Eduardo Zaplana es el nombre propio de tribunas y editoriales de la prensa de papel de este 23 de mayo de 2018. El que fuera alcalde de Benidorm, presidente de la Comunidad Valenciana, ministro de Trabajo y portavoz del Gobierno con José María Aznar, ha sido detenido por ocultación de dinero en el extranjero y los cuchillos se afilan para un seguro e inevitable despelleje, no sólo del político nacido en Cartagena (Murcia), sino también del propio Partido Popular.
Federico Jiménez Losantos, ante la escalada de escándalos que tocan de lleno al PP, con el tema de la detención de Zaplana, le exige a Rajoy que tome de una vez ya las de Villadiego:
Si Mariano se va ahora, tal vez no acabe conducido por la Guardia Civil. No lo sé. Pero se vaya o se quede, debería dejar que los españoles forjen en las urnas un Gobierno de España digno de ambos nombres. Este no lo es.
El editorial de El Mundo advierte claramente que lo de Zaplana explica el auge de dos partidos como Podemos y Ciudadanos:
La estrategia marianista de separar Génova de Moncloa -desatendiendo los problemas de la primera- no ha surtido efecto, pues los escándalos que afectan al partido han acabado siempre por repercutir en el Ejecutivo, minando su credibilidad y erosionando su capacidad de acuerdo cuando no paralizando su acción política. Por eso es importante la regeneración. Resulta difícil no advertir, en la imagen de un Zaplana transportado en el coche policial, el epítome de una época cleptocrática que explica lo mismo el populismo de Podemos que la explosión de Ciudadanos.
ABC trata con ciertos paños calientes la detención de Eduardo Zaplana y subraya que siempre se mostró como un líder que presumió de honradez:
Es cierto que Zaplana siempre presumió de honestidad durante toda su carrera política y de no tener un techo de cristal. Nunca nadie, pese a las múltiples sospechas que se cernieron sobre él, consiguió probar ninguna irregularidad en la conducta del exministro. No obstante, resulta preocupante -para Zaplana y para el PP también- la percepción de la Fiscalía y de la UCO de que ahora podría estar rescatando dinero derivado a paraísos fiscales con origen en supuestos cohechos y comisiones ilegales. Es evidente que la dirección del PP no supo atajar a tiempo la corrupción, si bien en los últimos años ha endurecido como ningún otro Gobierno la legislación para combatir esa lacra. El daño que esas conductas delictivas han hecho al partido es monumental, queda por saber si es irreversible.
Ignacio Camacho asegura que haya o no material judicial para encausar a Zaplana, ya se ha logrado el objetivo, dejarle quemado con la pena del Telediario:
Si hay o no materia penal en sus operaciones y contratos ya da igual: está linchado, la expiación ha sido ejecutada y el sacrificio celebrado por esa izquierda que pasó décadas sin atinarle la puntería con sus dardos. El veredicto popular está dictado y la gente empoderada puede hacer vudú reputacional contra el rostro bronceado que encarnó la fúnebre época del Partido Antipático.
Luis Ventoso se hace una pregunta más que necesaria, ¿dónde escogía Aznar a su gente de confianza o bajo qué condiciones?
El difunto Tom Wolfe habría compuesto una gran novela barroca con tan escurridizo encantador de serpientes (y hasta habría fabulado sobre quién era la serpiente). Cae el telón para Zaplana y tal vez quede archivado a la vera de Guzmán de Alfarache y Lázaro de Tormes. Algún día, por cierto, Aznar nos explicará cuáles eran sus criterios de selección de personal.
El editorial de El País le mete un buen gancho en la boca del estómago al PP:
El partido protegía a los suyos lamentando ser víctima de una trama contra el PP mientras se financiaba ilegalmente, como las diversas piezas del caso Gürtel están demostrando. Ha sido una vergonzosa manera de hacer política que el electorado no parece dispuesto a perdonarle de nuevo. A este partido se le debe también fundamentalmente el desprestigio de la política y la escasa confianza de los ciudadanos en sus instituciones democráticas. La justicia es lenta, el PP solo reacciona cuando aquella actúa y lo hace siempre con irritante retraso. Son circunstancias que aumentan la desconfianza y hacen temer que los desmanes no sean solo cosa del pasado.
Antonio Martín Beaumont cuenta en su tribuna en La Razón como Zaplana tenía tras de sí un pasado bastante sospechoso:
El desembarco a la vera de Rajoy, tras la derrota de 2008, de María Dolores de Cospedal, Soraya Sáenz de Santamaría, Esteban González Pons y un largo etcétera de savia nueva lo dejó sin sitio en los círculos de poder populares. Zaplana tuvo que buscar acomodo como delegado de Teléfonica para Europa y abandonar la política. Tenía 52 años y todo un impugnado pasado a sus espaldas.