¿Se empieza a dar ya por amortizado a Puigdemont? Todo indica que sí. Al menos es lo que se deduce de los artículos y editoriales de la prensa de papel de este 3 de febrero de 2018 donde, eso sí, se espera que el Gobierno no esté planeando una especie de indulto a los golpistas a cambio de una cierta tranquilidad en Cataluña.
El editorial de ABC, sin pelos en la lengua, dice taxativamente que espera que al Gobierno no le dé por tener medidas de gracia con los golpistas:
La certeza del castigo, con unas prisiones provisionales que están resultando de lo más rehabilitadoras, es un arma de disuasión para separatistas contumaces y de persuasión para que los demás abandonen la ruptura del orden constitucional. El Gobierno y los partidos políticos que apoyan la reacción del Estado frente al separatismo harían bien en declarar públicamente que a los golpistas sólo les espera el Código Penal, no ‘gestos’ de última hora.
David Gistau es de los que se teme que el Gobierno de España esté considerando la aplicación de indultos para los independentistas:
La campaña de los indultos ya ha comenzado, y no precisamente porque la hayan impulsado las marcas independentistas. El argumento que se usa es en realidad una coacción moral a la sociedad civil española: la democracia, por el hecho de serlo, debe demostrar su generosidad. ¿Por qué? ¿No era tan grave el delito? ¿No era tan hondo el daño infligido a España? ¿Por qué, entonces, esa empatía, esa comprensión, esa impunidad?
Ramón Pérez-Maura considera que al Ejecutivo de Rajoy no le deben entrar las prisas por desbloquear la situación en Cataluña y argumenta por qué:
Si en Cataluña no hay autonomía en este momento, no es porque el Gobierno no quiera devolver el poder y poner fin al 155. Es, simplemente, porque los sediciosos no quieren cumplir la ley de la que emanan sus instituciones. Así que si ellos no tienen prisa por recuperar el autogobierno, no veo por qué la debe de tener el Gobierno que nos representa a todos los españoles. Que siga la cosa igual y se continúe gestionando el día a día de la Generalidad desde Madrid.
Ignacio Camacho cree que Puigdemont está a medio paso de que le encierren por su perpetuo estrambote:
Está a cinco minutos de pasearse con un gorrito de piantao, como dicen los porteños, dando trancos con una mano a la espalda y otra en el pecho. La ocurrencia de alquilar una casa en Waterloo, probablemente destinada a sede de una fantasmal república en el destierro, revela hasta qué punto el prófugo ha extraviado la conciencia de la situación para enredarse en el laberinto de un pensamiento ilusorio, de un trastornado devaneo.
Javier Ayuso, en El País, desmiente categóricamente que el plan de La Moncloa sea el indulto de los golpistas:
El supuesto plan de La Moncloa para recuperar la normalidad en Cataluña evitando que los políticos imputados acaben condenados, no solo es falso, sino que además es imposible. En el Gobierno son conscientes de que el proceso penal es imparable y de que los españoles no aceptarían trapicheos con una justicia que ha conseguido frenar la independencia unilateral catalana.
Iñaki Zaragüeta, en La Razón, destaca la paciencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para conseguir desalentar a los separatistas:
Lo cierto es que, tras las convulsiones de Cataluña del 21 de Diciembre, la política del presidente del Gobierno se ha impuesto y hoy aparece con una imagen en gran mejoría, impartiendo confianza y frustrando sueños que ha demostrado inalcanzables, que eran solamente sueños. ¿Será verdad que la mejor compañera de la sabiduría es la paciencia?. Así es la vida.
Luis Miguel Fuentes, en El Mundo, asegura que Puigdemont acabará como el mismísimo demonio de Tasmania:
Ni hipocresía, ni bajonazo, ni catarsis. Puigdemont ya es incomprensible como los endemoniados. Pero sabe que está condenado. Y no habrá ‘Plan Moncloa’, que significaría la rendición del Estado de Derecho y el fin del PP. Los que aún conservan la cabeza pondrán otro candidato y los secesionistas seguirán su plan de ocupación desde el posibilismo. Y recordaremos a Puigdemont como a aquel demonio de Tasmania de los dibujitos de la Warner.