Vía Crucis chocarrero.

MADRID, 08 (OTR/PRESS)

Un amigo mío fumó dos cigarrillos en toda su vida: uno, a los doce años, que le produjo mareos, y, otro, a los diecisiete, que no le causó ningún placer, por lo que ya no fumó en toda su vida.

A mí me ha sucedido algo semejante con las manifestaciones: he asistido a dos manifestaciones en toda mi vida, y, hace ya muchos años llegué a la conclusión de que para ser solidario con los demás no es necesario apretujarse un día a una hora determinada, en un lugar concreto, y que los problemas personales los debe resolver uno por su cuenta, y no confiar demasiado en las masas más o menos enfervorizadas.

Ello no quiere decir que no defienda el derecho del prójimo a la manifestación, y que reconozca su papel neutralizador tanto de abusos como despistes.

Lo que no acabo de entender es la contramanifestación, es decir, la salida a la calle, no para defender unas ideas, unos objetivos, unos sentimientos o unas emociones, sino ocupar la vía pública para oponerse a las emociones, sentimientos, objetivos e ideas de otro colectivo, que, precisamente, y con mucha antelación, ya tenía previsto concentrarse.

Yo no me opondría a la prohibición de una contramanifestación homófoba en Madrid, precisamente el Día del Orgullo Gay. Unos tipos, que eligen esa fecha para hacer burla y sarcasmo de los homosexuales que celebran su fiesta, me parecerían impresentables, de un mal gusto evidente, y con claro riesgo de provocar disturbios. Y lo mismo diría de una contramanifestación antitibetana, aprovechando la presencia en Madrid del Dalai Lama.

Parece, en cambio, que a algunos sectores les parece muy bien que, con la llegada del Papa, y la concentración de cientos de miles de jóvenes católicos de todo el mundo, se organice un vía crucis chocarrero para burlarse de los católicos… (Siempre el misterio de las dos varas de medir).

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