LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Alfonso Ussía pone fino a Rivera: «Bastante tiene con arreglar su casa antes de meter las narices en los hogares ajenos»

José María Carrascal desenmascara a Podemos y Ciudadanos: "Tienen la misma labilidad, el mismo culto al líder, la misma cerrazón y el mismo empecinamiento que los partidos clásicos"

Luis Ventoso: "Tras ver a tantos españoles divirtiéndose en Niza, espero que laSexta me saque pronto de mi error y me devuelva intacta la correcta fe en el apocalipsis"

Palos a Rivera y a Iglesias en las tribunas de opinión de la prensa de papel de este 19 de junio de 2016. Los columnistas vienen a coincidir en que ambos líderes están más que subiditos en esta campaña electoral y empiezan a perder el oremus y a no tener los pies sobre el suelo.

Arrancamos en ABC y lo hacemos con Ignacio Camacho que considera que lo que verdaderamente hace atractivo al líder de Podemos para acumular tantos millones de votos no es su edulcorado camuflaje, sino su primigenia condición de macho alfa:

Acaso no esté lejano el día en que alguien tendrá que estudiar por qué y en qué momento una sociedad de apariencia estable, madura y equilibrada se lanzó por la pendiente autodestructiva del populismo demagógico. Qué clase de factores de psicología colectiva han hecho posible el exponencial crecimiento de una prédica mentirosa hasta convertirla desde la cháchara televisiva en alternativa de poder. Cuándo la plausible voluntad de regeneración de una política colapsada se transformó en un ciego impulso de ruptura revanchista. Cómo seis millones de ciudadanos en su mayoría cultos e informados han podido deslizarse hacia un seguidismo acrítico refractario a toda prueba de contradicción o de contraste.

Asegura que:

Porque lo más llamativo del éxito de Podemos es el modo en que sus simpatizantes aceptan sin la menor reticencia la gigantesca impostura de sus líderes, cada vez más desacomplejados en el transformismo ideológico y menos cuidadosos con su coherencia retórica. Si hay algo que Pablo Iglesias y sus compañeros de partido jamás han ocultado es su incendiario discurso rupturista, la inspiración bolivariana de su proyecto y su sesgo de radicalismo autoritario. Cientos de vídeos, miles de páginas escritas por ellos atestiguan el pensamiento extremista que animó su aventura política. El cuajo con que ahora se presentan como moderados patriotas reformistas no se puede explicar ni siquiera desde una inmensa seguridad en sí mismos; es necesario que se sientan también muy convencidos de que su identidad recién adoptada iba a gozar en la opinión pública de una acogida complaciente y hasta sumisa.

Eso no se consigue sólo mediante el dominio carismático de la propaganda y la política-espectáculo. Hace falta una poderosa intuición de las condiciones en que una sociedad o parte de ella está dispuesta a consumir sin reparos una verborrea oportunista. Podemos ha sido capaz de percibir la necesidad social de autoengaño para levantar un relato de falacias y asentarlo como un estado de ánimo, haciendo valer con todo aplomo una descomunal mentira. Ha establecido el diagnóstico ficticio de un país catastrófico y ha propuesto un tratamiento de curanderismo rayano en el pensamiento mágico. Todo ello con la aquiescencia de millones de electores decididos a utilizar su voto como la pedrada nihilista con que lapidar a un sistema al que han sentenciado como culpable de sus males. Lo que les seduce no es tanto el flamante camuflaje edulcorado de Iglesias sino su primigenia condición de macho alfa alzado para liderar una impetuosa catarsis.

Y sostiene que:

Su mayor logro consiste en haber detectado la oportunidad y darle expresión emocional mediante la construcción de un conflicto a medida. Lo describió recientemente la politóloga belga Chantal Mouffe, viuda del teórico posperonista Laclau: España ha alcanzado el punto de crisis democrática perfecto para que cuaje el momento populista.

Luis Ventoso comenta con mucha sorna el discurso apocalíptico de Iglesias y Rivera sobre lo mal que van las cosas en España hablando de toda la tropa de aficionados de a pie de calle, esos que deberían estar pasándolas canutas, que estaban gozando en Niza con la Selección Española:

Me quedé flipado. Llegué a tiempo de ver la segunda parte del España-Turquía. El equipo del titular del Marquesado de Del Bosque había recuperado la formidable tela de araña del tiki-taka. Aquellos legionarios turcos se volvían tarumbas entre un sinfín de pases eléctricos y no olían la bola. España goleaba jugando de traca. Pero no fue eso lo que me llamó la atención. Lo que me dejó asombrado fue otra cosa: la grada.

Me fío enormemente del profesor Pablo Manuel Iglesias y del gran Albert, líderes que demuestran que se puede hacer política de otra manera. Con su valiente cruzada televisiva nos están liberando de la costra de la casta y de los mandatarios viejunos, toda esa peña cavernaria de más de 45 años, incapaz de ponerle la tapa a un boli Bic. Gracias a que Pablo Manuel y Albert tienen su saco de dormir en los platós, he podido conocer por fin la espantosa verdad: España es un país de chorizos, donde parte de la población está al borde de la inanición, las vacaciones son historia para el 45 por ciento de los ciudadanos, nueve de cada diez contratos son temporales (Albert dixit), la sanidad pública hace tiempo que ha sido desmantelada; la Constitución del 78 es un truño que hay que reformar, o liquidar (Pablito dixit); y todo va de puñetera pena, porque sabido es que crecer un 3 por ciento mientras que Francia lo hace al 1,3 por ciento no sirve para nada, y el hecho de que el pasado mayo haya sido el mejor de la historia para el empleo es solo una desgracia como otra cualquiera.

Explica que:

Como coincido de pleno con el diagnóstico de Pablo Manuel y Albert, no entendía nada viendo las gradas del estadio de Niza. Al principio pensé que todos aquellos tíos que atestaban el graderío con sus camisetas rojas eran muñecos, como los que se instalaban en los trofeos de verano para disimular las calvas en la emisión televisiva. Pero se movían. Incluso parecía que se lo pasaban de coña. Estaban de un humor estupendo, encantados, animando a la selección de su país. Hasta se permitían algunos cánticos tan retrógrados como «ole, ole». ¿Cómo había conseguido ir hasta Niza toda aquella tropa, miles de personas, sabiendo como sabemos que es una de las ciudades más caras de Europa y que los españoles estamos sobreviviendo con el botijo y el bocata de mortadela mientras esperamos un desahucio inminente? Algo no encajaba. Tal vez aquellos hinchas eran todos próceres del Ibex y mangantes de la casta, que habían volado a Niza en sus jets privados. Pero el realizador ofreció unos planos cortos: era evidente que se trataba de gente de clase media, la que aglutina al grueso de los españoles. También resultaba innegable que no se avergonzaban de su país, ni siquiera un grupo de Hospitalet, al revés. Luego pude ver imágenes callejeras. A diferencia de los hooligans ingleses, rusos y otras bestias pardas, aquellos españoles regalaban buen humor, sin fricción alguna con los turcos.

Y sentencia:

Me alegró ver todo aquello y por un momento titubeé. Hasta llegué a pensar que tal vez Pablo Manuel y Albert están pisoteando el ánimo de sus compatriotas con datos sesgados y sofismas televisivos.

Espero que La Sexta me saque pronto de mi error y me devuelva intacta la correcta fe en el apocalipsis.

Por su parte, José María Carrascal tiene cada día más claro que tanto Podemos como Ciudadanos se han convertido en eso que renegaban, en partidos tradicionales, en copiar sus vicios del culto al líder y de la intolerancia al adversario:

¿Qué es Podemos? Pues un collage, un montaje, un cajón de sastre con los más variados elementos; eso sí, el armazón es de hierro. Hoy puede ser leninista, mañana peronista, pasado socialdemócrata, acendrado patriota un día y dinamitero de las esencias patrias al siguiente, antieuropeo aquí y preeuropeo allá, e incluso todo al mismo tiempo, como en botica, dependiendo del tiempo y las circunstancias, como hemos tenido ocasión de comprobar en esta movida y confusa campaña electoral. ¿No será Iglesias un oportunista -me preguntarán ustedes-, alguien que miente cada vez que abre la boca para sacar el mayor provecho posible de cada ocasión? Pues sólo hasta cierto punto, respondo, ya que va más allá del mero oportunismo. A Iglesias, como a Lenin, o a Mao, o a Castro (sin llegar ni de lejos a su estatura como estadista), le importan muy poco esos valores «burgueses» que son la verdad y la mentira, pasa de ellos, como pasa de la izquierda y la derecha clásicas. Lo único que le interesa es el poder, el «asalto al cielo», y para conseguirlo no duda en disfrazarse con cualquier ropaje ideológico y contar todas las mentiras necesarias. Es más, la superioridad moral que se autoatribuye la izquierda, y Podemos es la izquierda pura y dura, le autoriza a ello. No hay que olvidar lo de «el poder llega por el cañón de un fusil» y «los capitalistas nos venderán la soga con que ahorcarles», de los máximos santones comunistas. Ni lo que hicieron, ya instalados en el poder, sus sucesores, fuese Stalin, fuese la mujer de Mao.

¿Y qué es Ciudadanos? Pues una muleta, un soporte, una coartada, la «marca blanca» de los dos grandes y viejos partidos. Creímos en un principio que era la del PP, pero está resultando que es la del PSOE, como se demostró en la alianza coyuntural que hicieron para formar gobierno tras las pasadas elecciones y están dejando ver en el «pacto de no agresión» que mantienen en esta corta e intensa campaña antes de las próximas. Un papel mucho más modesto, pero importante, dado lo complicado que se ha puesto el escenario político español. Que, sin embargo, sea decisivo, está por ver, pues, de continuar las cosas como van, nos encontraremos en el mismo impasse.

Concluye que:

Porque, con toda su aura de novedad, los dos partidos emergentes están mostrando rasgos muy parecidos a los dos clásicos: la misma labilidad, el mismo culto al líder, la misma cerrazón, el mismo empecinamiento. Ahí los tienen ustedes, diciendo que lo que les interesa es el programa y trazando líneas rojas sobre personas. Rajoy es el blanco favorito. Da la impresión de que la entera campaña electoral gira en torno a él, si se va o se queda. Incluso antes de que los españoles emitan su opinión sobre ello. Y sin decirnos con quién van a pactar y, más importante, qué van a hacer si llegan al gobierno. Bueno, Iglesias ya lo sabemos por sus modelos. Pero Rivera sigue siendo una incógnita, tal vez porque ni él mismo lo sabe.

Un ‘impasse’ en la política. Imperdible la columna del maestro Antonio Burgos recordándonos algo tan esencial como pedir las cosas por favor y dar las gracias. Parece mentira, pero en este país hace tiempo que se han perdido las buenas y esenciales maneras, tanto que nos hemos convertido en unos asnos de mucho cuidado:

Cuando yo era niño, creía que aquel grandísimo aparato de radio Marconi me contaba el cuento del Gallo Kiriko, que iba a la boda de su tío Perico en la barriga del buey que se mueve, porque dentro de aquella luminosa caja de madera había unos señores pequeñitos que hablaban. No se rían, que en nuestros días y en muchos centros de trabajo a los ordenadores más complicados los llaman «el chino», porque creen que dentro del Hitachi de los análisis clínicos, por ejemplo, hay un oriental pequeñito y bajito, que no veas lo rápido que determina el tío el colesterol buena persona y el colesterol malvado y asesino.

Algo así debía de pensar en Manchester la abuela de Ben Eckersley, cuyo nieto fue a visitarla, le pidió usar su ordenador portátil para unas consultas y encontró que la última búsqueda por Google la había hecho la buena señora pidiéndolo por favor y dando las gracias. Como tiene que ser. En el Reino Unido de la Gran Bretaña, obviamente. El nieto se encontró que el caché del ordenador aún guardaba la última búsqueda de la abuela: «Por favor, ¿puede decirme qué año es este que le pongo aquí en números romanos? Gracias». La abuela de Ben, de mayor, probablemente creía lo que yo de chico con la radio Marconi: que dentro de Google hay un chino que te encuentra en la Enciclopedia Británica lo que andas buscando. Y a ese chino, naturalmente, como a todo el mundo, hay que pedirle las cosas por favor y al final hay que darle las gracias. El Por Favor y el Gracias son dos pilares de la convivencia que se están perdiendo; andan en trance de extinción y, a diferencia del lince en Doñana, no hay Unesco ni WWF que los preserve. Con tanta Educación para la Ciudadanía, la ciudadanía cada vez tiene menos educación: ni pide las cosas por favor ni da las gracias.

Recalca que:

Tan sorprendida queda la gente cuando se le dan las gracias que a mí hasta me han puesto cartas en plan muñeca rusa: dándome las gracias por haberles dado las gracias; cosa que, por lo visto, no se suele hacer. Y de pedir las cosas por favor, menos. Hasta el punto de que un empresario sevillano, Alejandro Costa, se preguntó: «¿Cuándo fue la última vez que alguien le dio las gracias en el trabajo?». Y buscó y halló la solución, cual fue la creación de la plataforma Paconica en su empresa Emprépolis: un dispositivo para dar las gracias automáticamente cuando se encuentra uno con algo o alguien agradable o positivo en el trabajo. Costa ha dicho, comentando el éxito de su plataforma: «Algo tan sencillo como dar las gracias es tan importante como aumentar la felicidad en el trabajo y no hay duda de que influye directamente en la cuenta de resultados. Un cliente satisfecho es un cliente para toda la vida».

El señor Costa debería crear ahora otra plataforma para pedir las cosas automáticamente por favor. Hay millones y millones de españoles que no conocen ni el «gracias» ni el «por favor», bienes escasos que nadie cuida. La gente cree que todo se lo merece por su bella cara, ¿cómo lo va a pedir por favor? Todos son derechos suyos, no tienen obligaciones. Ni de dar las gracias, por descontado, aunque sea mínima delicadeza hacia quien te ha dado lo que, según la España sin Educación en su Ciudadanía, te correspondía no por derecho, sino por tu bella cara. Por no decir por cojones.

Y señala que:

Enganchada a la inglesa, no a la españolísima calesera de la mala educación, la abuela manchesteriana pide las cosas por favor y le da las gracias hasta al chino que Google tiene dentro, allá lejos, en el californiano Silicon Valley. Aquí no pedimos por favor ni a los políticos que queremos que se vayan. Nunca fue «Váyase, señor González, por favor». Y nunca está siendo, en esta campaña de Todos contra el PP: «Váyase, señor Rajoy, por favor». Y si consiguen echar al PP mediante otro PP, los Pactos entre Perdedores, verán cómo no les dan ni las gracias: la Gran Cruz de Carlos III perdida en un BOE que no lee nadie y van que chutan.

En La Razón, y ya que Antonio Burgos ha hablado de educación, otra lección de modales, en este caso por cortesía de Alfonso Ussía a Albert Rivera por entrometerse en casas ajenas:

Leía el señor embajador de Francia la prensa matutina en su residencia de la calle de Serrano. Tomó entre sus manos el «Arriba» que dirigía Jaime Campmany, y se incomodó al leer la noticia. La noticia contenía una errata, pero de golpe, al señor embajador de la República Francesa en la España de los sesenta, se le antojó un abuso, un detalle de pésima educación por parte del General Franco. Lo anunciaba su periódico, el «Arriba», no el monárquico «ABC» ni el eclesiástico «Ya». La información no admitía interpretaciones ajenas a la textualidad: «Su Excelencia el Jefe del Estado Español, ha invitado al Presidente de Filipinas, Diosdado Macapagal, a una visita oficial a Francia». El señor embajador tembló al pensar en el enfado del General Charles De Gaulle, Presidente de la República, cuando se apercibiera del lamentable abuso. Sólo se tranquilizó cuando supo, por una llamada de Jaime Campmany, que se trataba de una desgraciada errata, de un resbalón sobre plátano del redactor de la noticia.

No está bien meterse en casa ajena para invitar o recomendar a costa de los anfitriones. Quien esto escribe fue protagonista de un detalle de pésima educación. Eso, una cena en casa de una amiga con carácter. Me enteré de los invitados y no me divertía ninguno. Un tostón de cena. Como tenía confianza con ella, llamé a su casa y le hice una proposición: «La verdad es que has elegido para cenar en tu casa a la gente más aburrida de Madrid. Iré encantado si convidas a Elena Vergarajáuregui». (Por aquellos tiempos, uno andaba enamorado de tan formidable mujer). La respuesta de la invitadora fue tajante. «No pienso invitar a nadie más. Por mí, quédate en tu casa, pedazo de cabrón». Recibí mi merecido.

Y lleva el ejemplo a un caso práctico:

Más o menos es lo que ha intentado Albert Rivera en el Partido Popular. Imponer sus preferencias, cuando esa imposición es de la exclusiva responsabilidad de los dirigentes del PP. «No apoyaré jamás a Rajoy, Santamaría y Cospedal, pero si la formación de un Gobierno en minoría depende de Cristina Cifuentes, Alberto Sánchez Feijóo, Ana Pastor o Pablo Casado, ayudaré al PP, como partido más votado, a que gobierne». La razón o la sinrazón no determinan la buena o mala educación. En cualquier caso, Rivera se ha manifestado con harta descortesía.

A muchísimos votantes del PP, les encantaría una retirada de Rajoy y de Soraya. No tanto la de Dolores Cospedal, si bien está excesivamente involucrada en el asunto. Por otra parte, la situación no está para ser exigentes y tiquismiquis. Lo que puede llegar es muchísimo más peligroso que el afán de permanencia de algunos.

Cristina Cifuentes es, en mi opinión, la gran apuesta de futuro del PP, y si el futuro es el 27 de junio, mejor aún. Y lo mismo escribo de Feijóo, Pastor -la mejor ministra de Aznar y de Rajoy-, y del joven Pablo Casado, del que estimo que le queda una legislatura para completar sus cualidades. Pero esas decisiones, las debe adoptar el PP, no Rivera ni Ciudadanos. Tengo para mí que Rivera no conoce la modestia ni la prudencia. No se trata de un impulso antidemocrático, como han definido la intromisión de Rivera algunos dirigentes populares. Se trata, sencillamente, de una exigencia sostenida por una pésima educación.

Si el PP decide que Rajoy y Soraya no son sustituibles, allá el PP con sus decisiones, si bien siempre es recomendable oír las opiniones de muchos que no llegan a orejas de Rajoy por los tapones de cera que le ha encajado Moragas en las Trompas de Eustaquio. Porque en verdad, quien lleva las riendas de la campaña electoral sigue siendo Arriola, el gran visionario socialista.

Visto lo que puede venir, lo de Rajoy no es lo peor. Pero Rivera bastante tiene con arreglar su casa antes de meter las narices en los hogares ajenos.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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