Lo que faltaba para el euro, que el Gobierno de España se ponga del lado de quienes han perpetrado el golpe en Cataluña.
Más de un columnista se lanza a la yugular del portavoz del Ejecutivo de Mariano Rajoy este 29 de octubre de 2017 por invitar a Carles Puigdemont y a Oriol Junqueras a participar en las próximas elecciones que tendrán lugar en Cataluña el próximo 21 de diciembre de 2017.
Así las cosas, por ejemplo, Hermann Tertsch no se corta un pelo a la hora de meterle estacazos descomunales a Méndez de Vigo:
La guinda a los peores temores la puso ayer el ministro portavoz, Iñigo Méndez de Vigo, al decir que el gobierno «vería con agrado» que Carlos Puigdemont, el cabecilla del golpe de Estado, se presentara otra vez a las elecciones. La estupefacción ante esas palabras era ayer general. Medios políticos parecen dar por hecho que Oriol Junqueras, el segundo implicado en la trama criminal, también va a participar en las elecciones. Como si Tejero, Milans y Armada hubieran presentado lista electoral propia tras el 23-F. Y se hubieran puesto a su disposición unos cuantos canales de televisión. Quizás no hubieran salido mal parados.
Ignacio Camacho insiste en que el Ejecutivo de Rajoy ha estado sumamente timorato:
Se trata, en resumen, de una oportunidad perdida con una respuesta flojita, insuficiente para la intensidad del agravio. Rajoy se ha parapetado en el consenso, en la responsabilidad compartida como coartada de un desenlace encogido, poco audaz, timorato. Si tiene éxito lo tendrá que compartir y si sale mal… más vale no pensarlo.
Para Carrascal ha sido un acierto la rápida convocatoria de elecciones:
La jugada maestra en esta partida fue el anuncio de elecciones, además, lo antes posible: el 21 de diciembre. ¿No querían elecciones? Pues venga, a votar. Y surge de nuevo la incongruencia en las filas secesionistas, con PDeCat y ERC debatiendo si concurren o no a ellas. ¿Pero no habíamos quedado en que son ya independientes? ¿Qué necesidad tienen de presentarse a unas elecciones convocadas por el Gobierno español?
El País constata que los separatistas se han llevado un soberano palo cuando han visto que la gente en Cataluña, el 28 de octubre de 2017, hizo su vida normal:
Lo más importante de la jornada es que las calles y la vida ciudadana estuvieron presididas por la más absoluta normalidad. No es poco en una sociedad deliberadamente polarizada durante años por el independentismo. El trauma de esa división dio paso ayer a un horizonte de convivencia en paz y sin desgarros. El artículo 155, pese a la retórica independentista, no es una agresión a la sociedad catalana, sino un alivio frente a un procés tóxico en lo político, económico y cívico que ha generado hastío, cuando no miedo.
La Razón le pinta un panorama poco halagüeño a Puigdemont:
Puigdemont no sólo ha perdido la razón -la razón política-, sino que se enfrenta ahora ante la Justicia que con tanto denuedo ha querido burlar. Puede que su mensaje en TV3 sólo sirviese para mostrar su desacato, aun sin presentarse como «president», pero no debería olvidar que ese juego puede añadir el delito de usurpación de funciones (artículo 402 del Código Penal) a los de malversación, desobediencia, prevaricación y, sobre todo, el de rebelión, a la querella que la Fiscalía presentará mañana ante el Tribunal Supremo.
Fernando Sánchez Dragó, en El Mundo, no vería mal que Puigdemont se tirase una temporada a la sombra:
¿Era necesario, ex president, montar este zafarrancho de fogueo del que su región sale empobrecida, dividida, escarnizada y maltrecha para volver con la estelada entre piernas al punto de partida? ¿No debería haberse quedado quietecito? ¿Está orgulloso de tanta alforja para tan magro viaje y de tanto ruido para tan pocas nueces? No le deseo la cárcel, aunque la tiene de sobra merecida, pero no le vendría mal pasar una temporada en ella para que, hastiado de su personaje, se transforme en persona de bien.
El Mundo celebra la decisión del Gobierno de Rajoy de que se celebren elecciones en Cataluña:
El hecho de que Rajoy haya fijado ya la fecha de las autonómicas -toda vez que Puigdemont no tuvo la valentía de hacerlo cuando aún no había sido destituido de su cargo- permite al Estado llevar la iniciativa y fuerza al independentismo al dilema de presentarse a unos comicios sostenidos en una legalidad que dicen no reconocer. Es una maniobra arriesgada que, en todo caso, habilita la vía para el regreso de Cataluña a la plena normalidad democrática.


