La izquierda, si sigue en el machito, aplicará la pena de muerte civil a quien no se la corte.
Como en su época de militante comunista cuando abroncaban a sus compañeros y a él por hacerse «pajas» o cuando le reñían por divorciarse (porque también ellos los comunistas «debían dar ejemplo de respetabilidad burguesa», según su superior), Fernando Sánchez Dragó dice ser ahora testigo de «la deriva conservadora» de los «progres».
Su puritanismo atufa. ¿No tienen contra Berlusconi más argumento que el del bungabunga? Tan infame beaterío, lejos de desaparecer, ha ido a más.
En su columna, publicada en El Mundo el 25 de julio de 2011 y que lleva por título ‘Meapilas’, Dragó pone varios ejemplos para avalar su tesis. Destaca entre ellos la posible prohibición de los anuncios de contactos. Un servicio que el Gobierno quiere eliminar de la prensa pero a la que se oponen -por el negocio millonario que genera, más de 20 millones de euros- El Mundo, El País y La Vanguardia —El País, El Mundo y La Vanguardia se forran con los anuncios de sexo–.
«LA CORRECCIÓN POLÍTICA ES EL NUEVO ROSTRO DEL VIEJO PURITANISMO»
Ahora quieren prohibir esos anuncios, tan divertidos, en los que dan pábilo a la mecha de la ingle las profesionales del oficio más antiguo del planeta. En cierta ocasión leí uno que decía: «bizca fogosa». ¡Fantástico! La corrección política es el nuevo rostro del viejo puritanismo. Pretende éste que todos los varones hagamos voto de pobreza, obediencia y castidad. […] La izquierda, si sigue en el machito, aplicará la pena de muerte civil a quien no se la corte.
Según Dragó, la televisión es un escenario en el que se mueven cómodamente los nuevos adeptos a la corriente corservadora:
Los meapilas tienen púlpito en la tele. Son como Savonarola, el padre Venancio Marcos, el obispo Tihamer Toth y Amparo (la vidente mariana de El Escorial). La Rajola, incesante, cual tortura de agua, raja. Monseñor Dapena, que llama Plural a un medio de intoxicación especialista en lo contrario, fue miembro (con perdón) del Opus o tal se dice. Sor María Antonia, a la que el buen Campmany llamaba, con crueldad, de un modo que yo, por piedad, no voy a repetir, se arrodilla el domingo en su apellido. Entre los tres convierten ‘La Noria’ en la Rota.