Bajo el título Esplendor necrófago, el crítico de cine y televisión Carlos Boyero, descubre, el domingo 30 de enero de 2011 en El País, «la última moda» de algunas televisiones que consiste en contratar a familiares y amigos de difuntos que han sido famosos, como Carmina Ordóñez o Paco Marsó para contar sus intimidades.
Viendo en estado hipnótico la evolución del lodazal descubro que la última moda es contratar a hijos, amantes, primos o amigos entrañables de los difuntos para que aporten jugosos datos sobre la incurable afición al sexo libertino, a las devoradoras drogas o a la cogorza permanente que practicaban estos.
Ante tal «necrofagia», el colaborador de El País llega a la conclusión que «los estrategas e ideólogos de la telebasura sufren desmesurada fatiga mental al tener que inventarse continuamente nuevas fórmulas o talismanes inefables para mantener la fidelidad de su infinito rebaño».
Estos familiares y amigos:
Asesorados, imagino, por los psicólogos y sociólogos más eminentes, gente en posesión de la científica certidumbre de que siempre sera rentable el morbo y el afrodisiaco que proporcionan a los vivos los secretos y los pecados de los fiambres en descomposición y las calaveras. Y te haces la pregunta del millón: ¿si millones de moscas disfrutan consumiendo heces, resulta equivocado dudar de las bondades de ese alimento tan antiestético?
El dinero es lo que mueve todo «carroñeo» donde la «fraternal colega» y la hija de estos muertos confiesan participar «por la necesidad de pasta»:
Todo es comprensible en este mundo.