LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

El zasca de Rosa Díez al pacto entre el PNV y PSOE: «Maquillan la historia de ETA»

Federico Jiménez Losantos: "Iglesias se negó a callar un minuto para balar horas y horas en el aprisco de Ferreras, la paridera de Wyoming y otras acogedoras masías sorayinas"

Rita Barberá sigue siendo el tema principal de tribunas y editoriales este 25 de noviembre de 2016. Los análisis van más en la línea del trato mediático que ha recibido la que fuese alcaldesa de Valencia y actual senadora.

Sin embargo, fuera de este tema destaca el extenso artículo de Rosa Díez, expresidenta de UPyD, conocedora de lo que se cuece en el País Vasco, que asegura que el pacto de Gobierno entre el PSOE y el PNV oculta, entre otras cosas, maquillar la historia de la banda terrorista ETA:

El panorama no puede ser más desolador. Porque, con todo, lo peor no son las concesiones del Partido Socialista al Partido Nacionalista Vasco. El verdadero problema es que la izquierda no tiene una propuesta seria de España. Por eso triunfan las tesis de los nacionalistas y populistas en general ,mientras se nos va por el desagüe la incipiente ciudadanía española que veníamos construyendo desde la Transición. Pero esta última reflexión, que aborda el origen del problema, requiere otro artículo. Cierro éste con una reiterada llamada de atención: Ojo, el pacto entre socialistas y nacionalistas vascos proclama la desigualdad de derechos y maquilla la historia de ETA. Eso no es bueno para España. Ni decente.

Federico Jiménez Losantos, en El Mundo, deja retratado a Pablo Iglesias por su ‘performance’ en el Congreso de los Diputados negándose a acudir al minuto de silencio por la muerte de Rita Barberá:

Cuando el chequista vocacional Pablo Iglesias arreó a su rebaño y lo sacó del Congreso durante el minuto de silencio por Rita Barberá mostró sobre todo un perfil de sociópata, ovejunamente obedecido, eso sí, por el corderito Errejín y esa ovejita lucera cuya aportación a la teoría política -casi media cuartilla- tanto ilumina a EL MUNDO. Claro que el Dherzinsky vallecano se negó a callar un minuto para balar horas y horas en el aprisco de Ferreras, la paridera de Wyoming y otras acogedoras masías sorayinas, pero ese brutal gesto suyo, por venir de lo más profundo de la humanidad o de su inhumana negación, lo retrató más que mil horas de logorrea en Atresmedia/La Cheka.

Santiago González cree que la familia de Rita Barberá se equivocó al privatizar el funeral por su mosqueo con el PP:

Uno comprende el mosqueo de la familia con el PP, pero no acaba de compartir su decisión de privatizar el duelo. Por más que este país de calceteras haya jaleado el paso de la carreta, por más que las hemerotecas regurgiten las declaraciones de los Hernando, Maroto y tantos otros dirigentes, tan radicalmente transmutadas en expresiones de afecto tras la muerte, ella tenía derecho a un funeral a la altura de su trayectoria. Las presunciones de culpa sobre las que había empezado a interrogarla Conde-Pumpido se quedaron en embrión. Valencia se lo debía; también cuantos consideramos que el futuro de las instituciones y la vida democrática no pueden estar marcadas por los más bajos instintos y la burricie de la chusma.

En ABC, Ignacio Camacho pone el dedo sobre la llaga y asegura que la muerte de Rita Barberá tendrá que hacernos reflexionar sobre ese populismo justiciero al que tanto nos hemos habituado:

Hemos olvidado la premisa fundamental de la justicia democrática: que más valen cien criminales en libertad que un solo inocente preso. Tal vez la muerte de Rita Barberá pueda servir para reabrir este debate necesario sobre la extensión del populismo justiciero. Nadie puede ni debe cargar sobre su conciencia con el cadáver de la exalcaldesa. Es obvio que le pudo la presión, pero convivir con ella es parte del oficio político. Lo que ha provocado remordimientos en la clase dirigente -y debería producirlos también en cierto periodismo aficionado al escrache- es la posible precipitación en su generalizado repudio. La constatación dramática de que el relato de la corrupción ha conducido a una especie de histeria preventiva.

Carlos Herrera considera que si Barberá se hubiese retirado de la vida pública, tal vez no hubiese sufrido ese punto extra de estrés que pudo llevarla a la situación límite:

Si Rita se hubiese apartado voluntariamente de la cosa pública, tal vez su suerte habría sido otra, pero era brava hasta sus últimas horas y quien la conocía sabía que aconsejarle algo en ese sentido era inútil. Quiso resistir a la jauría, pero su corazón no resistió. Yo lo siento de veras porque era una tipa de una pieza, en sus errores y en sus aciertos. Valencia y España no van a ser necesariamente mejores sin ella.

David Gistau considera impropio lo hecho por Podemos con la muerte de Rita de Rita Barberá y entiende que el minuto de silencio era por respeto y en modo alguno una expiación de sus posibles corruptelas:

La muerte conlleva respeto, pero no una exoneración. Lo que dijeron no fue sobre una persona muerta, como en la repugnante hostilidad de Podemos, sino sobre un político en activo. Y que, por serlo, estaba expuesto a crítica, a investigación y a responsabilidades políticas. Siempre en proporción. Lo que no es un gaje del oficio es que te conviertan en Al Capone los que, para hacerlo, se arrogan no sé qué derechos mesiánicos, cuando en realidad hacen política de otra manera

La Razón, en su editorial, destaca que no es de recibo que la presunción de inocencia sea papel mojado en España y más aún que los jueces ralenticen los procesos judiciales:

En demasiados casos, como el de la senadora Rita Barberá, el derecho a la presunción de inocencia ha saltado por los aires, diluyéndose la frontera entre la instrucción judicial y el linchamiento público. Parte de la responsabilidad hay que atribuirla a la lentitud del sistema judicial que, por las razones que sean, alarga lustros la investigación de las causas. La última reforma legal impulsada por el Gobierno -limitando el tiempo de instrucción a 18 meses- no tendrá efecto ante la facultad concedida a jueces y fiscales de prorrogar los plazos cada seis meses.

Pedro Narváez critica que ni siquiera en el funeral se ha sabido respetar la memoria de Rita Barberá:

Ahora todo el mundo tiene una razón para explicar por qué Rita Barberá falleció de un infarto. La muerte no atiende a explicaciones pueriles ni a atajos políticos. Los que pedían su dimisión aseguran sin sonrojo que el partido la dejó sola. Si no la hubieran expulsado, dirían lo contrario, que murió con el carné del PP en el bolso. Qué vergüenza. Y así .Ya ni siquiera se respeta el duelo. Las tumbas permanecen abiertas hasta que cierra el último bar.

Señalan a la izquierda más recalcitrante. Podemos nació bajo el signo de Caín, lleva tatuados la maldad y el odio. Eso que llamaron la política del dolor ajeno. Modales de malnacidos. Pablo Iglesias excusó el besamanos al Rey porque en esa cola estaba Rita Barberá. Qué no tendrán que esconder algunos de los otros cientos que sí asistieron a la ceremonia. Y hasta él mismo, convertido en el auténtico Rufián del Congreso. Ciudadanos, muy educados, exigió, con una señal por escrito, que cualquier imputado sea enviado al destierro. El PSOE de Pedro Sánchez se disfrazó de desinfectante y tomó la antorcha de quemar brujas siempre que no fueran socialistas, y en el PP optaron también, después de resistirse e incapaces de ofrecer un relato alternativo, por el mantra posapocalíptico de la ejemplaridad. A la defensiva. La presunción de inocencia al carajo.

Antonio Martín Beaumont hace una comparación demoledora sobre el trato recibido por Rita Barberá y el que se le ha dispensado a todo un criminal como el asesino de Pioz:

No creo que se haya tratado con tanta dureza ni al descuartizador de Pioz. Una vergüenza. Personas sin escrúpulos, por intereses partidistas la sentenciaron a muerte civil por el único delito de ganar elecciones. Porque, ojo, Rita Barberá no ha sido condenada por ningún tribunal. Ni tan siquiera el TS había enviado el suplicatorio al Senado, por mucho que tantos la hubiesen castigado ya cruelmente y colgado el sambenito de «apestada» que le impedía hasta salir a pasear por las calles de una Valencia a la que tanto amó y a la que tanto ofreció.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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