¡Cómo está el Gobierno! Acuciado por casos de corrupción, por los chantajes de los separatistas y con su único socio ‘fiable’, Podemos, exigiendo elecciones, lo cierto es que el panorama está para escapar a vela llena, pero Celáa, la portavoz de Moncloa, dice que hay que resistir. Susana Díaz, que el 2 de diciembre de 2018 se juega su continuidad al frente de la Junta de Andalucía, no quiere ni oír hablar de Sánchez, tal y como este 17 de noviembre de 2018 cuentan las tribunas de papel.
El editorial de ABC es claro y tajante al anuncio de la portavoz Isabel Celáa, que la misión de un Gobierno no es intentar mantenerse a toda costa:
La obligación de un Gobierno no es mantenerse, es gobernar para que los españoles vivan mejor y el país progrese. Se gobierna para los ciudadanos no para permanecer en el poder. Y si se hace bien, normalmente esos ciudadanos confirman en las urnas que así ha sido. Para Sánchez, claro, este es un hecho irrelevante, toda vez que llegó a La Moncloa sin pasar por las urnas, algo insólito en estos cuarenta años de democracia.
Juan Manuel Prada tacha de indecorosa la reacción del ministro del Interior, Grande-Marlaska, en relación al acoso al juez Llarena con el ataque a su casa:
De «suceso puntual» ha calificado el otrora juez Marlaska el acto vandálico que unos facinerosos perpetraron en casa del juez Llarena. Son unas palabras indecorosas que deberían avergonzar a Marlaska, que conoce bien las zozobras y angustias que invaden el ánimo de los jueces, cuando en el ejercicio de sus funciones jurisdiccionales tienen que adoptar decisiones con temibles ramificaciones políticas. En los días en los que aún no se había dejado engatusar por los cantos de sirena del doctor Sánchez, Marlaska soliviantó con sus decisiones a los separatistas (me viene a la memoria, por ejemplo, el cierre de alguna «herriko taberna») e incluso a los gobernantes (pienso, por ejemplo, en el celebérrimo caso «Faisán»). Marlaska no es, pues, un pipiolo que desconozca los riesgos personales que asume un juez.
Cristina López Schlichting, en La Razón, ofrece un dato demoledor sobre Andalucía:
No se entiende. Andalucía tiene -excepto Ceuta y Melilla- la tasa de paro más alta de España, a diez puntos de la media nacional. El 46 por 100 de sus menores de 25 años está desempleado. La renta per cápita es de 18.000 euros, lejos de la española de 23.000. ¿Cómo es posible que se vote mayoritariamente al partido que lleva 40 años en el poder? Según el propio CIS de Tezanos, el 60 por 100 de los andaluces dice querer un cambio. El 80 por 100 piensa que está peor que en la crisis y el 60 por 100 califica mal la gestión del PSOE. Sin embargo, las encuestas ponen todas a Susana Díaz en cabeza. Resultados tan estáticos son propios de pueblos muy conservadores, muy atados a sus costumbres. Gente que desconfía de las novedades y prefiere lo «malo conocido a lo bueno por conocer». Los pueblos muy antiguos son así.
El editorial de El Mundo sostiene que Susana Díaz quiere que Sánchez y las propias siglas del PSOE contaminen lo menos posible su campaña en Andalucía:
Susana Díaz ha intentado marcar distancias con Pedro Sánchez, ante el que perdió en las primarias para ocupar la secretaría general del PSOE y con quien nunca ha mantenido una relación fluida. En la que quizás sea la campaña más personalista de cuantas hayan protagonizado los socialistas andaluces, con una candidata que ha adoptado los métodos populistas de primar su nombre antes que el del partido, Díaz aludirá lo menos posible a la política nacional. Y limitará a solo dos días la presencia del presidente en Andalucía e intentará no coincidir con los ministros que participen en la campaña. Díaz sabe que más que una ayuda, Sánchez y su Gobierno podrían convertirse en un lastre para revalidar su mayoría en las urnas, ya que los votantes andaluces se muestran bastante críticos con la alianza del líder socialista con los independentistas catalanes, de quienes en última instancia depende la aprobación de los Presupuestos.
Juan Velarde es redactor de Periodista Digital @juanvelarde72