El arrepentimiento de Pablo Iglesias sobre su pasado venezolano es uno de los ejes fundamentales sobre el que se apoyan este 14 de diciembre de 2018 las tribunas de opinión de la prensa de papel. Aplauden el gesto del líder de Podemos, pero al mismo tiempo sospechan que es de boquilla, que al final hay toda una estrategia electoral.
El editorial de ABC apunta que Pablo Iglesias por fin ha enseñado su verdadera cara, la de ser un miembro más de la casta:
En definitiva, reniega de su obra, convertida en un partido aburguesado, y enquistado por los egos, las purgas y los codazos por un puesto en las listas que garantice un sueldo público. Si ayer fue sincero, cabe deducir que Iglesias ya no cree en Podemos. Arrepentirse de lo que dijo en el pasado, pero no del dinero que cobró por decirlo, es revelador de quién es realmente Iglesias.
Bieito Rubido tampoco se cree en demasía la contracción del líder de Podemos cuando ahora critica lo que está pasando en Venezuela:
Albergo mis dudas, por tanto, acerca de si Iglesias ha empezado ya ese descenso a la mesura porque, mientras ascendía hacia la altivez y la intemperancia, dejó muchos gestos profundamente antidemocráticos, por más que él pretendiera envolverlos en el papel de parafina de la demagogia. Para que ese minuto de contrición expresado ayer en el Senado, en una comisión que investiga la financiación de su partido, tenga valor, hace falta sinceridad. Y yo en esto, como en tantas otras cuestiones, habito en la duda.
Sandra Golpe, en La Razón, tampoco tiene muy claros los motivos del arrepentimiento de Pablo Iglesias repudiando ahora toda la obra chavista:
También en el Senado ha reculado Iglesias sobre la situación política y económica de Venezuela: «Es nefasta», afirma textualmente. No comparte hoy el líder de Podemos algunas de sus opiniones pasadas sobre el régimen chavista. O nos hacemos todos mayores y recapacitamos, o bien decidimos poner tierra de por medio con los de Nicolás Maduro por su posible coste electoral, vete a saber los motivos íntimos de Pablo Iglesias.
Pedro Narváez sospecha de otro motivo que tiene mucho peso, intentar hacer ver con sus declaraciones que ahora Podemos ya no es radical y colocarle esa etiqueta a Vox:
La amnesia retrógrada convirtiose en un mea culpa años después de que en cada entrevista a un miembro de Podemos preguntar por Venezuela supusiera una situación tensa y tan a la defensiva que propinaban un gancho para dejarte KO por facha. Iglesias llegó a tal deshumanización que no recibía a los opositores que venían a España a contar lo que veían sus ojos. Puestos a rectificar, eso que dicen que es de sabios, le sentaría bien meditar sobre las atrocidades que se cometen aquí mismo, como ir a la cárcel a negociar con los políticos presos. Un poner. La marca morada empieza su viraje para blanquear la extrema izquierda y el consenso periodístico, en su buenismo ilustrado y tan equivocado cuando quiere, establezca que sólo hay un radical en el tablero, Vox. Y así pasar a la siguiente casilla.
El Mundo entiende que Iglesias reniega de su pasado venezolano ante sus fracasos políticos y ante sus contradicciones personales como las del chalet de Galapagar:
Podemos hoy es una fuerza menguante, con fuertes facciones y abiertos desafíos territoriales a la cúpula dirigente: se diría que Iglesias tiene hoy mayor influencia sobre Sánchez que sobre las confluencias de su formación. Su estrategia de acompañamiento útil del separatismo, que tilda de presos políticos a los autores del golpe y defiende la autodeterminación, no ha sido comprendida por sus votantes. Como le sucede a Sánchez, el desafío catalán amenaza con reducir drásticamente las expectativas electorales de Podemos. Luego está la evolución personal de Iglesias. Sus actuales circunstancias vitales refutan el estereotipo revolucionario que se cuidó de cultivar. La consulta sobre su chalé es elocuente en ese sentido. Por eso carece de credibilidad para seguir explotando la retórica de la «alerta antifascista»
Juan Velarde es redactor de Periodista Digital @juanvelarde72