La muerte del dictador cubano Fidel Castro llena este 27 de noviembre de 2016 páginas y páginas de toda la prensa de papel. Opiniones, tribunas, terceras, artículos y editoriales para todos los gustos.
Eso sí, como siempre, hay quienes no pueden olvidar su antiaznarismo y le atizan en toda la cocorota porque entienden que la postura inflexible del expresidente español perjudicará a España en el nuevo escenario que se abrirá con Cuba.
Ignacio Camacho, en las páginas de ABC, tiene claro que Castro aguantó por la complicidad de ese izquierdismo procree que lo elevó a los altares:
En esa mazmorra gigante y siniestra, Castro construyó un parque temático de su quimera vencida. Se enrocó en el tiempo como un galápago del Caribe, envuelto en la fantasmagoría de un patriarcado indomable. No era más que un sátrapa funesto y lúgubre, un ególatra iluminado, pero contaba con la complicidad moral de una izquierda agarrada con sentimiento de superioridad a la contumacia de sus errores. El sedicente progresismo le concedió impunidad y despenalizó su brutal yugo con el tratamiento frívolo de un icono estético. Desde hoy lo embalsamarán en camisetas reivindicativas, carteles y chapas solaperas para lucir en la próxima performance revolucionaria; esa épica del tiempo no vivido con que los tardocomunistas aderezan el bucle de su falsificada nostalgia.
José María Carrascal resume lo que han sido los casi 50 años de Fidel Castro, un fracaso absoluto del que parece no haberse percatado:
El balance provisional del castrismo arroja algo que ya sabíamos: el comunismo sirve para derribar un régimen caduco, pero luego es incapaz de crear una sociedad moderna, progresiva y libre. Si comparamos el avance de los países escandinavos, con su imperfecta democracia, y Rusia, con su marxismo-leninismo, la diferencia es total. Se me dirá que la democracia está cuestionada en Europa. Pero el comunismo está como la momia de Lenin.
El editorial de ABC lo tiene claro, nada de rebajar exigencias con Cuba mientras permanezca el hermano de Fidel Castro en el puesto de dictador:
La voz de Fidel Castro era el último eco de la revolución cubana. Lo que vino tras él, incluido su hermano Raúl, eran versiones menores sin el barniz de la mítica que acompañaba a Fidel. Sería un error que la Unión Europea compensara la muerte de Fidel Castro con una normalización de relaciones con el régimen comunista de Cuba. Obama se precipitó al homologar a la dictadura castrista sin esperar a que se produjeran cambios reales en las libertades y derechos de los cubanos. El hueco que deja Castro debe llenarse con esperanzas de libertad, no con más dictadura.
En El Mundo, Arcadi Espada recuerda a todos aquellos que murieron sin ver la desaparición de Fidel Castro:
Sabrás que en el Parque del Dominó de Miami se reunían todos los días decenas de viejos solitarios a contarse sus penurias y nostalgias y a jugar partida tras partida mientras pedían a Dios que acabase de matar a Fidel Castro para regresar ellos a la isla a morir. Los ruegos han durado más de medio siglo. Los cementerios de Miami están repletos de viejos a los que Dios no escuchó.
El editorial de El País culpa a Aznar de que ahora España no puede tener influencia en La Habana. De traca.
La muerte de Fidel Castro debería ofrecer una oportunidad para un nuevo comienzo en Cuba, la posibilidad de poner el reloj en hora con el siglo XXI y permitir que los cubanos puedan transitar de forma rápida y pacífica hacia una democracia representativa y una economía abierta. Y España, que por el empecinamiento del Gobierno de José María Aznar en congraciarse con EE UU a costa de una política de innecesaria dureza con Cuba, ha quedado descolocada y sin capacidad de influencia, siendo adelantado por otros socios europeos, tiene ahora una oportunidad de acompañar y apoyar un proceso de apertura que, además de inevitable, debe ser pactado e incluyente.
El editorial de El Mundo se abochorna por el blanqueo que Podemos ha querido hacer de la imagen del sátrapa caribeño:
España tiene que desempeñar un papel mucho más activo del que ha jugado los últimos años, por motivos históricos lógicos. La relación de Fidel con los sucesivos Gobiernos españoles pasó por todas las fases, viviendo su mayor tensión con Aznar en La Moncloa. Rajoy se ciñó ayer a la prudencia y el protocolo obligados al expresar sus condolencias, en claro contraste con las alabanzas que desde IU o Podemos se dirigieron a Fidel. Se puede reconocer la dimensión histórica del personaje sin necesidad de blanquear su dictadura, algo que, sencillamente, produce bochorno.