Simplemente Marcelino

MADRID, 30 (OTR/PRESS)

Marcelino Camacho es una referencia indispensable en el sindicalismo democrático moderno y en la lucha contra la dictadura. Un hombre que construyó su compromiso político y su integridad intelectual desde la modestia de sus orígenes humildes y desde su formación autodidacta en donde la escuela fue alternativamente la fábrica y la cárcel.

Respetar a Marcelino Camacho requiere inexcusablemente definir el entorno de la lucha antifranquista y su acotamiento en el tiempo. Para quienes tratan de poner de moda el descrédito de la transición, la impunidad del franquismo y otras causas construidas sobre la comodidad de la democracia, que junto a Marcelino Camacho construyeron un montón de gentes honestas, discretas, generosas y ejemplares, su muerte tiene que ser recordatorio del respeto que se merece el esfuerzo de quienes de verdad protagonizaron -las más de las veces en un ejemplar anonimato- el enfrentamiento real con una dictadura sangrienta y sin piedad.

Entender que la transición no hizo bien su trabajo en el fondo es una mixtura de ignorancia, arrogancia y cobardía. Porque quienes no arriesgaron nada porque nada hicieron y quienes ni siquiera habían nacido, disfrutan de la posibilidad de decir lo que piensan sólo porque personas como Marcelino no se callaron cuando hablar significaba condenas de hasta veinte años de cárcel.

Ahora no puede haber impunidad del franquismo por la sencilla razón de que no existe. Hay una tendencia creciente hacia formulaciones autoritarias y hacia el crecimiento de una derecha dura que no tiene homologación política en Europa. Pero a esa derecha no se le combate con excesos de interpretación de la historia que sólo sirven para facilitar munición a los pseudo historiadores que quieren reescribir la historia desde la derecha más extrema.

En los últimos años del franquismo no hacía falta añadir el apellido Camacho: bastaba con decir «Marcelino» para saber que se estaba hablando de coraje, de humildad, de valentía, de honestidad, de ejemplo y, sobre todo, de generosidad para renunciar a una revancha que le hubiera correspondido, y que tuvo la hombría de bien de renunciar a ella. No nos podemos permitir el lujo de olvidarnos de Marcelino

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