Las declaraciones de Mariano Rajoy en su entrevista con Carlos Alsina el 24 de enero de 2018 en Onda Cero en las que aseguraba estar dispuesto a ser cabeza de cartel en las elecciones generales han puesto en guardia a la tropa articulista de la prensa de papel este 25 de enero de 2018.
Ignacio Camacho, en ABC, cuenta como el último desayuno de Albert Rivera ha despertado algo más que expectación. Dice el genial columnista que se detecta un aire de cambio:
Y eso es lo que se notaba en el Ritz: la sensación patente de un cambio de ánimo, la mudanza del favor de unas élites que han dejado de ver a Rivera como un gregario y que nunca le han otorgado al marianismo el plácet cortesano. Lo han aceptado -igual que la mayoría de sus votantes- como mal menor pero sin atisbo de entusiasmo y nada las agita más que un viento de cambio. Está por ver si ese revuelo de cortinajes aterciopelados presagia un vuelco o se trata del enésimo barrunto falso.
Isabel San Sebastián pide una renovación profunda en el PP, que con Rajoy ya ha demostrado que más no se puede subir y encima, con los casos de corrupción, puede pegarse un buen talegazo en las urnas:
Savia nueva, ajena a los incumplimientos flagrantes de promesas relativas a la defensa de la vida, la lucha contra el terrorismo etarra, incluido su brazo político, la política fiscal o la firmeza en la preservación de la unidad nacional. Savia nueva, ajena a las sucesivas derrotas electorales culminadas el pasado diciembre con la práctica desaparición del PP en Cataluña.
Mayte Alcaraz, en cambio, cree que queda Rajoy para rato, al menos mientras dependa de él:
Mientras corría en la cinta, y con 35 años de vida política (la más longeva de la democracia española) pensó que después de matar a su padre Aznar, o dejarlo malherido reducido a un pepito grillo alimento de tertulias; viendo que la guerra Soraya-Cospedal tiene la estatura de una disputa de patio de colegio; con el temor de que el desembarco de Núñez-Feijóo abra heridas en Galicia y en Génova; y tras constatar que Rivera se cree el epígono de Emmanuel Macron, lo de irse y despachar tantas vanidades era ‘un lío’. Así que se queda. O no.
Luis Ventoso da por hecho que Rajoy no va a repetir, pero se asegura con su anuncio de que va a presentarse de nuevo a ser candidato a las elecciones de 2019 / 2020 evita que le vean como un pato cojo:
Conocedor de sus compatriotas -y de la piscina de pirañas que es un partido- ayer soltó que volverá a presentarse. Probablemente no lo hará, pero con la declaración evita convertirse en un líder de paja rodeado de conspiradores. Feijóo, el sucesor evidente; Santamaría, que probablemente perdió la carrera en el ‘procés’; y Cifuentes, que fabula con metas holgadas para ella, tendrán que resignarse al silencio. El público pide otra cara, sin duda. Pero el reloj de arena de Rajoy mide el tiempo con la lógica de Cela: «El que resiste gana».
Rubén Amón, en El País, resalta la paupérrima entrevista que Rajoy ofreció en Onda Cero donde trató de pasar la prueba no metiéndose en ningún enredo:
Estar sin estar. Hablar 50 minutos sin decir nada. Y acaso tranquilizar a los compatriotas con una aclaración innecesaria: «No voy a saltarme la ley». Cuesta trabajo relacionar el esfuerzo de exponerse a una entrevista con la disciplina mecánica de eludir la enjundia de las preguntas. Ha sucedido en el programa de Alsina, en Onda Cero. Podría decirse que Mariano Rajoy hizo autocrítica de los demás. Que piensa sucederse a sí mismo. Y que los pasajes más impertinentes de la conversación -la corrupción, el 1 de octubre, la rivalidad de Ciudadanos- trató de aniquilarlos entre la amnesia y la ignorancia, hasta el extremo de no saber si Francisco Camps era militante o no lo era del Partido Popular, después de haberlo dirigido una década en Valencia.