Lo malo es que en la era de la modernidad líquida, la política-fake no se publica, sino que se viraliza
Mientras toda Cataluña tiembla ante la avalancha de ‘fake news’, conviene sentarse a reflexionar sobre su efecto desestabilizador y el peligro que representanpara las democracias sustentados en la opinión pública y bien informada. Y eso es lo que hace el productor audiovisual José María Besteiro este 23 de noviembre en 2017 en una sensacional columna en ABC titulada ‘La política como fake’:
La crisis catalana ha puesto de moda la política-fake. Barack Obama cultivó la política-ficción, Donald Trump y Nigel Farage apostaron por la política-reality, y Puigdemont y Junqueras han acabado por consagrar la política-fake. El fake es una falsificación que se usa con frecuencia en las redes sociales para suplantar la realidad.
Basta escuchar las grabaciones que le pillaron al ‘número dos’ de Lloriqueras, Lluís Salvadó, en la que econtramos perlitas como esta:
- «Durante la tramitación de los presupuestos hemos tenido que comernos muchas cosas insensatas y muy imprudentes».
- «Hemos asumido hacer un impuesto como el de bebidas azucaradas (…) sin trámite de audiencia específico a los sectores afectados, con calendarios imprudentes (…) en contra de los informes internos que esto no se aguantaba por ningún lado y que mearíamos sangre después. (…)
- Ha sido un error, y principalmente mío, por haber entendido que un impuesto que llevábamos en la casa 4 años trabajando estaba suficientemente maduro. Y no ha sido así a la hora de la verdad la complejidad del impuesto se ha demostrado extremadamente compleja (sic)».
- «Hemos aceptado aprobar un impuesto como vehículos contaminantes sin censo, y por tanto inaplicable (…) Hoy Madrid no nos da el censo, y espero que el Constitucional lo suspenda, porque si no haremos un ridículo espantoso».
- «Lo hemos asumido de buen grado porque sabemos cómo van estas cosas y todos vamos en el mismo barco».
- «¿Lo firmamos? Sí claro, para salvar presupuestos. Que teníamos que hacer 6, después 4, ahora dos. Como decía alguien los acuerdos mutan».
O cómo Maricarmen Forcadell se bajó las faldas ante el Supremo para no tener que pasar más noches en la cárcel. Seguro que ya renegaba de lo que decía para endulzar los oídos de catalanes llamándolos al odio a España:
«No la acataremos. No la acataremos. No sufráis. Tenéis que tenerlo muy claro. Ni os preocupéis».
«El PP no debería llamarse PP de Cataluña, sino PP en Cataluña. Éstos son nuestros adversarios. El resto somos el pueblo catalán, los que conseguiremos la independencia».
Para Besteiro la política-fake no suplanta la realidad, sino que la ignora.
Los que producimos ficción sabemos que las historias tienen que ser verosímiles para ser creídas por el público. Ahora, sin embargo, todo vale: el exilio-instagram, el referéndum todo a cien, la épica del selfie made man, los clips-maidán, los spoilers-kosovo, la justicia-skype, la economía-Monopoly, la república-twit o la independencia de la señorita Pepis.
Besteiro cita a Billy Wilder cuando en realidad fue John Ford en ‘Quién mató a Liberty Valance’ quien dijo que si la leyenda es más importante que la verdad hay que publicar la leyenda.
Lo malo es que en la era de la modernidad líquida, la política-fake no se publica, sino que se viraliza. Son los tiempos de la posverdad. O sea, de la mentira, la que repetida miles de veces se convierte en propaganda y dogma de fe, pues el independentismo es un nuevo credo.
Y remata la faena saliendo en hombros:
Política-fake es proclamar la república y no tener siquiera preparados unos pinchos para los invitados. En un país civilizado, los protagonistas de tal fake se hubieran ido a casa y sus seguidores los hubieran jubilado de por vida. Pero aquí no dimite ni el apuntador ni los palmeros. Al revés, en los tiempos de la política-fake los causantes de tal erial pasan por ser unos héroes. Demasiados por metro cuadrado. Hasta el punto de que Rufián y Dante Fachin figuran en el reparto. Vuelven Esteso y Pajares. Otra de cine de barrio.