Lectores al tren, eso sí, si son extremeños, mejor cojan el bus, su coche o hasta el patinete eléctrico porque a buen seguro que van a llegar antes a su destino y sin sorpresas desagradables durante su viaje. Las tribunas de opinión de este 3 de enero de 2019 llegan calentitas para ustedes y sin ningún tipo de incidencia o descarrilamiento y todas fijándose en el auténtico drama que se vive en esa región autonómica.
Bieito Rubido, director de ABC, se fija en el auténtico despropósito que sufre Extremadura en materia de comunicación ferroviaria:
Extremadura, Galicia, Asturias… ahí tiene el gobierno «bonito» un fecundo terreno donde sembrar la semilla del progreso, la igualdad y el bienestar, alejándose de tanta retórica hueca. Ya está tardando Guillermo Fernández Vara, prohombre del socialismo español, en clamar que los extremeños tienen que ser iguales ante la democracia que catalanes, vascos o andaluces: libres e iguales… y desarrollados. Podemos aceptar determinadas diferencias -lengua y cultura- pero desigualdades, no. A ver dónde están las mal llamadas fuerzas de progreso -PSOE y Podemos- mientras se discrimina obscenamente a una parte de España.
El editorial de ABC denuncia como las reclamaciones de los extremeños se las pasan los responsables políticos por el arco del triunfo:
Cada tres meses, los extremeños se manifiestan para que alguien atienda su demanda. Pero pasan los años y sigue sin existir un plan de inversiones que revierta tan lamentable situación, un oprobio que les convierte en españoles de segunda si tenemos en cuenta, por ejemplo, los formidables avances de otras regiones. Cataluña, por ejemplo, tiene conectadas por AVE sus cuatro provincias. Y los extremeños, en autobús. Hace tiempo que hubo de arreglarse este despropósito, convertido ya en asunto urgente a reparar.
Ignacio Camacho tampoco ahorra epítetos para definir la situación por la que atraviesan los extremeños:
Ese tren extremeño es una burla hiriente, vejatoria, contra la cohesión de España. Y hasta contra las leyes de la física mecánica, porque apenas hay diferencias entre cuando está parado y cuando anda. Es una suerte de diligencia desvencijada, pero no como la de John Ford sino como aquella en que Groucho aprovechaba el traqueteo para saltar sobre el regazo de las damas. Entre la nada y el todo, ha salido nada; nadie se ha ocupado de sustituir la fallida alta velocidad por una línea de prestaciones sensatas. La utilidad social de la inversión ha sido desestimada en un cálculo cínico de rentabilidades inmediatas. Y como los extremeños no formulan delirios victimistas ni reclamaciones identitarias, como los gobierna un tipo razonable como Fernández Vara, como no fomentan la desafección ni cuestionan la unidad de la patria, continúan atrapados en un bucle de abulia insolidaria que da la razón a quienes piensan que en este país sólo progresan los que saben convertir su problema en una causa.
El País, de una manera alambicada, critica el tema del tren de Extremadura:
Como suele suceder, amén de las acusaciones en cadena de cuantos aprovechan para responsabilizar al adversario político del desaguisado, volvieron a entonarse los lamentos sobre el abandono que padece Extremadura. Los datos vienen de lejos y son alarmantes. Es la comunidad donde la pobreza es la más alta del país -el 44,3% de los habitantes está en riesgo de exclusión social-, los jóvenes no tienen más remedio que emigrar para buscarse la vida -lo hacen unos 200 al mes, según un estudio del Instituto Nacional de Estadística-, casi un millar de empresas han abandonado la región desde que empezó la crisis, aumenta la despoblación. Y las infraestructuras ferroviarias no funcionan: no hay líneas electrificadas y la falta de recursos se traduce en la falta de mantenimiento de unas vías destartaladas y unas máquinas casi obsoletas. Con lo que la pescadilla se muerde la cola, pues si los medios de transporte funcionan deficitariamente, mal van a ir el comercio, el turismo, la trama empresarial.
La Razón considera que lo que sucede en Extremadura con el tren es un problema que se viene arrastrando desde lejos:
Las críticas se han dirigido de manera directa a Renfe, de quien depende la gestión de la circulación y el mantenimiento de los trenes, causa principal de los últimos fallos. La situación viene de lejos y no es imputable exclusivamente al actual Gobierno; hay una responsabilidad conjunta de la Administración porque las inversiones en este terreno son caras y lentas y deben estar acordadas bajo una política de infraestructuras de Estado. Durante años se impuso la idea de que el AVE era la solución para el ferrocarril del futuro, que era un símbolo de progreso y, por lo tanto, toda capital tenía que tener una estación. Sin embargo, se olvidaba lo fundamental: que la red convencional debía estar en perfecto estado y contar con trenes adecuados y modernos.
El editorial de El Mundo le exige al Gobierno más reacción y menos palabras bonitas:
Las averías padecidas el primer día del año en los trenes de Extremadura han propiciado imágenes lamentables que deberían abochornar a los gestores de Renfe y provocar en el Gobierno más reacción que unas palabras de comprensión para los usuarios, como las tuiteadas ayer por el ministro de Fomento, José Luis Ábalos, carentes de autocrítica. La indignación que tan bien dice entender Ábalos necesita transformarse en hechos. Carece de lógica que se mantenga la inversión en AVE mientras la red convencional no es fiable ni segura. El Gobierno y Renfe no pueden permitir que en el mapa ferroviario se dé una deficiencia de vertebración tan grave en ciertas regiones, lo que potencia una España de dos velocidades.
Raúl Conde tiene una frase genial para ilustrar la situación que a día de hoy se vive en España:
O el Gobierno corrige desequilibrios interregionales, especialmente en los territorios más afectados por la sangría demográfica, o muchos españoles de segunda empezarán a descubrir las ventajas de volverse nacionalista. Esto es, egoísta, insolidario y fiscalmente irresponsable. La España real, por usar el término de Julián Marías, bascula hoy entre el referéndum catalán y el renferéndum extremeño.
Juan Velarde es redactor de Periodista Digital @juanvelarde72