El indepentismo vuelve a ser el tema clave que los lectores podrán encontrar este 4 de julio de 2018 en las tribunas y editoriales de la prensa de papel que también se fijan en las primarias del PP, donde el 5 de julio de 2018 se resolverá la primera parte del proceso con la votación de los militantes y donde todo está tan abierto que apostar por un candidato es tan arriesgado como echarse la siesta en la cama de un faquir.
Federico Jiménez Losantos, en El Mundo, considera una cortina de humo la macrorredada que se produjo el 3 de julio de 2018 en varios ayuntamientos de España y que acabó, por ejemplo, con la detención del alcalde de Arroyomolinos (Madrid), de Ciudadanos. Lo esencial para el periodista turolense es que el Ejecutivo sigue haciendo guiños al separatismo:
Aunque detengan a cien mil corruptos de diez mil municipios en diez minutos, dicen que por una trama que cobraba para poner más semáforos y, por ende, más multas, lo realmente grave, ayer y hoy, es la entrega de los golpistas catalanes a sus bases «de arraigo» (Sánchez pixit et dixit), fechoría que coloca al Gobierno en el bando del Golpe y en contra del que lo combate. Aunque legal, era falso e ilegítimo el argumento de la moción de censura, la sentencia del amigo de Garzón según la cual el PP era un partido corrupto y Rajoy mentía a los jueces, pero no se le deducía falso testimonio. Ceder en sólo un mes a todas las reivindicaciones de etarras y golpistas es mucho peor y pone al Gobierno en situación de clara ilegitimidad.
Raúl Del Pozo le exige a Sánchez que no acabe por ser el presidente que reduzca España a poco más que el territorio castellano:
Pedro Sánchez ya ha pasado a la historia y no puede terminar su capítulo siendo el que redujo España a una Castilla ensanchada con cuatro comunidades exigiendo autodeterminación. Lo más que puede ofrecer el presidente del Gobierno son las 46 peticiones que Puigdemont hizo a Mariano Rajoy. No tiene por qué pedir perdón por el 155 ni por haber llamado supremacista al racista Quim Torra.
Ignacio Camacho, en el ABC, le recuerda a Pedro Sánchez algo esencial en esta política de gestos que está teniendo con los separatistas catalanes:
Sánchez está tratando de construir un eje de alianzas de poder a medio plazo, en el que incluye también una línea de interlocución preferente con el nacionalismo vasco. En Cataluña sigue para ello la estrategia de Miquel Iceta, convertido en su consejero áulico, que se basa en limar las barreras de rechazo que frenaron las expectativas del PSC y limitaron sus resultados. El presidente ha hecho cálculos y sabe que para ganar las próximas elecciones necesita incrementar en territorio soberanista su facturación de escaños. Claro que esa apuesta tiene un doble reverso. Por un lado, los votos que en el resto del país pueda perder en tan arriesgado juego; por el otro, que los secesionistas nunca acaban de darse por satisfechos y pueden volver a tensar la situación en cualquier momento. En otoño, la distensión sanchista debe pasar una prueba de fuego: los responsables de la revuelta serán juzgados en el Supremo y con una media de quince años de condena por delante habrá que ver si se conforman con los gestos.
La Razón entiende que Pedro Sánchez no puede hacerle guiños a Quim Torra y poner sobre la mesa el derecho de autodeterminación en la reunión que tendrá lugar entre ambos el próximo 9 de julio de 2018:
Poner encima de la mesa el derecho de autodeterminación -o de decidir, su versión suave- en la reunión que Joaquim Torra mantendrá el próximo día 9 de La Moncloa con Pedro Sánchez es persistir en un error que condujo al desastre en el que se encuentra la vida política en Cataluña. Decimos error, aunque sería más correcto hablar de error premeditado, pues forzar una consulta bajo este derecho en un país que ejerce plenamente la democracia supondría abrir un proceso insurreccional -en el grado que se quiera-, como así advirtió el desaparecido Solé Tura a raíz de la no inclusión de esta prerrogativa en el texto constitucional, del que fue redactor.
El País aprovecha el poco interés que tienen para los militantes del PP sus propias primarias para sacudirle un buen estacazo:
El primer intento de conceder a los militantes la decisión sobre su futuro liderazgo ha puesto al descubierto la desmovilización masiva de sus seguidores, la falta de debate interno y las debilidades de un método de elección que, al conceder la palabra final a los compromisarios, puede torcer en alguna medida la voluntad de los militantes. Las primarias están desvelando, en suma, el profundo retraso que arrastra el primer partido de España en términos de cultura democrática.
Ramón Pérez-Maura, en ABC, habla sobre las primarias del PP y lo que él ha auscultado de la militancia es que el ganador será Pablo Casado:
Confieso que en la última semana he hablado con siete afiliados del PP que van a ejercer su derecho a voto y los siete me han dicho que van a votar a la misma persona: Pablo Casado. Un miembro del equipo de Soraya Saenz de Santamaría me advertía ayer de un posible error de percepción en ese sondeo no científico: «Casado es fuerte en Madrid y muy débil en provincias». Es posible. Pero es un muestreo aleatorio y para mí revelador porque son afiliados de muy diferente extracción.
Luis Ventoso, en ABC, se fija en un episodio que para nada es menor, el de la concejala podemita de Madrid que la ha emprendido contra los dueños de los restaurantes sobre ruedas:
Leo en el Portal de la Transparencia que Galcerán, de origen barcelonés, está forrada. Me alegro. La concejala comunista, que da la batalla igualitaria contra la comida callejera por ser demasiado pijolas, es en realidad una plutócrata. Posee nueve propiedades inmuebles (pisos y fincas en Barcelona, Madrid y Tarragona); acciones de Iberdrola, Telefónica y Gas Natural; fondo de pensiones; 91.000 euros en el banco, un Lexus, piano y biblioteca de dos mil volúmenes. Celebramos que sea rica y lo disfrute. Pero resultaría relajante que dejase de darles la murga dogmática a los vecinos que solo quieren comerse un burrito por Azca. La hipocresía del chaletazo Iglesias-Montero se repite: igualitarismo forzoso para todos, menos para mí.