"Se le ha visto siempre el plumero y las ganas de estar en La Moncloa"

Las vergüenzas de la esposa del pudoroso Pedro Sánchez que destapa el receloso Jaime Peñafiel

"Presumía ante sus amigas de lo atareada que estaría cuando su marido llegara a la presidencia"

Las vergüenzas de la esposa del pudoroso Pedro Sánchez que destapa el receloso Jaime Peñafiel
Begoña Gómez TW

De entrada, la sube de categoría tildándola de ‘primera dama‘, olvidándose quizá algo despistado de su querida reina Letizia, y la atiza de lo lindo por su desmesurada ambición desde su columna de ‘LOC‘ este domingo 3 de junio de 2018, anotándose así otra muesca en su pistola mediática aunque no sea a costa de Casa Real. (¡Begoña, date prisa en redecorar La Moncloa! En cuanto hablen las urnas, a Sánchez le darán la patada).

Esta vez el ‘duelo‘ lo tiene Jaime Peñafiel con Begoña Gómez, la esposa del flamante presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a quien le da además no pocos consejos para que ‘sepa estar’ en La Moncloa. (El atronador audio de Felipe González advirtiendo a Pedro Sánchez sobre sus malas compañías).

A su juicio, a la mentada se le visto «siempre el plumero» y «las ganas de estar en La Moncloa», recordando aquel día de junio de 2015 ( ¡La primera en la frente, Sánchez! Pablo Iglesias exige controlar ya RTVE y la agencia EFE).

«cuando Pedro Sánchez era proclamado candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno, en un escenario presidido por una gigantesca bandera de España. Sólo faltaba Marta Sánchez cantando el himno nacional con su ridícula letra. Pero allí estaba Begoña, su esposa, agarrada de su mano, saludando a los enfervorizados partidarios y besándole».

Desde ese día se convirtió no solo en la sombra de su marido, sino en algo más tangible y sin cortarse lo más mínimo bajo los focos:

«desfilando junto a él por la alfombra azul en el Teatro Campoamor, de Oviedo, en la gala de los Premios Princesa de Asturias. También, en el debate del 1 de diciembre, organizado por El País en el que Sánchez participó junto a Albert Rivera y Pablo Iglesias.

Aquel día, a Begoña se le vio de nuevo el plumero de su ambición sin límites, convirtiéndose en la auténtica protagonista, gesticulando ante las cámaras de televisión con inequívocos signos de victoria. Era la imagen americana de la primera dama. En aquellos días, presumía ante sus amigas de lo atareada que estaría cuando su marido llegara a la presidencia.

Ahora que Pedro se convierte en presidente, ella será la séptima primera dama de la Moncloa, después de Amparo (una mujer muy religiosa), Pilar (pasión por la cultura), Carmen (una mujer comprometida), Ana (una chica de derechas impetuosa y competitiva), Sonsoles (fobia social con privilegios ) y Elvira (el valor de la discreción).

Cada vez que se especula sobre un cambio presidencial, recurro a María de los Ángeles López de Celis, autora de ese interesantísimo libro Las damas de la Moncloa (Espasa 2013). Se trata de la historia de todas las first ladies a las que ha conocido durante los 32 años al frente de la secretaría de los presidentes de la democracia.

Begoña, al igual que todas las que le puedan suceder si se convierte en lo que le ha quitado el sueño desde hace tiempo, no debe olvidar las sabias palabras de María de los Ángeles sobre las primeras damas:

«Mujeres que se mueven en un espacio limpio, en una dimensión intermedia en la que no son nada pero se les exige mucho… La ausencia pública de la esposa del señor presidente no significa que ella no esté ahí…

En cualquier caso todas las primeras damas de La Moncloa han sido censuradas y elevadas a los altares a partes iguales, pero muy pocos intentaron comprenderlas». Begoña debe saber que, como dice la autora, «habrá un antes y un después de ese día D y hora H en las que atraviese, junto a su familia, la verja del Palacio de La Moncloa (Rafael Hernando: «Pedro Sánchez llega a La Moncloa con un pacto oculto con el nacionalismo»).

En ese momento, se cerrará tras de sí dejando al otro lado, aparcados sine die, intenciones y proyectos, sueños, deseos y legítimas ambiciones». Pedro se lo prometió. Promesa cumplida. ¡Ay! ese guiño de complicidad tras la votación a su esposa en la tribuna de invitados. ¡Lo hemos conseguido!»

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