LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Gabriel Albiac deja a la altura del betún a Pedro Sánchez: «Sueña con sobrevivir él suicidando al PSOE»

"El populismo liquidará a los socialistas y a su propio candidato"

Ignacio Camacho: "Un dirigente socialista, que lleva bastantes años en la política, dice que nunca, ni siquiera tras el descalabro de Almunia, había sentido tan cerca el abismo"

La recta final de la campaña electoral en España, que concluye el 24 de junio de 2016, eclipsa una cita importante, la que este 23 de junio de 2016 tendrá lugar en el Reino Unido, el referéndum sobre la permanencia o no de los británicos en la Unión Europea. Hay alguna columna de opinión en la prensa de papel que trata este asunto, aunque la mayoría se decantan, lógicamente por la política de andar por casa.

Ignacio Camacho, en ABC, lleva en su columna las confesiones de un destacado militante socialista que le cuenta las cuitas en las que se mueve actualmente el PSOE:

«Pase lo que pase el domingo, el Gobierno de este país lo vamos a decidir los socialistas. De algo tiene que servir haber sido el partido que más ha vertebrado España en esta democracia». El interlocutor es, obviamente, un militante significado del PSOE, con peso en la nomenclatura, sanchista ma non troppo: «Yo soy socialista, lo era antes de Sánchez y lo seguiré siendo después. Pero es el líder que tenemos ahora y por ende el candidato, nos guste o no. Te recuerdo que no se presentó nadie más». Lleva bastantes años en la política y nunca, ni siquiera tras el descalabro de Almunia, había sentido tan cerca el abismo.

Añade que:

«Lo tenemos crudo, sí. Vamos a ver si queda todavía algo de ese músculo social histórico de la organización. Yo aún confío en el arreón de última hora, en ese tirón que se produce cuando este partido se pone de verdad en marcha. Pablo Iglesias nos minusvalora. Ha diseñado muy bien el asalto, nos tiene contra las cuerdas, pero nosotros no somos IU. Ahora mismo en el PSOE y en sus simpatizantes hay verdadera animadversión hacia Podemos. Porque están jugando sucio y en parte por el viejo resabio anticomunista que hay en el socialismo. No le van a salir las cosas tan lineales como piensa. Al que se nos quiera comer se le va a indigestar el bocado».

«¿Qué haremos si nos adelantan? Primero abrir una reflexión, cuyo resultado dependerá mucho de las dimensiones del fracaso. Salvo un batacazo descomunal, y creo que no lo va a haber, Pedro intentará resistir al menos a corto plazo. Veremos si Susana es capaz de ganar en Andalucía. En el peor de los casos puede salir una gestora con alguien de consenso; no sé: Patxi, Javi Fernández, Guillermo… No habrá una decisión a la ligera. Tampoco respecto a la investidura. Que se presente Rajoy si quiere ir ganando tiempo…. «

«La primera apuesta de Sánchez es quedar segundo y presentarse a la Presidencia, trasladando toda la presión a Iglesias. Si eso no ocurre, el partido se va a dividir en el debate. Algunos postularán la abstención, siempre con la cabeza de Rajoy por delante, y otros son partidarios de pactar con Podemos… pero sin Iglesias. No lo vamos a hacer presidente, si conozco algo a mi gente. Lo único que no puede ocurrir es que se divida el voto del grupo parlamentario, eso sería la catástrofe. Piensa en una cosa: en realidad, Pablo no quiere la Presidencia ahora. Quiere que se la demos a la derecha, liderar él la oposición y ganar las próximas elecciones antes de dos años. ¿Qué tendríamos que hacer nosotros? Pues, por lógica, lo que menos convenga al adversario, ¿no?»

Y remata:

«Pero tienes que entender algo. Ser socialista es una fe civil. Estamos en este partido convencidos de que sus propuestas son lo que más le conviene a España. Por tanto, no vamos a elegir entre el partido y España. Eso es un sofisma: para mí, salvar al país significa salvar primero al PSOE… ¿Estamos o no estamos?».

Gabriel Albiac reflexiona sobre qué opciones son más útiles de cara a las elecciones del 26 de junio de 2016. A él sólo le salen dos, PP o Ciudadanos. Así lo desgrana:

No es tiempo para filigranas. Sería obsceno hacerse el exquisito. La sobriedad más áspera se impone, cuando lo que está en juego es el punto crítico, a partir del cual una democracia garantista se destruye. Y, con ella, la vida de cada ciudadano -material como anímica- se va al garete. Ninguna hipérbole aquí: se va al garete. Y, aún más que el modelo Tsipras, es la ruina homicida de la Venezuela de Chávez la que amenaza: el Caudillismo en sus formas más bárbaras.

Detalla que:

Podemos es un movimiento fascista. Clásico. Esto es, conforme al canon Mussolini-Hitler, un populismo socialista. No es algo nuevo. Cuando transforma los Fasci Italiani di combattimento en Partido Nacional Fascista, en 1921, Mussolini puede presentarse como portavoz de la «izquierda socialista» en Italia. Cuando Adolf Hitler, en el mismo año, se hace con el poder del Partido Obrero Socialista Nacionalista Alemán, creado por Anton Drexler un año antes, su proyecto se centra en absorber a los supervivientes del espartaquismo y al núcleo obrero más duro del socialismo en Alemania. Socialismo, lejos de ser una máscara, es un componente esencial de los fascismos de entreguerras, esa forma madura que, tras la Gran Guerra, toman los populismos de final del siglo XIX. Liquidados en Europa por la Segunda Guerra Mundial, echaron hondas raíces en Latinoamérica. El peronismo fue su columna vertebral. Que hoy prolonga el chavismo. Y la identificación sentimental del pueblo con el Caudillo, teorizada por la «izquierda peronista» hoy como calzada real a la toma del poder, ha desembarcado en Europa de la mano de Podemos. No es extraño que sólo en un país con tradición caudillista tan reciente haya podido triunfar un tercermundismo así de anacrónico. Es la maldición española.

Prescindo de retóricas y de cautelas. No hay ya tiempo para eso. No me gusta la política española. Me repugnan todos y cada uno de sus partidos. No suelo votar. Y bastante antes de que aquí nadie hablase de «casta política», yo acuñé ese concepto en un libro mío del año 2008: «Contra los políticos». Pero no es tiempo ahora para esgrimas de florete. Lo que nos amenaza se llama totalitarismo. Y hay que primar el combate contra él. Si no queremos que acabe, en un momento u otro, triunfando. Tal, el envite. Todo lo demás es trivial frente a eso. Tristemente triviales, mis preferencias. E incluso el asco profundo que me producen los partidos que han podrido este país durante cuarenta años. Votaré en defensa propia. Contra el populismo. Aunque poner en la urna el voto me ponga enfermo. Votaré, pues, yo que no voto nunca. Votaré en defensa propia. No a favor de nada. En contra de la marea ascendente de eso que a sí mismo se llama «populismo» y que, en Podemos, es una variedad rioplatense del fascismo.

Y concluye:

No está previsto poder votar en negativo: de estarlo, ningún conflicto moral se plantearía. Y así, será preciso elegir la barrera menos mala, esto es la más eficaz, contra la toma chavista del poder. El comportamiento de Sánchez lo excluye como garantía de ser ese dique: su voluntad de formar gobierno con Iglesias hizo volar su credibilidad para siempre. Ha apostado por suicidar a su partido, soñando sobrevivir él mismo. Y el populismo los liquidará a ambos. Quedan, pues, sólo dos opciones: PP y Ciudadanos. Que cada quien calcule a cuál juzga más eficiente para esa tarea crítica.

No es hora de esgrimas ni de retórica. Votaré en defensa propia. Contra el populismo. Aunque poner en la urna el voto me ponga enfermo.

Luis Ventoso, excelso conocedor de lo que se cuece en el Reino Unido, habla sobre los riesgos que tendría el Brexit:

Cameron percibió en 2013 que la crecida del disparatado UKIP, partido casi xenófobo, podía rebanarle las elecciones del año siguiente. Como le gusta más el riesgo que al guionista de Steven Seagal, decidió conjurar ese peligro convocando un referéndum a cara y cruz sobre la UE, un guiño a los euroescépticos (entre los que se cuenta él mismo y en realidad casi todos los ingleses, incluso muchos que votarán «In»). Encantado de haberse conocido, pensó también que la consulta extirparía el tumor que emponzoña desde los noventa la vida interna de los «tories», la vieja y amarga disputa sobre Europa. Pero el nacionalismo lo carga el diablo. Parte del país se ha embriagado con las soflamas patrioteras de Boris y Gove y en su partido solo ha infectado más la herida.

Estará diciendo usted: «Venga, menos rollo y dígame quién va a ganar». No lo sé. Me apostaría una gran percebada regada con divino godello al Remain (mayormente porque los británicos piensan con el bolsillo). Pero no me sorprendería un Brexit coronado a lomos del nacionalismo más ramplón. He vivido en Londres la desagradable experiencia de escuchar una conferencia insolidaria y retrógrada de Puigdemont. La canción era la misma que entona Boris, sentimentalismo en vena: «Tenemos que recuperar el control. ¡Llega el día de la independencia!». La culpa de todo es del enemigo exterior. La añeja conjura judeo-masónica, que ahora se llama «Madrit»… o Bruselas.

Aclara que:

Soy anglófilo hasta lo ridículo. Les debemos desde la democracia moderna al liberalismo, pasando por Shakespeare y los Beatles. Pero un amigo dice la verdad. El Reino Unido es un país formidable, pero no el coloso que imaginan sus habitantes. Es más, me asalta la sensación de que pisan pletóricos sobre quebradizos pies de barro. Conservan su seguridad jurídica, su seriedad institucional y sus magníficas universidades. Pero su productividad es baja; su deuda interna y externa, de riesgo; sus infraestructuras, lamentables para un país de su categoría (no hay AVE y tardarán todavía años en conectar Londres y Manchester; el metro de Madrid le da unas vueltas al londinense y también los ambulatorios españoles a los británicos, y eso que gracias a La Sexta ya sabemos que nuestra sanidad pública ha sido desmantelada). Su declinar fabril es absoluto (España fabrica bastantes más coches que el Reino Unido). El 80 por ciento de la economía son servicios, principalmente los financieros de la City, y exportan más al diminuto Luxemburgo que a China, esa es la verdad. El Brexit pondría en jaque la inteligente apertura que les ha permitido atraer capital a raudales de todo el planeta, el secreto de su bonanza.

Y sentencia:

Los encantadores hobbits ingleses ven que la Tierra Media tiembla, con hordas de orcos del Señor Oscuro. Muchos han concluido que lo seguro es quedarse encastillados en su verde comarca, fumando en pipa, haciendo mermelada y bebiendo cerveza templada. Pero al final, a Frodo, a Bilbo -y a Boris Bolsón- también les afecta el mundo exterior. Tolkien relata que a Mordor lo derrotó una coalición fraterna de humanos, hobbits, elfos y enanos. No la altiva suficiencia de gran pueblo venido a menos jugando al ombliguismo insolidario.

En El Mundo, Raúl del Pozo habla sobre el futuro que puede aguardarle a Mariano Rajoy si la suma de las izquierdas supera los 160 escaños. Le aconseja que vuelve a su Galicia natal:

Los gallegos que venían a Castilla solían ser aguadores, afiladores, segadores o políticos, además de mozos de cuerda. Los primeros gallegos que conocí en Madrid trabajaban de poetas malditos porque ya se habían jubilado los aguadores que pintó Goya. Decían que el aldeón manchego estaba sobre agua edificado, pero como se tiene aquí una sed de beduinos, quizás por la resaca, los aguadores galaicos de calzón corto, chaqueta de color tabaco y sombreo puntiagudo ofrecían la pañí (agua en calorro) a los paseantes en la Corte. También eran gallegos los afiladores y los segadores que cortaban las mieses en Castilla a los que canta Rosalía: «Castellanos de Castilla, / tratade ben ós gallegos / cuando van, van como rosas / cuando vén, vén como negros». Castelao inventó el nacionalismo gallego con la vaca como símbolo de la paz y os tetos ordeñados por Madrid que roba.

Recuerda que:

Algunos gallegos, además de dedicarse a los oficios citados, se instalaban en la Administración, aunque muchos de ellos sin meterse en política, como aconsejaba Franco. Según Unamuno salían de entre las ranas, se les secaban los huesos y se colocaban en el Gobierno aunque fuera en el de los jíbaros. Pablo Iglesias, José Calvo Sotelo, Casares Quiroga, Enrique Líster, Fraga, Carolina… protagonizaron gran parte de la historia del pasado siglo. Todos murieron en al cama a excepción de Calvo Sotelo, Canalejas y Dato.

El último gallego que llegó a presidente del Gobierno fue -aún es-Mariano Rajoy al que José María Aznar apoyó porque creyó que sería un buen gobernante, dada su experiencia y su estilo gallego de hacer política. El «enorme bebé sonriente y barbado» (Manuel Vázquez Montalbán) con pasión por los puros y las cuestas, el gobernante imperturbable, se ha dejado parte del humor galaico en una difícil legislatura. Ayer mismo los tres candidatos del 26-J pidieron la dimisión de Fernández Díaz porque dicen que tiene el Ministerio convertido en una cloaca. El Parlament destituirá al director de la Oficina Antifraude por el mamoneo mantenido con don Jorge para fabricar escándalos que ensucien a los dirigentes independentistas de Cataluña en presencia de la perrita Lola, a la que seguro que también grabaron en el palacio de la Madera. Puigdemont ha calificado el caso como «GAL mediático».

Y remacha:

Los últimos meses de la gestión de Rajoy son difíciles y el odio que inspira, sarraceno. Alcaldes del PSOE de Alicante han salido retratados descojonándose al lado de una guillotina con la cabeza del presidente del Gobierno. Era de atrezo, una función de teatro «solidaria», pero lo que se refleja es la nostalgia de los paseos. Además, las elecciones del domingo pueden dar un resultado que haga posible la «tentación Negrín» (Enric Juliana) si la izquierda saca más de 160 diputados. Por todo eso los políticos que aspiran a sucederle sugieren que Mariano coja el paragüas y se vaya a Galicia a tocarse la gaita.

Arcadi Espada se centra en el caso de las escuchas al ministro del Interior, Fernández Díaz, y al jefe de la Oficina Antifraude de Cataluña:

La conversación que el ministro del Interior mantiene con el jefe de la oficina antifraude de Cataluña es coherente con lo que se sabe de él desde hace mucho. Una fibra moral débil y una ineficacia sostenida. El ministro ordena investigar a sus adversarios políticos, simplemente porque son adversarios, permite que la conversación, que tiene lugar en su despacho, se grabe y luego es incapaz de impedir su difusión. La conversación solo pudo grabarse por dos procedimientos: o bien porque al despacho del ministro acceden micrófonos que él no controla o bien porque su interlocutor grabó la conversación y él mismo o un tercero la difundió. Cualquiera de las hipótesis es catastrófica.

Recalca que:

Este prodigio de ineptitud se proyecta sobre un asunto concreto, que es el proceso de secesión puesto en marcha por el gobierno de la Generalitat. Y es en ese marco donde adquiere su dimensión política más inquietante. El Gobierno del presidente Rajoy ha sido incapaz de plantar cara, durante toda la legislatura, a los repetidos desafíos a la ley del Gobierno nacionalista, que llegaron a su cota máxima el 9 de noviembre de 2014, cuando el Gobierno autonómico pudo llevar a cabo, con absoluta comodidad logística, un referéndum ilegal.

Y finaliza:

Durante todos estos años pareció que el Gobierno fiara la resolución del asunto a una estrategia doble: impavidez irritante en la superficie y un trabajo en las alcantarillas que incluyó investigaciones sobre dirigentes nacionalistas y sus familias, en las que verdad y mentiras se mezclaron con facilidad perturbadora. La inverosímil confesión de Pujol -lo mejor que habrá dejado el proceso secesionista- confirmó, en todo caso, que las consecuencias políticas de esas investigaciones iban a ser nulas. El nacionalismo, refrendado por la mayoría de ciudadanos catalanes, deglutió el caso como una boa un cabrito: trabajosa, pero implacablemente. El Gobierno Rajoy y el fontanero Fernández no entendieron que la exhibición de corrupciones secundarias nunca acabaría con la corrupción principal, que era la del Proceso mismo, trufado de arriba abajo por la malversación, la prevaricación y la deslealtad. A diferencia de la sucia morralla en que Fernández invertía su honor y su tiempo, la Gran Corrupción apenas -apenas- necesitaba policía. Solo convicción democrática, política, ley y fuerza. En ausencia de todo ello, el Gobierno dispuso micrófonos y se aseguró la colaboración del periodismo de estafa y estafeta. El resultado está a la vista. No un Estado partido por un lugar, sino por dos.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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