Fue en el año 1988 cuando Javier Gómez Liaño conoció a Baltasar Garzón. Estaba de magistrado de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y él llegaba al Juzgado Central Número 5 en sustitución de Francisco Castro Meije.
Garzón venía del servicio de inspección del Consejo General del Poder Judicial y su relación no pasaba de un simple saludo. Carmen Tagle, que guardaba buen concepto de él, le ponía reparos en el plano personal por el afán de relumbrar y su neurosis a ocupar el primer lugar de la Creación.
«No hay más que verle cómo sube con paso estudiado y la mirada puesta en el infinito las escaleras de la Audiencia Nacional, con la cartera en la mano fingiendo no ver a nadie y simulando preocupación», le dijo una amiga con tan buen ojo como mala leche.
Liaño sentía debilidad por Garzón. Pero Garzón no sentía lo mismo por Liaño. Ni tampoco por la fiscal María Dolores Márquez de Prado. Garzón dice que desde un primer momento vio que estaban todo el entorno de Liaño estaba compinchado contra PRISA.
«Ella enlazó a los diferentes personajes -escribe Garzón- y coordinó las acciones, tanto dentro como fuera de la Audiencia Nacional. Su hermana era la esposa del hijo de Jaime Campmany, director de Época y denunciante en el caso.
¿Quién utilizó a Campmany? Un amigo diputado del PP en esa época apuntó a Francisco Álvarez Cascos, José María Michavila y Pedrojota Ramírez. Tampoco fue ajeno Rafael Pérez Escolar, un hombre de Mario Conde, que había salvado a Época de la quiebra”. En Garzón caerá la querella que pondrá el caso Sogecable patas arribas: la recusación de Liaño por parte de Juan Luis Cebrián.
“A pesar de la inconsistencia de los motivos de la recusación, —cuyo ‘cerebro’ fue Clemente Auger— lo que me hubiera permitido rechazarla de plano por fraude de ley y abuso de Derecho, me pareció adecuado abrir el trámite, apartarme provisionalmente del asunto y dejar que fuera Baltasar Garzón, mi sustituto legal, quien resolviera el incidente procesal. Estaba seguro de que la recusación no podría prosperar. Estoy convencido de que el día que Baltasar Garzón me comentó que Clemente Auger le había llamado para decirle que Polanco y Cebrián se conformaban con que no hubiera medidas cautelares y yo le respondí con un expresivo silencio, la suerte estaba echada. El objetivo de Baltasar era apartarme de la instrucción. Según se descubrió posteriormente, él había urdido el incidente de recusación con personas como el ex ministro de Hacienda y consejero de PRISA, Jaime García Añoveros, quien se prestó a comparecer en el incidente en calidad de testigo para responder a una lista de preguntas que llevaba en la cartera. Todo demostraba que Baltasar estaba comprometido con el asunto y que cumplía sin rechistar el encargo encomendado. Era su juego”.
A finales de mayo de 1997, entra en juego García Añoveros, un hombre de Polanco, que convocó a sus amigos Garzón y Joaquín Navarro Estevan al restaurante Pazo de Monterrey para comunicarles una noticia: –Juan Luis Cebrián va a recusar a Gómez de Liaño. Cómo dice Díaz Herrera, su forma de proceder, aunque en muchos momentos “pareciera estúpida, no era inocente.
García Añoveros actuaba como enviado de Matías Cortés, Horacio Oliva y el equipo de abogados de PRISA para valorar la reacción de los dos jueces, especialmente de Garzón, que debía resolver el incidente”. El 18 de junio la tertulia del Lhardy se traslada a Pazo de Monterrey.
Garzón se pone colérico cuando le hablan de Liaño: –Sabéis lo que os digo: si por fin Cebrián opta por presentar la recusación, no tendrá más remedio que freírle los huevos a Javier. El juez no tuvo reparos en hacer ese comentario delante de dos periodistas de El País —Bonifacio de la Cuadra y Soledad Alameda— y de un edecán de Polanco como Jaime García Añoveros. PRISA tiene ojos y oídos en todos lados. Cuando le llegó esa información a Cebrián, ya sabía lo que tenía que hacer.
En septiembre de 1997, Baltasar Garzón decidió abstenerse de instruir la recusación presentada por Juan Luis Cebrián, consejero delegado de Sogecable, contra el juez Javier Gómez de Liaño. Carlos Carnicero afirmó que Garzón había pactado con PRISA en un desayuno en Nueva York en el que participaron Antonio Navalón, Matías Cortés y Jaime García Añoveros. La abstención de Garzón desembocó en el archivo del caso Sogecable al conseguir apartar a Liaño de la causa.
A partir de ese momento, Garzón recibió un trato exquisito por el diario El País. Aquí la figura clave es Antonio Navalón y la ‘Tijuana Connection’ como la bautizó Casimiro García-Abadillo:
“Les recuerdo que fue Garzón quien, en un auto también para enmarcar, en el que se abstenía sobre la recusación de su compañero Gómez de Liaño, permitió no sólo que la querella muriera de inanición, sino que coadyuvó a la posterior condena de su, en tiempos, amigo y aliado. El nexo entre Garzón y el Grupo Prisa fue, ya lo habrán adivinado, Antonio Navalón. Nada mejor que acudir a la biografía que Pilar Urbano hizo del juez que veía amanecer para comprender por qué, después del ajusticiamiento de Gómez de Liaño, Navalón aterrizó con todos los honores en México como representante plenipotenciario del Grupo Prisa.
Navalón aparece en todas las reuniones clave. Aquéllas que permitieron montar el artificio que facilitó la recusación del juez y su posterior condena por un inexistente delito de prevaricación (como demuestra la sentencia del Tribunal de Estrasburgo de 2008, para vergüenza de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, Bacigalupo mediante). Sólo mencionaré un detalle. En una tarde de finales de marzo de 2007 (ya absuelto de Argentia Trust, también ayudado por Jaime García Añoveros, consejero de Prisa, como reconoció él mismo ante el Supremo), Navalón recibió una llamada del juez Joaquín Navarro en la que le informaba de que el abogado Antonio García-Trevijano le había leído el supuesto auto dictando la prisión de Polanco.
¿Quién dio todos los argumentos a Matías Cortés, abogado de Polanco, para inhabilitar a Gómez de Liaño? Navalón. ¿Quién puso sobre la mesa no sólo los datos, sino que le hizo ver a Garzón los enormes beneficios que obtendría a cambio para que se abstuviera sobre la recusación? Navalón”.
Años después, Gómez de Liaño afirmó al autor de este libro que había habido jueces que recibieron “distracciones” para dictar fallos a favor de PRISA.
Extracto del capítulo ‘Guerra Civil’ del libro de Luis Balcarce, ‘PRISA: Liquidación de Existencias’ (FOCA)
