Un breve paréntesis en el tema catalán. A una semana vista para las elecciones del 21-D, este 14 de diciembre de 2017 las tribunas y editoriales de la prensa de papel se echan encima del homicidio por motivos ideológicos de Víctor Láinez a manos del okupa y antisistema Rodrigo Lanza.
El País destaca con el crimen del motor de los tirantes españoles que nuestra nación es de las pocas que aún estigmatiza su propia bandera:
Es una apelación a la reflexión sobre la anomalía de este país, una de las pocas democracias, por no decir la única, que estigmatiza su propia bandera con tanta saña. Los nacionalismos, en alianza con los extremismos, han impedido su normalización. En Zaragoza, una mente perturbada ha identificado sus colores en unos tirantes como el enemigo a patear.
ABC considera que el asesino Lanza no es una «simple anomalía» ni una anécdota:
Si hay partidos que apoyan a los sicarios proetarras de Alsasua, al matón de Bódalo o al filoterrorista de Alfon, lo lógico es que surjan criminales como Lanza. La degradación democrática de la extrema izquierda es tan notoria que debe preocupar al Estado. Quien da cobertura ideológica y social a un criminal no debe desentenderse de sus actos.
Isabel San Sebastián recuerda que Pablo Iglesias defendió a capa y espada al chileno cuando dejó tetrapléjico a un agente de la guardia urbana de Barcelona:
Ralea de odiadores henchidos de buena conciencia son los podemitas que ampararon a este sujeto violento cuando cumplió su primera condena por dejar tetrapléjico de una pedrada a un guardia urbano de Barcelona que trataba de llevar a cabo un desalojo. Cinco años de prisión le cayeron. Poco, muy poco tiempo de reclusión, considerando que su víctima vive atada a una silla de ruedas. Por aquel entonces Pablo Iglesias se emocionaba (sic) al ver cómo la turba agredía a un policía antidisturbios de Madrid. Le conmovía esa «expresión de rabia», sabiamente agitada por él, y salía lógicamente en defensa del rabioso barcelonés venido de tierras chilenas, brindándole todo el apoyo de su formación política.
Ignacio Ruiz-Quintano hace una analogía entre la reconciliación al estilo Podemos y el asesinato del motero en Zaragoza:
Vuelve la reconciliación, concepto religioso que en política deviene consenso, o reparto del saco. La reconciliació» es el último grito del nieto de Iglesias, aquel miliciano de Victoria Kent con quien, ya en el franquismo, Manuel VázquezPrada se paseaba por «Arriba». Llamar Pablemos a la reconciliación y matar los okupas maños a un motero en Zaragoza por llevar tirantes de España ha sido todo uno.
El editorial de La Razón recuerda que gente como Rodrigo Lanza han hecho ‘carrera’ gracias al impulso de líderes como Pablo Iglesias:
La facilidad con que estos «colectivos sociales» han recibido la compresión y amparo de grupos como Podemos y Barcelona en Comú ha legitimado las actuaciones antisistema y el uso de la violencia. Resuenan ahora las terribles palabras de Pablo Iglesias hace cuatro años, cuando llamaba a «cazar fachas» o a poner en marcha la «justicia proletaria».
Arcadi Espada, en El Mundo, destaca que determinados medios decidieron solapar el crimen del motero con lo del mamarracho que se subió a un tanque a grabarse un selfie a amenazar a Iglesias y a Puigdemont:
La complicidad política entre el presunto asesino de Zaragoza y el nacionalpopulismo provocó ayer la conocida maniobra que en términos ferroviarios franceses es la del tren que peut en cacher un autre: dada una noticia, sus perjudicados tratan de ocultarla con el paso rápido y atronador de otra vagamente vinculada. Así todas las terminales nacionalpopulistas se pusieron ayer a replicar la historia del tanque. El mismo día del asesinato, ¡y también en Zaragoza!, un chaval se sube a un tanque durante la jornada de puertas abiertas de un acuartelamiento y se graba un selfie donde dice que ha encontrado solución a los problemas de España y que le va a dar una sorpresa a Puigdemont. Y luego al Coletas: «El siguiente eres tú, cabrón. Y arriba España». Para ser justos con las noticias y los trenes: algo compartía el chaval con el hombre de los tirantes, porque estaba muerto de risa.