El numerito de los terroristas anunciando por enésima vez su disolución centra este 3 de mayo de 2018 toda la atención de tribunas y editoriales de la prensa de papel. Todas las reflexiones llegan a un mismo punto que, en cierto modo esconde un temor, que este perdón impostado no lleve aparejados terceros grados y acercamientos de presos etarras a sus ciudades de origen.
El editorial de ABC se centra en el enésimo anuncio de ETA sobre su perpetua disolución que nunca termina de llegar:
La carta remitida por ETA a diversas instituciones internacionales, y en la que comunica la disolución de «todas sus estructuras», responde nuevamente a la voluntad de la organización terrorista de solemnizar su paso final con la apariencia de una decisión unilateral, y no como lo que es: la consecuencia de su derrota. Realmente ETA no se disuelve, sino que se limita a recoger sus escombros, frutos de la ruina en la que se encuentra.
Álvaro Martínez no ahorra en epítetos para definir lo que le parece la carta de ETA:
De todas las mentiras, subterfugios, pamplinas, excusas, deformaciones, mezquindades, bellaquerías e hirientes imposturas de la última carta de ETA, solo hay una cosa en la que la chusma pistolera tiene razón: «El sufrimiento no es cosa del pasado». Naturalmente, semejante colección de sinvergüenzas se referirá a los terroristas presos y no a que cada día del año hay una familia española o decenas de ellas que se levantan con el recuerdo del aniversario de aquella maldita mañana, la última de un padre, una madre, un hijo, un abuelo, un primo o un hermano o un amigo asesinado por la jauría rabiosa y encapuchada que ayer dijo -a través de otra vomitiva epístola- que disolvía «completamente todas sus estructuras» y daba «por terminada su iniciativa política».
Isabel San Sebastián ve en el comunicado de ETA ventajas ocultas para los asesinos:
¿Se nos helará la sangre escuchando las palabras huecas de semejante ralea criminal? A mí sí, desde luego. Jamás creeré nada salido de sus bocas de lengua bífida. Pero temo que estaré muy sola. El mero hecho de que se les haya permitido grabar esa basura indica que, como aventuró Pilar Ruiz, nos aguardan cosas mucho peores: el acercamiento a cárceles próximas a sus domicilios, terceros grados penitenciarios a mansalva y, en muy poco tiempo, la libertad, sin que nadie haga un ruido en las calles ni clame en las televisiones. Todo está pactado y se cumplirá.
Ignacio Camacho considera que no se puede hacer tabla rasa tras el comunicado de ETA, que aquí hay que contar como fue el sufrimiento de las víctimas y, sobre todo, hacer cumplir las condenas:
Las autoridades y las instituciones están ante el imperativo de continuar exigiendo responsabilidades en sus términos más estrictos. No sólo con penas de cumplimiento íntegro, sin componendas ni beneficios, sino con una pedagogía política que transmita tal como fue la experiencia del sufrimiento de un pueblo digno acosado por una manada de asesinos. Sin esa narrativa de la verdad, lo que vendrá no es la paz sino el posterrorismo.
Luis Ventoso se hace unas preguntas esenciales y llega a una conclusión muy aplaudida:
Quién le devuelve a Ortega Lara los 532 días en el zulo? ¿Cómo se va a resarcir a miles de vascos, tan de pura cepa como los capitostes del PNV, que tuvieron que dejar su tierra para buscar paz y cobijo en Cantabria o Benidorm? ¿Qué ganan Miguel Ángel Blanco y los otros 852 asesinados con el show etarra de esta semana? ¿Cómo eran los días de los empresarios que tenían que abonar una mordida mafiosa para mantener abiertos sus negocios? ¿Pueden perdonar los padres de los niños despedazados en el Hipercor, o los de las cinco niñas muertas en el atentado de la casa cuartel de Zaragoza? ¿Y los hijos y viudas de los políticos abatidos con un tiro cobarde en la nuca? ¿Se recuperará el País Vasco de la seria enfermedad moral que provocó allí el terror implacable de ETA? Dicen que se disuelven. Pero nunca lo harán en la memoria. Seamos francos: no se puede perdonar a Himmler y a Pol Pot. Tampoco a esta mugre, aunque ahora vendan una paz pop vestidos de camiseta.
El editorial de El País recuerda algo esencial:
La sociedad española no puede permitir que ETA escriba su propio epitafio, porque no hay nada de positivo que recordar de su existencia. Al contrario. Es imprescindible seguir desmontando el falso discurso de unos especialistas en bombas lapa, secuestros y tiros por la espalda. Porque nunca hubo dos bandos. Unos mataban y otros, simplemente, morían o sufrían. Nunca hubo una lucha armada ni un conflicto que ella pudiera resolver porque el conflicto era ella misma. Sus miembros no eran valientes soldados vascos. La heroicidad, en todo caso, estuvo entre esos ciudadanos que no callaron y le plantaron cara.
La Razón insiste en que la entrega de las armas por parte de ETA no debe conllevar beneficio alguno para los asesinos:
La renuncia al uso de las armas no puede recibir compensación de tipo alguno. Las vías para la reinserción, las que contempla nuestra legislación para todo tipo de delincuentes, están ahí y son de sobra conocidas: colaboración con la Justicia para el esclarecimiento de los asesinatos que quedan sin resolver y entrega voluntaria de los responsables; arrepentimiento, pero no desde un plano moral, que sólo concierne a la conciencia de quien se arrepiente, si no procurando resarcir a las víctimas en lo posible, y cumplimiento ineludible de las penas impuestas, en las condiciones carcelarias que disponga los reglamentos de Instituciones Penitenciarias. La historia del terrorismo vasco es la que fue y nada conseguirá cambiarla.
Cristina López Schlichting afirma con contundencia que aquí no hay factura alguna que pagar a la banda terrorista ETA:
Para rendirse no hacen falta mediadores internacionales pagados, ni teles, ni la presencia del PNV. Sólo hace falta decir: les ayudo a resolver los más de 500 casos que quedan, ahí va mi mano, pido perdón y acepto la cárcel. Luego, ya se verá. Pero lo de Francia es otra cosa. Es intentar ponernos de nuevo el dogal al cuello: «Mira cómo se han disuelto pacíficamente… a ver cómo se lo paga el Estado español». Que la banda busca devolver los presos al País Vasco es cosa que han concedido hasta los mediadores. Quieren un «do ut des». Y no, no vamos a pagar nada de nada.
El Mundo exige firmeza y no dar un ápice de concesiones a los que durante décadas han sembrado odio y dolor:
La disolución de ETA llega demasiado tarde. Y se produce, no lo olvidemos, única y exclusivamente porque llevaba ya muchos años derrotada por el Estado de derecho. Pero no existe razón alguna para que los poderes públicos varíen un ápice su actuación. Hoy, igual que ayer, hay que confiar en la firmeza de nuestros gobernantes, que han asegurado que la disolución no se traducirá en impunidad. Y hay que redoblar los esfuerzos para esclarecer los más de 300 atentados de la banda de los que se desconoce la autoría. Los etarras deben colaborar con la Justicia si de verdad se creen su propia patraña de que dan por superado su ciclo histórico.
Javier Redondo se centra en qué será de las víctimas y sus familiares, quién les devolverá su dignidad y los años perdidos:
ETA se disuelve ante la indiferencia de los españoles. No es noticia. Conocemos los porqués y aburre su exposición de motivos. La noticia está por venir: qué será de las víctimas, quién rendirá honores a la decencia; cómo se escribirá la Historia; dónde se trazará la raya que separa la libertad de la sumisión.