Se nota que apenas quedan poco más de 24 horas horas para Nochebuena y que tanto columnistas como editorialistas empiezan a estar más pendientes de los preparativos para esa cena y para el almuerzo del Día de Navidad. Este 23 de diciembre de 2016 las tribunas de opinión vienen bastante ligeritas de contenido, como si quisieran hacer una cura de ‘adelgazamiento’ político pensando en un 2017 que se presume intenso.
Federico Jiménez Losantos, en las páginas de El Mundo, habla sobre la reforma de la Constitución y entiende que si se procede a la misma es en realidad para liquidarla:
La comodidad y el analfabetismo de una casta política descastada nos ha hecho asumir como lógica una reforma de la Constitución que, en realidad, supone su liquidación, porque suprime «la soberanía del pueblo español», «de la que emanan todos los poderes del Estado». Doscientos años de lucha por la libertad ciudadana se resumen en esa proclamación: la soberanía del pueblo, de toda la nación española, sin señoríos ni parcelas de Poder hurtadas al común y beneficiarias de pósitos y pernadas medievales. Y toda esta regresión en algo esencial, la igualdad de los españoles ante la Ley, para contentar a los que, como advirtió Julián Marías a propósito del Título VIII, no se van a contentar.
Santiago González se fija la aprobación de los presupuestos en Asturias gracias a los 11 votos del PP y le recuerda a Pedro Sánchez que su ‘no es no’ cada vez tiene menos ventajas y más inconvenientes:
En fechas como ésta, Pedro Sánchez puede comprobar que su negativa tautológica, no es no, tiene más inconvenientes que ventajas y sería mejor sustituirla por un lema más relativista, modelo no quiere decir: vaya usted a saber, según las circunstancias. Y el asunto que se trate, naturalmente. Si el ex secretario general volviera a Asturias, sus compañeros le explicarían las ventajas que aprobar los presupuestos tiene para el Gobierno socialista del Principado. Sánchez ha perdido la partida ya, antes incluso de que cante la gallina. Pero a los partidos mayoritarios habría que exigirles la determinación de apoyarse en cuestiones fundamentales, lo que no ha hecho el PSOE esta semana al votar la reforma que otorgaba al T.C. la facultad de hacer cumplir sus sentencias e inhabilitar a los cargos que las desobedecieran.
A Raúl del Pozo le parece que Ana Pastor, presidenta del Congreso, va a tener en chino eso de que el hemiciclo sea un lugar donde se respire urbanidad:
Como si el Congreso de los Diputados fuera aún el convento del Espíritu Santo -fue en su día-, la presidenta Ana Pastor tiene que hacer el papel de abadesa para evitar que el Parlamento se convierta en una discoteca, donde los diputados se sienten en plan asambleario sobre las alfombras de los Pasos Perdidos o tengan la tentación de colocarse o empetarse o mamarse en el botellón de la moqueta, en vez de ser como en la primera Restauración, jabalíes, tenores o payasos. En realidad, en los últimos tiempos las cámaras y los palacios se han poblado de bufones, o sea que estamos en la onda de lo que pasa. El intento de Ana Pastor de que al Congreso vuelvan la urbanidad y las buenas maneras va ser inútil. A decir verdad, urbanidad no es lo mismo que educación, a veces representa lo contrario, sobre todo en la lucha dialéctica. Creemos que es más correcto, en los usos parlamentarios, exigir cortesía.
Luis Ventoso, en las páginas de ABC, le mete un palo al PSOE por seguir experimentando con cuestiones tan esenciales como la unidad de España:
El ejemplo más sonrojante ha sido ese globo semántico que llaman reforma «federal», entelequia que ningún pensador del partido ha acertado a explicar en qué se diferencia del actual Estado autonómico y qué se gana frente al separatismo. Ayer tocó la Lotería Nacional en las oficinas del PSOE. Si Sánchez hubiese completado aquel sueño lisérgico de ser presidente sin votos, hoy el sorteo se llamaría «Lotería Federal». Huelga decir que España estaría camino del desguace. ¿Cómo no va a perder votos a chorro un partido de Estado que se ha convertido en muleta del separatismo? Pero los alienígenas de Ferraz siguen experimentando con su probeta territorial.
El editorial de El Mundo tacha de actitud prepotente a Pablo Iglesias:
Estos días asistimos al recrudecimiento de las tensiones internas en Podemos. Pablo Iglesias ha exigido el fin de las corrientes en el partido y ha intentado introducir los cambios para convertir el congreso en una proclamación de su reelección como secretario general. La consulta de ayer a la militancia sobre el sistema de votación en el congreso de febrero, en la que el aparato liderado por Iglesias ganó por un estrecho margen a la corriente de Íñigo Errejón, muestra que no tiene el partido tan amarrado como parece y como da a entender su actitud prepotente contra los disidentes. «Entendimiento» es lo que pidió Errejón a Iglesias tras conocer el resultado de esa consulta.
El editorial de La Razón habla sobre la nueva brecha que queda abierta en Podemos:
El resultado de la consulta llevada a cabo en Podemos para decidir las reglas de juego de su próxima asamblea, en la que ha triunfado la propuesta de Pablo Iglesias por un puñado de votos, demuestra que la brecha abierta en el seno del partido morado era una realidad tangible y no una elucubración de los medios de comunicación españoles, como se aseguraba desde el sector oficialista del partido. Si como prueba basta un botón, las declaraciones que hizo ayer el ideólogo y cofundador de Podemos, Juan Carlos Monedero, en su habitual papel de verso suelto de la formación podemita, son del todo clarificadoras: «Si Íñigo pierde, creo que tiene que ser coherente y entender que ha echado un pulso y lo ha perdido, con lo que debe replantearse su papel en la dirección». Pero el fondo de esta división, que pese al voluntarismo de Iglesias ya se hace imposible de ocultar, no se encuentra sólo en cuestiones de liderazgo o ambiciones personalistas, sino en graves diferencias estratégicas sobre el papel que debe jugar la izquierda populista en el actual escenario político
Francisco Manetto, en El País, habla sobre el fin del hiperliderazgo en Podemos:
Pablo Iglesias está acostumbrado a ganar. El líder de Podemos ha dominado las votaciones de los simpatizantes desde el nacimiento del partido con muy pocas excepciones, como la victoria de Pablo Echenique en las primarias autonómicas de Aragón, cuando el actual secretario de Organización se encuadraba entre los críticos. Esa tendencia instaló en la formación una cultura del hiperliderazgo que atribuía a los planteamientos del secretario general el único horizonte político posible. Ayer se rompió esa dinámica. El responsable de ese giro, Íñigo Errejón (y el sector que le tiene como referente), participó inicialmente de esa lógica. Pero su distanciamiento de las tesis del líder, iniciado hace meses, demuestra ahora, por primera vez a escala nacional, que la militancia de Podemos no es solo pablista. Iglesias volvió a ganar, pero lo hizo con tan escaso margen -2,5 puntos- que el resultado abocará a sus principales dirigentes a meditar sus próximos pasos.