Dos meses de Gobierno, unos 60 días en los que da tiempo a hacer más bien poco, pero a Sánchez se le ocurrió dar en pleno mes de agosto, un viernes 3 de agosto de 2018, una rueda de prensa de autobombo y carente de toda crítica, algo que este 4 de agosto de 2018 le afean casi todos los editoriales y tribunas de la prensa de papel. Eso sí, no esperen palos en su diario de referencia, El País.
ABC le mete a Pedro Sánchez por hacer de su primera rueda de prensa tras dos meses en el Gobierno un burdo acto propagandístico:
Dos meses después de su llegada a La Moncloa, Pedro Sánchez ofreció su primera rueda de prensa como tal, y lo hizo para aprovechar la resonancia de la Presidencia del Gobierno en un burdo ejercicio de propaganda, en lugar de hacer un balance realista y autocrítico de su gestión, que necesariamente ha de ser negativo. Sánchez incorporó a su rueda de prensa la proyección de una serie de fotos de su álbum presidencial. Nunca se había visto algo así: el Consejo de Ministros, convertido en un acto de propaganda partidaria. Entre las imágenes que proyectó a su mayor gloria figuraba una de él junto al Rey y Torra. Es reprochable que el presidente del Gobierno use una fotografía del Jefe del Estado para promocionarse, y todavía más que elija una imagen de Felipe VI junto a Torra, como sugiriendo que el Rey avala su diálogo con los separatistas. Para ese Gobierno que los españoles no han elegido no existen límites en la propaganda.
Jesús Lillo considera la performance del presidente del Gobierno un ejercicio de desvergüenza política:
Dos meses ha tenido el presidente del Gobierno para preparar su primera rueda de prensa, soberbia y atinada representación escénica de una «agenda del cambio» que es pura farfolla. Mientras Sánchez hablaba en La Moncloa de la elevación de los estándares de integridad y de humildad, una pantalla proyectaba de forma impúdica imágenes triunfales de su bimestre en La Moncloa. En el carro de diapositivas se echaron de menos las fotos de los Killers en Benicásim, de la rencorosa dimisión de Màxim Huerta, de los guardias civiles heridos en la valla de Ceuta, de la colección presidencial de gafas de piloto, de su crema de manos o del Valle de los Caídos, pero la proyección, hay que reconocerlo, estuvo bastante entretenida, por desvergonzada.
Luis Ventoso tampoco se corta a la hora de definir la comparecencia de Pedro Sánchez:
Cuando al ego no lo embrida la mesura se arriba en la patochada. Y en eso, y como español siento decirlo, se quedó la comparecencia de ayer del eventual presidente del Gobierno. Es una patochada proclamar que «ahora los españoles ya se sienten reconocidos en su Gobierno», cuando solo tienes 84 diputados y cuando la mitad del electorado realmente no te soporta. Es una patochada, y una boutade vanidosa, proclamar que tu llegada supone «un cambio de época», cuando estás maniatado en el Parlamento y rehén de los separatistas y no puedes aprobar ni una sola ley de calado.
Hermann Tertsch asegura que Sánchez es un tipo bastante peligroso, amén de un okupa político:
Es un personaje peligroso, un Zapatero aún más desinhibido y con menos luces. Con una percepción de la realidad pervertida. Y menos por la chatarra ideológica que por un concepto del poder político, definido por la soberbia y la falta de escrúpulos y empatía, que debiera alarmar. Miente y tergiversa con un cinismo notable. Pero hay algo peor: Sánchez fabula. Dice que España entra con él en una nueva época política. Que va a blindar no se sabe qué con 84 tristes diputados. O que los españoles se identifican con su gobierno como su gobierno con ellos. Sánchez es el presidente okupa.
La Razón critica que el presidente del Gobierno se apropie de méritos que no le corresponden:
Hemos asistido a una comparecencia pública -la primera rueda de Prensa abierta que concede Pedro Sánchez desde que llegó a La Moncloa- con intervenciones que rayaban en el surrealismo. Así, que el político que más se ha opuesto a la reforma laboral de Mariano Rajoy y ha acuñado términos como «trabajo basura» para desvirtuar los avances en la lucha contra el desempleo; que el mismo dirigente que se negó en redondo, sin opción, a negociar los presupuestos generales del Estados y votó en contra del techo de gasto, se apropie, sin mover un músculo, de la buena marcha de la economía, del descenso de la prima de riesgo, del aumento del turismo o, incluso, de las mejores condiciones otorgadas a las pensiones de viudedad y del acuerdo contra la violencia de género, como hizo ayer, describe una manera muy personal de entender la política.
José María Marco asegura que el presidente del Ejecutivo es feliz porque no ha tenido que tomar decisiones complicadas, pero que ya le llegará el momento de hacerlo y a ver si le dura ese estado de felicidad:
La felicidad de Sánchez procede, además, de su incapacidad para ejercer una auténtica acción de gobierno. Por ahora, no ha tenido que tomar demasiadas decisiones, menos aún decisiones duras, de las que desgastan. El conflicto del taxi ha quedado aparcado hasta septiembre, la inmigración sigue envuelta en el aura de lo humanitario. Lo indicó el mismo Sánchez al final de su comparecencia, poco antes de la muestra de felicidad. Se propone intentar llevar a cabo su programa, pero si no le dejan, no será responsabilidad suya. Es una estrategia difícil, que exigirá mucho tiento y muchos silencios, como los dos meses sin declaraciones que la docilidad de sus medios amigos está dispuesta a perdonarle: demostrado queda.
El Mundo critica la rueda de prensa de Sánchez porque entiende que, amén del autobombo, dos meses no es tiempo para poder presumir de gestión:
Resulta difícil hacer un balance de los dos primeros meses de Gobierno de Sánchez porque en tan escaso tiempo, y ante la falta de apoyos parlamentarios, las semanas han transcurrido con tanto ruido como pocas nueces. Aun así, el presidente no dudó ayer en darse unas buenas dosis de autobombo en su comparecencia tras el último Consejo de Ministros antes de las vacaciones. Lo más cuestionable, en todo caso, es que se mostrara ufano por la buena marcha de la economía, destacando el crecimiento sostenido por encima del 3% de nuestro país, la bajada del paro o el aumento de las pensiones, cuando son todo parámetros que todavía deben computarse en el haber de la gestión económica del Partido Popular.