Hoy, en cualquier nación que se precie de serlo, deberíamos estar en España celebrando en cualquier rincón que hace dos décadas, un 1 de julio de 1997, era liberado tras un secuestro de más de 500 días, el funcionario José Antonio Ortega Lara a manos del sanguinario carcelero etarra Josu Bolinaga.
Sin embargo, tal y como recuerdan editoriales y tribunas de papel, muchas víctimas, empezando por el propio Ortega Lara, se han visto ‘premiadas’ con el desprecio más absoluto.
Ignacio Camacho, en ABC, recuerda como 20 años después de la feliz liberación de José Antonio Ortega Lara las víctimas del terrorismo se sienten desamparadas:
Las víctimas parecen estorbar en la flamante avenencia política. Es la soledad de quienes se perciben a sí mismos como rémoras de la paz, como engorrosos testigos de una verdad inconveniente y comprometida.
El editorial de La Razón recuerda también el vigésimo aniversario de la liberación de Ortega Lara:
El negacionismo de los abertzales seguidores de ETA no tiene más fondo que el de los que insisten en negar el Holocausto. Sólo buscan salvarse a sí mismos de un proyecto de vida fracasado.
El Mundo critica también como las autoridades han echado una capa de hormigón sobre la memoria del largo secuestro de Ortega Lara:
Indigna que la nave en Mondragón donde estuvo el zulo en el que los etarras enterraron vivo a Ortega Lara hoy sean dependencias semiolvidadas para guardar materiales en desuso.
Javier Redondo recuerda el ambiente que había en esos años de plomo en el País Vasco y como a determinados concejales se les amargaba la vida hasta la misma muerte:
Fernando Aramburu recrea el irrespirable, pastoso, cómplice y sucio ambiente de aquellos años en el relato La colcha quemada, incluido en Los peces de la amargura. Un matrimonio no pasa un día tranquilo por culpa de su vecino. Cuando no es una botella que explota, es una pintada en la fachada o una pedrada que revienta los cristales o atruena contra la persiana.