LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Santiago González ajusticia a Iglesias, Sánchez y Rivera: «No sólo le faltan el respeto a Rajoy, sino a millones de votantes»

"Albert Rivera es mucho más limpio, dónde va a parar, pero apoya en Andalucía al PSOE de los ERE y la formación"

En Podemos practicaban la corruptela y el nepotismo antes de tocar pelo: la beca de Errejón, la televisión y el móvil de la república islamista

Vetos y más vetos. A cuatro días para concurrir a las urnas el 26 de junio de 2016, los columnistas de opinión de la prensa de papel resaltan este 22 de junio de 2016 que los partidos políticos que optan a suceder al PP al frente de La Moncloa se han metido de lleno en una batalla de bloqueos que puede desembocar en unas terceras elecciones. Es decir, aún no se han abierto los colegios electorales y ya hay quien barrunta que esto puede prolongarse medio año más sin Gobierno nuevo. De traca.

Arrancamos en El Mundo y lo hacemos con el siempre genial Santiago González que habla sobre el bloqueo de los otros tres líderes políticos al candidato del PP y presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. Él lo tiene claro, es una falta de respeto a los millones de españoles que van a votar al político popular:

Está Rajoy en un plan activista que desmiente con rotundidad la leyenda de hamaca y plasma que le han encasquetado durante los años precedentes. Lo suyo en esta campaña más que activismo parece el baile de San Vito. Comparen ustedes el número de mítines que ha protagonizado con los de Iglesias y ya me dirán.

Ayer fue en Barcelona, donde se hizo una pregunta, que no por retórica tiene menos interés: «¿Por qué me tengo que ir y todos los demás se tienen que quedar?». Tiene su razón. ¿Por qué se tiene que ir? Porque los otros tres han definido un cordón sanitario en torno a él. Su legislatura en La Moncloa tiene luces y sombras, pero no veo entre ellos a ninguno que pueda mejorar las tasas de crecimiento y paro que él recibió por las actuales. Es verdad que la deuda ha alcanzado al PIB, pero imaginen un Gobierno presidido por Pedro o Pablo. Eso por no hablar de la prima de riesgo.

Insiste en que:

Por la corrupción, dicen los otros tres, uno de los cuales vio cómo el pasado día 1 eran procesados los dos últimos presidentes del PSOE y de la Junta de Andalucía. Otro, el llamado a ser número dos, fue financiado en sus orígenes por un caudillo venezolano cuyo heredero encarcela arbitrariamente a sus opositores. En Podemos practicaban la corruptela y el nepotismo antes de tocar pelo: la beca de Errejón, la televisión y el móvil de la república islamista.

Albert Rivera es mucho más limpio, dónde va a parar, pero apoya en Andalucía al PSOE de los ERE y la formación. Cierto que pidió las cabezas de Chaves y Griñán cuando fueron imputados, pero asistió al descabalgamiento de la juez Alaya sin pestañear siquiera. Pudo ser razonable su acusación a Rajoy de no ser un campeón fiable en la lucha contra la corrupción por los casos que se han desarrollado en su partido, pero no que lo acuse de cohecho apoyándose en el testimonio de Bárcenas. Debería aprender a distinguir la responsabilidad penal de la política. La semana pasada exculpó a su candidata de Pontevedra por aparcar con tarjeta de discapacitado ajena: «Los españoles juzgarán en las urnas cómo es cada candidato», aunque con Rajoy se ha adelantado. Lo ha juzgado y condenado él. No hay hasta el momento asomo de responsabilidad penal, ningún juez lo ha investigado ni lo ha llamado a declarar.

Pedro quiere ser presidente. Admite que será el tercero, pero aún con la llave de la gobernabilidad, impedirá la investidura del primero, que le saca en las encuestas 43 escaños de ventaja, y la del segundo, que le saca cuatro. Con el cuarto no llega a sumar tantos diputados como el primero. Y C’s, a casi 90 escaños del PP, pone el veto a Rajoy y a los suyos y se permite recomendar candidatos alternativos al partido que va a ser con seguridad el más votado. Ellos y sus socios bajan y los bloqueadores suben. No es ya una falta de respeto al candidato popular, sino a los millones de españoles (y españolas, por supuesto) que el domingo lleven a las urnas millones de votos a una lista encabezada por este hombre, salvo que Rivera conozca mejor sus verdaderos deseos que ellos mismos. ¿Qué es bloqueo me preguntas?

Federico Jiménez Losantos señala que votar a Rajoy equivale casi seguro a propiciar, siempre según los sondeos, una investidura del líder de Podemos, Pablo Iglesias:

Mariano Rajoy dice que el voto a Ciudadanos posibilita el triunfo de Podemos. No son los tres millones y medio de votantes -irresponsables todos, semilerdos, bobos de baba- que dejaron de votarle por alguna razón. La primera, tal vez, por su redomada cobardía en la defensa de la nación y la Constitución en Cataluña, cuya Generalidad encabeza una permanente actividad separatista -proclamar la República, perpetrar un referéndum, perseguir periodistas hostiles a la permanente campaña de odio a España- que, cuatro años después de empezar el proceso golpista, sigue financiando el propio Gobierno a través del FLA. ¡Y presume de ello! Pero, al parecer, la culpa de que, tras delegar en los tribunales la defensa de la Ley, Rajoy haya pactado con Cocomocho y Junqueras no llevar sus delitos ante los jueces -no vayan a condenarlos- no es de Rajoy sino… de Rivera.

Dice que:

También será responsable Ciudadanos de los incumplimientos de todas las promesas electorales de Rajoy, el más grave de los cuales, base de la corrupción política, no es la subida fiscal más terrible de nuestra historia, (disimulable por los números rojos de Zapatero) sino la politización absoluta de la Justicia en contra de lo que dijo Rajoy en su discurso de investidura y regurgitó así Gallardón: «Vamos a acabar con el obsceno espectáculo de los políticos que nombran a los jueces que pueden juzgar a esos políticos». Meses después, el PP pactó con el PSOE, la IU de Garzón y los separatistas -sólo UPyD rechazó la vileza- el reparto de todos los vocales del CGPJ, compañía aseguradora de la corrupción de todos los altos tribunales: Supremo, Constitucional y autonómicos. Despolitizar la justicia era y es totalmente gratis. Si Rajoy y Gallardón traicionaron sus promesas fue, simplemente, para no sentarse el banquillo por los casos Bárcenas y Noos.

¿Tiene la culpa Rivera de que Rajoy dijera que no por dos veces al Rey, dejando a Sánchez pechar con la investidura? ¿Es culpa suya que Rajoy haya dicho en Barcelona que si PSOE y C´s no lo hacen presidente volverá a negarse, forzando al Rey a llamar a Iglesias? Y esa investidura, que destruirá al PSOE y puede llevar al Poder a Iglesias, ¿la forzará el PP o C´s? ¿Es útil votar a Rajoy que, de nuevo, para evitarse un disgusto en las Cortes, regala la investidura a Podemos? ¿Útil para quién?

Raúl del Pozo aconseja a Mariano Rajoy no asustar al votante con palabras de azufre con el propósito de asustar al electorado:

Los hombres no han hecho barbaridades más crueles que las que cometieron invocando el bien mientras cortaban cabezas a los enemigos. Después los comunistas -ahora han vuelto en la segunda salida de la clandestinidad- tuvieron maestros viles y perversos que llegaron a pensar que lo que se llama «mal» es, en realidad, el origen de las artes y las ciencias. Afirmaron que si el mal cesara, la sociedad decaería y no habría nacido Baudelaire, que considera a Satán el más bello y bueno de los ángeles.

Recalca que:

Eso de dividir a los gobernantes y los vasallos en buenos y malos se inició con Lactancio, padre de la Iglesia, considerado el Cicerón cristiano. Aquel africano tenía una visión providencial de la historia y aseguraba que la cólera de Dios fulmina a los malhechores, aunque parece contradecirse en este párrafo: «O Dios quiso quitar el mal del mundo y no pudo, o pudo y no quiso, o no quiso ni pudo, o quiso y pudo. Si quiso y pudo, ¿por qué existe el mal en el mundo?». En las campañas electorales hasta las piedras le dan a la cuerda y Mariano Rajoy ha confirmado que existe el mal y ha pedido concentrar el voto moderado para frenar a los malos. Íñigo Errejón, cada día más moderado, ha contestado con una simpleza demagógica: «No hay ciudadanos malos. Hay gobernantes malos». Pero, ¿de dónde ha salido ese niño prodigio? ¿Aún no sabe que hay malos, buenos, regulares y rateros incluso entre la gente, no sólo entre la casta?

Me choca más la manera de hablar de Mariano Rajoy, que suele huir de la sofística y de pronto ha empezado a hablar como aquel pisacorchos que declaró la guerra al mal y a los gamberros. Yo creía que conocía La fábula de las abejas de Bernard Mandeville, y sabía que la prosperidad de una nación también se basa en los vicios, en la corrupción, en las mentiras; y los que presumen de ser buenos suelen ser unos hipócritas disfrazados de moralistas. Ahora resulta que el presidente cree en los peligros de los malos y del diablo. No en el diablo de los gallegos -el demo carneiro, el demo nubeiro y el demo troneiro- que se exhibe convertido en sapo o en forma de tortuga en las costas de los náufragos y de los narcos, sino en el demonio ortodoxo. Según Camilo José Cela, en Galicia también se presentan los demonios disfrazados de Dios. «En Uña de Ferro se apareció Nuestro Señor Jesucristo cantando jotas aragonesas con acento de Castilla».

Y lamenta que:

Qué pena que Satanás no le haya dicho a Mariano Rajoy lo que le dijo a Joaquín Sabina: «El cielo que sueñas es un club privado de gente formal/ las doce marcaba el reloj de la sala/ rendido de sueño la luz apagué/ cuando oí una fuerte voz que me llamaba/ y apareció Lucifer». Hubiera sido más eficaz que sacara en el mitin a Isabel Pantoja cantando aquello de: «Qué mala es la gente».

Rajoy es un buen orador, un buen parlamentario, no debiera recurrir a las crónicas de azufre, que así se llamaban los sermones de los predicadores que acojonaban a los feligreses con las llamas del infierno, diciéndoles que se secarían como la yerba verde.

En ABC, Ignacio Camacho recuerda en su tribuna que el 26-J no sólo repetimos el hecho de ir a votar, es que también, salvo bajas por causa de fuerza mayor, se presentan los mismos candidatos con las mismas listas y seguimos erre con erre apostando más por los vetos que por los votos:

La única razón de ser de esta campaña electoral era, en teoría, la de aclarar las preferencias de pactos que resuelvan el bloqueo parlamentario de la gobernabilidad del país. Los programas ya los conocemos; son en su práctica integridad, envoltorios de Ikea aparte, los mismos de diciembre, entre otras cosas porque están intactos. Los líderes tampoco han cambiado, lo que en el caso de los partidos dinásticos constituye un grave error estratégico. Las listas son idénticas salvo bajas de fuerza mayor. Y la opinión de los españoles ha variado poco en términos generales. Sólo existe un factor diferencial capaz de cambiar el voto de los ciudadanos, y es la actitud con que los partidos afrontan la necesidad de trazar acuerdos para arrancar de nuevo el colapsado motor de las instituciones del Estado. Pues bien: esa cuestión decisiva, la que la transparencia democrática y la excepcionalidad de las circunstancias exigen dilucidar, es exactamente la que no nos resuelven.

Apunta que:

En cambio nos hablan de vetos y de estigmas. Las mismas barreras personales o ideológicas que arrastraron al fracaso la breve legislatura anterior y provocaron la repetición de las elecciones. Trabas prestablecidas con que los dirigentes se cierran a sí mismos los caminos del entendimiento. Y que acaso difícilmente puedan sostener después del recuento. Incapaces de captar el voto positivo, el que se conquista con propuestas de construcción política y social, ciertos candidatos intentan definir su espacio a base de señalar al adversario y rodearlo con el círculo rojo de la otredad innegociable. Con ése no, nunca, a ninguna parte. ¿Con quién, entonces? Ah, ya veremos. Depende. Tú vótame y calla. Delega en mí tu voluntad y la administraré a mi conveniencia.

Esta deliberada negativa a determinar las cláusulas del contrato electoral forma parte de un concepto cínico de la democracia. En ausencia del mandato imperativo, el depósito de confianza requiere de un compromiso moral que se aleje de la ambigüedad abstracta. El candidato sabe que a expensas del resultado puede retorcer su responsabilidad con un supuesto bien común como coartada, arguyendo que carece del respaldo suficiente para mantener su palabra. Interpretará el voto a su albedrío y presentará el giro táctico como un acto de generosidad acogido al sagrado mantra del diálogo. En realidad, dada esta lábil naturaleza del veredicto popular, los partidos podrían anunciar sus preferencias de acuerdo sin contraer un débito vinculante, pero entonces depreciarían sus propias posibilidades. Por eso esta campaña es absurda: porque lo único que los electores queremos saber es lo que los elegibles no nos quieren explicar.

Y sentencia:

Una campaña en la que se habla más de vetos que de votos: he ahí el síntoma más claro de la enfermedad de la política española. Queda la duda de si no estará enferma también la sociedad que lo permite y ampara.

Para David Gistau, lo del próximo domingo, 26 de junio de 2016, es casi perseverar en un ejercicio inútil. Si hacemos caso a las encuestas, prácticamente va a salir lo mismo que el 20 de diciembre de 2015. Hasta ya se habla de que tendrá que ser el Rey quien obre el milagro para que esto quede desbloqueado si no queremos concurrir a unas terceras elecciones generales por noviembre o diciembre de 2016:

A los cínicos siempre nos gustó mucho el aforismo de Samuel Johnson sobre los segundos matrimonios: representan el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. A mi edad, he alcanzado tamaña sabiduría que hasta un primer matrimonio me parece tal cosa, lo cual me inmuniza contra los vendedores puerta a puerta de utopías y remedios milagrosos que al parecer van a desperdigarse como testigos de Jehová durante los últimos días de campaña: como detecte a uno por la mirilla, le abriré la puerta vestido solo con el batín rosa de mi mujer, entreabierto, están avisados.

Pese a que el advenimiento de una reminiscencia comunista representa un triunfo aún mayor de la esperanza sobre la experiencia, la sociedad española encara el domingo electoral con un estado de ánimo adecuado por desesperanzado. Fíjense de qué manera hemos dado vuelta al aforismo de Johnson y proclamado el triunfo de la experiencia: unas elecciones que aún no se han celebrado ya han sido anticipadas por las encuestas, interpretadas y declarado fallidas. No sé ni por qué hay que ir a votar el domingo: en las tertulias ya están hechos todos los comentarios poselectorales, y no es cuestión de arruinarnos a los tertulianos las opiniones con la irrupción de una realidad imprevista, que a eso luego hay que adaptarse y los esfuerzos dan migraña. De hecho, todo está ya tan claro que en el ambiente comienza a circular una súplica que sólo es posible si se dan por seguros el fracaso y la autoaniquilación de los partidos y del régimen parlamentario: que esto lo solucione el Rey. Que sea al Rey a quien se transfiera el marrón cuanto antes para que nos lo arregle todo con un abracadabra que remite a los supuestos poderes taumatúrgicos que la Transición dejó en la percepción española de su jefe de Estado.

Y explica que:

Más allá de que la Constitución concede al Rey un margen de actuación que no da precisamente para sanar leprosos por imposición de manos, resulta que la depresión y la fatiga del sistema han renovado en la cultura española el prestigio del ser providencial. Tantos años de pedagogía democrática y de homologación con las sociedades calvinistas al final han desembocado en semejante regresión supersticiosa. El hueco del ser providencial lo llenó el profeta Iglesias durante un tiempo, hasta que se diluyó en la triste maraña partidista dentro de la cual se marchitan incluso las sensualidades revolucionarias. Así pues, acostumbrados los españoles a una interpretación histórica del posfranquismo en la que su Rey obraba milagros tales como parar carros de combate en pijama, las actitudes rogatorias no han esperado ni al fracaso de las negociaciones para empezar a prender cirios a La Zarzuela. Al escuchar a los más entusiastas, a los más decepcionados con la «casta» que ya se tragó a sus renovadores, se diría que algunos proponen como solución un autogolpe que nos devuelva a un absolutismo borbónico. Me imagino a FB6 tomando prestada la frase de Romanones: «Joder, qué tropa».

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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