuerza alternativa al bipartidismo. Nunca sabremos qué hubiera sido del nuevo centrismo español si UPyD y Ciudadanos hubieran unido sus fuerzas. Pero ambos eran partidos en torno a un líder y ninguno de los dos parecía dispuesto a ceder espacio. Visto lo visto, Rosa Díez fue la que midió peor. Albert Rivera, que buscó desesperadamente el acuerdo con la formación ahora prácticamente desparecida, no quiere ni oír hablar de ella: «La diferencia con UPyD es que ellos proponían cambios y Ciudadanos viene a hacerlos». No sabemos lo que hubiera pasado, pero la formación de Rosa Díez le habría dado más poso ideológico a la de Rivera, algo que ahora construyen a marchas forzadas en Ciudadanos.

Y sentencia:

Estos seis meses de política en funciones a Ciudadanos le han servido para madurar, es como si ahora hubiera encontrado su verdadero sitio. Antes del 20-D, Rivera jugueteó con Podemos para extender el mensaje de que ambos encarnaban la nueva política frente a la vieja del PP y PSOE. Ahora ha puesto distancia, ha roto su colegueo con Iglesias: «Podemos es venganza y nosotros justicia». Admite que tanta cercanía puede haber sido un error porque en este medio año el populismo ha enseñado su verdadera cara, «aunque ahora vuelva a esconderla». En su aspiración por encontrar el centro genuino entre PSOE y PP ha terminado definiendo los extremos a los que atacar: de un lado Podemos, que oculta su ideología tras el desencanto y que sólo está pensando en el poder, y de otro Rajoy, que no el PP: «Hay dirigentes del PP que me han dicho que quieren regenerar o renovar su partido, pero no se atreven».

Lucía Méndez habla sobre el ‘caso Torbe’, resucitado gracias a la imprudencia del líder socialista Pedro Sánchez:

La declaración de una testigo protegida -dedicada a la prostitución- vinculando a varios futbolistas de élite con una trama de explotación sexual ensombreció el estreno español en la Eurocopa. El portero de la selección, David de Gea, era uno de los señalados. El escándalo, sin embargo, duró menos de un suspiro. El suspiro de alivio general cuando se supo que no había pruebas de delito. Las grabaciones sólo demostraban que De Gea y sus colegas se iban de putas. Ah, bueno, lo normal. Los futbolistas ya se sabe. Casi es una tradición que se vayan de putas. Igual que tienen debilidad por los coches deportivos. Nada raro.

Subraya que:

Casi nadie ha concedido la menor importancia al hecho de que el portero de la selección, un chico rico, joven y guapo, recurra a un tipo indeseable y sórdido como el tal Ignacio Allende Fernández, alias Torbe -acusado de trata de seres humanos, agresión sexual y corrupción de menores- para contratar servicios de mujeres explotadas. Según parece, Torbe era un fanfarrón muy reconocido en el inframundo de los supermercados de carne de mujer. Ni siquiera el bueno de Vicente del Bosque, el de la España de los valores morales, ha concedido trascendencia a los pequeños vicios del portero que para los goles.

Y se pregunta:

¿Por qué los futbolistas jóvenes, guapos y ricos se van de putas? Sindy Cales en lamarea.com, ha aclarado que no es sólo sexo. «Lo que les pone cachondos es el silencio» que esas mujeres guardarán de por vida. Pagan por su discreción, para que no les molesten. Por eso los futbolistas no tienen interés en saber si las chicas que contratan para el servicio están allí de forma voluntaria o forzada.

Las mujeres revolucionaron el mundo occidental en la segunda mitad del Siglo XX. Pero hay raíces antropológicas difíciles de extirpar. Las que teoriza Pierre Bourdieu en La dominación masculina. «Aunque la dominación masculina haya perdido algo de su evidencia inmediata, algunos de sus mecanismos siguen funcionando. Las mujeres sólo pueden aparecer en el orden social como objeto, o mejor dicho, como símbolos cuyo sentido se constituye al margen de ellas y cuya función es contribuir a la perpetuación o al aumento del capital simbólico poseído por los hombres». Y para capital simbólico, el del fútbol, que lo aguanta todo con tal de meter goles o pararlos.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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