Resaca de la Fiesta de la Hispanidad. Este 13 de octubre de 2016 tanto columnistas y editorialistas coinciden en criticar casi de manera unánime a todos aquellos que pretendieron saltarse o dinamitar la celebración del 12 de octubre de 2016.
¿Dije casi de manera unánime? Efectivamente. El País se descuelga con un editorial en el que asevera que la fiesta de la Hispanidad no puede ni debe ser una imposición. Y no, no es ninguna broma. Así está escrito en el diario de Antonio Caño.
El País, en cambio, se pone del lado de los chulescos Iglesias, Colau o el tercer teniente de alcalde de Bidalona. Critica con contundencia que lo del 12 de octubre sea una imposición. ¿Dónde?
Las efemérides, como los sentimientos, no pueden ser impuestos por decreto, como pretenden algunos delegados del Gobierno y jueces, o como hizo durante todo el día de ayer la televisión pública. La imposición es antidemocrática, ineficaz, pues suele lograr el efecto contrario, y además muestra debilidad e inseguridad. Observando la trayectoria que sigue la fiesta nacional, contestada por unos pocos, defendida ardientemente por otros pocos e ignorada ampliamente por la mayoría, cabe preguntarse si no sería necesario revisar esa concepción y sustituirla por una menos grandilocuente y más cercana a la realidad y experiencia de la ciudadanía.
Todas las comunidades políticas en las que merece la pena vivir son artificiales: se originan en un pacto entre ciudadanos libres e iguales, generalmente plasmado en una Constitución que garantiza sus derechos. En nuestro caso, esa fecha es el 6 de diciembre, fecha de ratificación de la Constitución española en referéndum por el pueblo español. Puede que algún día logremos alcanzar otro consenso igual de amplio acerca de cómo queremos vivir, pero mientras tanto la Constitución de 1978 nos ha dado los mejores años de nuestra historia. Y esa Constitución reconoce el derecho a la discrepancia, sea honesta o fruto del sectarismo.
Tampoco es de extrañar lo del diario de la calle Miguel Yuste. Este rotativo nunca ha sentido un gran aprecio y querencia por la palabra patria y el propio 12 de octubre de 2016 no es que se pusiera de perfil sobre la fiesta de la Hispanidad. Es que directamente le dio la espalda, únicamente con un edulcorado e indefinido artículo de José María Lassalle, aunque es verdad que también El Mundo pasó de editorializar sobre el 12-O –Jaime González a los que desprecian el 12-O: «Son personajes tan pequeños que no le llegan a las barbas a la cabra de la Legión»-.
Raúl del Pozo, en El Mundo, define con su afilada y atinada pluma lo sucedido en los actos de celebración del Día de la Hispanidad el 12 de octubre de 2016 y asegura que lo que se vivió fue un completo esperpento:
Fue un error llamar al 12 de Octubre Día de la raza y quizás lo sea mezclar al Ejército en una conmemoración que trae recuerdos de alucinación por el oro, el esclavismo y las matanzas de indios. Pero las espantadas de los líderes políticos, los alcaldes y presidentes de comunidades faltando a los desfiles y a los actos conmemorativos, el izado de bandera india, el intento de derribar la estatua de Colón en Barcelona, no me parecen gestos democráticos, sino el reestreno del esperpento español. Una chulería demagógica ante una gesta.
Teodoro León Gross acusa a Iglesias de ser un temible…cursi con sus papanatadas sobre el Día de la Hispanidad:
El 12-O ha proporcionado a Iglesias una plataforma para lanzar su estrategia como líder de la oposición, imponiendo el miedo frente al errejonismo pragmático. La hoja de ruta pasa por un discurso más transgresor y la Fiesta Nacional le proporcionaba un buen escenario para el postureo, como la única voz alternativa en el sistema, aderezada con el buenismo de la bandera indígena y «el orgullo de que podamos mirarnos a los ojos». Al final, Pablo Iglesias sí que acojona, pero no tanto por ser un peligroso antisistema como por ser irreparablemente cursi.
El editorial de El Mundo es claro sobre el particular de lo sucedido en el Ayuntamiento de Bidalona y cómo debe de procederse al respecto:
Actitudes como la del Ayuntamiento de Badalona suponen una ofensa especialmente grave. Concejales de Guanyem -la plataforma catalana de Podemos liderada por Ada Colau-, ERC e ICV incumplieron ayer la prohibición de abrir las dependencias municipales que la víspera había decretado un juez ante el tosco intento consistorial de que el tercer municipio de Cataluña no guardara fiesta el 12-O. Más allá de la reprobación en el terreno político que este hecho suscita, no cabe pasar por alto que estamos ante un flagrante delito de desobediencia a la autoridad judicial que no puede quedar impune. Hoy mismo los ediles que ayer atendieron desafiantes a algunos ciudadanos en el Consistorio tendrán que declarar en el juzgado. El Código Penal establece que el delito de desobediencia está castigado con pena de prisión de entre tres meses a un año o multa de seis a 18 meses. Pero en el bochornoso espectáculo de ayer se dio, además, el agravante de escenificación y publicidad de la comisión del delito, por cuanto el tercer teniente de alcalde no dudó en romper el auto judicial ante las cámaras a modo propagandístico.
Jesús Lillo, en ABC, pone de vuelta y media a Pablo Iglesias y al chulesco tercer teniente de alcalde de Badalona por ciscarse en el fiesta del 12 de octubre de 2016:
Iglesias, que, como los insurrectos del Ayuntamiento de Badalona, decidió ignorar la festividad de ayer, trabajar para su empresa y dar un mitin, presuntamente dirigido contra esa clase política de la que ya forma parte, pero que no hizo sino herir a toda la «gente» que respeta y honra los símbolos de su nación y aplaude bajo la lluvia a las Fuerzas Armadas que garantizan su libertad. La patria de Pablo Iglesias es el rencor. También su negocio. Como los concejales de Badalona, muy emprendedores, ayer fue a trabajar.
El editorial de ABC es muy claro al respecto con aquellos que no asistieron a los actos oficiales del 12 de octubre de 2016 alegando cuestiones de índole política:
Esta fiesta representa, además, el Día de la Hispanidad en Latinoamérica, que conmemora el descubrimiento del continente americano, el 12 de octubre de 1492, y el nacimiento de una amplia y variada comunidad internacional que comparte la misma base cultural, moral y afectiva. El hecho de que los presidentes nacionalistas de Cataluña, País Vasco y Navarra o destacados representantes de la extrema izquierda, como la alcaldesa de Madrid y el líder de Podemos, no asistieran a la celebración de la Fiesta Nacional no solo supone un desprecio a las instituciones, sino una afrenta a los valores, principios e historia que comparten los españoles desde hace siglos. Mención aparte merece la lamentable actuación del Ayuntamiento de Badalona, que, desobedeciendo una orden judicial, abrió sus puertas pese a la festividad, en una nueva señal de desafío hacia la ley y una absoluta falta de respeto al resto de españoles.