La nueva etapa de Soledad Gallego-Díaz al frente de El País está marcada por una vuelta al PRISOE que ella conoció también cuando junto a su amigo Joaquín Estefanía eran carne y uña con el felipismo. Por la mañana cantaban loas a la independencia del periodismo ante las presiones del poder y los viernes por la noche se iban de copas por la Moncloa. ¿Volverá a pasar con Pedro Sánchez?
Meses antes del referéndum de la OTAN, Juan Luis Cebrián y Javier Pradera se pasaron por la bodeguiya para cenar con sus amigos Felipe González y su mujer Carmen Romero. González admitía en privado tener muchas dudas sobre la realización del referéndum mientras que Cebrián era partidario de no celebrar la consulta si cabía la más mínima posibilidad de perderla.
-O sea, Juan Luis, que para hacer las cosas bien tengo que seguir al pie de la letra los editoriales de El País -le dijo Felipe a Cebrián, antes de despedirse sobre las 3 de la madrugada.
-De ninguna manera -contestó Cebrián-. Los editoriales son una mera opinión.
Y mientras Cebrián hacía de equilibrista, trapecista y mujer barbuda a la vez para que al circo de Polanco no le crecieran más enanos con la OTAN, al genuflexo Pradera no se le ocurre mejor idea que presentarse en su despacho con el manifiesto solicitándole permiso para recabar firmas -«a título personal, ¿eh?»- de personas que apoyaran el ‘Sí’ sin matices, a secas.
Una idea que le había ido a vender a González a la bodeguiya junto a Juan Benet con el argumento de que el voto por el ‘Sí’ deja en fuera de juego a la derecha: «No celebrar el referéndum pondría al actual partido en el poder al borde de la derrota en las elecciones».
A Cebrián le desagradó la idea. El de la OTAN era un delicado asunto en el que era mejor nadar y guardar la ropa, en suma, lo que El País venía haciendo desde comienzos que Felipe González llegó al poder, pero con las espaldas bien cubiertas por esa imagen de seriedad y objetividad cultivada con maestría desde su aparición.
Y no había que ser un lince para darse cuenta de que a los lectores de El País, cabecera que presumía de llevar en su mancheta el lema de «diario independiente de la mañana», les sentaría a cuerno quemado que el jefe de Opinión del periódico hiciera campaña de forma desvergonzada por el PSOE, recabando firmas por el ‘Sí’ como un militante más. Un manifiesto que encima comenzaba a ser conocido como el ‘Manifiesto Pradera’.
Y así ocurrió. Pradera tuvo que aguantar ver cómo era crucificado por una marea de lectores de El País con la aquiescencia del defensor del lector del periódico Ismael López Muñoz.
«¿Cómo puede mantener la independencia, –clamaban indignados– un periódico que se autotitula así si desde miembros de su consejo de administración hasta redactores, pasando por otros cargos directivos y uno de los que escribe los editoriales políticos, anuncian sus posturas, con amplia publicidad, animando con sus firmas a tomar determinadas decisiones?».
Al ser consultado por el ‘ombudsman’, Cebrián dio una respuesta que indignó a Pradera:
«No me parece ni bien ni mal, aunque creo que quienes firman habitualmente artículos y opiniones en la prensa no necesitan hacer este tipo de afirmaciones colectivas. En cualquier caso todos han firmado los manifiestos a título personal y no como miembros integrantes del equipo intelectual del periódico».
Leída entre líneas, la opinión de director de El País era una desautorización en toda regla.
Pradera lo tomó como una humillación y decidió dimitir de forma irrevocable. «Sirva como explicación (claramente insuficiente a la vista de los acontecimientos) de mi decisión, objetivamente equivocada, que confié al firmar ese llamamiento en que mi nombre no fuera percibido exclusiva o predominantemente como el de un periodista de El País (al que estoy jurídico-laboralmente vinculado como colaborador), sino como el de un editor (mi profesión desde hace 20 años)», se justificó en una carta abierta a Juan Luis Cebrián en la que evitaba los reproches y el ajuste de cuentas.
A su amigo José Luis Gutiérrez le confesó la verdad que ocultaba en esa carta: que «a veces no medimos las consecuencias de nuestros propios actos, y cuando creemos que estamos accionando un timbre, resulta que se abre un foso ante nuestros pies…».
Para Cebrián fue un golpe muy duro. «Traté inútilmente de que revisara su decisión. Ambos sabíamos que el motivo de su marcha no eran las críticas de los lectores sino mis palabras sobre su responsabilidad exacta en el periódico». Pese a que años más tarde Pradera volvería a firmar en El País, su complicidad con el periódico no sería la misma.
«La dimisión de Pradera como editorialista –recuerda Enric González– fue un cimbronazo que rompió fibras internas muy delicadas».
Máximo Pradera daba aún una versión más cruda en Periodista Digital de la salida de su padre de El País en la que sin ambages deslizaba la idea que aquello había sido una jugarreta del director contra su padre:
«Cebrián era muy buen director, pero siempre estuvo muy celoso de la capacidad intelectual de mi padre, no le llegaba ni a la altura de los zapatos. Cebrián tenía muchas virtudes organizativas. Pero como capacidad de pensar era muy limitado. Entonces siempre que podía, siempre que se sentía amenazado intentaba humillar a mi padre. Para Cebrián el editorialista de El País tenía que ser un plumilla a su servicio».
Extracto del libro ‘PRISA: Liquidación de Existencias’ del periodista Luis Balcarce.