La excusa de que es un producto para jóvenes no nos vale
Tras dos años de retrasos, rumores y expectativas, en el FesTVal de Vitoria por fin pudimos ver las primeras imágenes Dreamland, la apuesta personal de Paolo Vasile por hacer una serie musical y que verá la luz próximamente en Cuatro. Una presentación hiperbólica y espectacular y unos números musicales verdaderamente sensacionales no consiguieron aplacar una sensación de asombro ante un producto mal realizado, mal escrito y muchísimos peor interpretado. ¿Significa esto que hundirá en la primera emisión? No.
Hay que aclarar lo primordial: lo que vimos el 3 de septiembre de 2013 en el Festival de Vitoria no fue el primer capítulo de Dreamland. Fue un montaje de escenas que seguía una cierta trama pero que en ningún momento era el episodio íntegro.
Comencemos por aplaudir el esfuerzo técnico, artístico que Mediaset y el equipo de la serie hicieron por regalarnos un espectáculo nunca visto en el FesTVal de Vitoria. No es que seamos fans de los flashmob, ni de la música enlatada ni de los chavalillos uniformados de modernos pero tiene su mérito. El público en la calle estaba entregado y una vez dentro de la sala el show continuó con un despliegue de disfraces y más bailes, mezcla extraña entre el cabaret de toda la vida y el Rey León.
Antes de la proyección se nos vendió la historia de la Cenicienta. Los responsables de ‘Dreamland’ son los mismos actores de la serie, unos aspirantes a estrellas a los que Vasile, cual hada madrina, les ha dado su primera oportunidad. Todos estaban, decían, muy ilusionados, muy confiados en que el esfuerzo iba a tener sus frutos.
Y fue entonces cuando asistimos a más de una hora de topicazos, de actores que no son actores, de la escena de sexo más acrobática y triste de la historia, de unos diálogos escritos desde la ingenuidad, de una iluminación quemada, unos problemas técnicos asombrosos y, eso sí, de unos números musicales que ya los quisieran para ellos los de ‘Glee’.
Hemos vistos sólo trozos. Por lo tanto, lo que se proyectó carecía de coherencia alguna aunque se intentó. La trama, a espera de ver el episodio íntegro, es… Una adivinanza ¿De qué puede ir una serie protagonizada por chicos que cantan, bailan brincan y llevan calentadores y camisetas sin mangas? ¡Sí! Lo han adivinado. De una escuela de baile muy dura y de mucho pedigrí en la que la fama cuesta mucho y en la que prohiben tener un trabajo(eso es nuevo señores. Aquí si estudias te pagan).
¿Y los personajes? Sí, lo de siempre. Chico cachas pobre con madre alcohólica y hermano pequeño bobalicón que se enamora de chica con un lado oscuro que trabaja (ella, no el niño bobalicón) en un cabaret de esos que no existen en España y que se ve obligada a ejercer el oficio más viejo del mundo por culpa de una madame francesa y recargada de plumas y joyas y de una sobreactuación que asusta. Lo peor es que esta mala de peli de serie Z ( de esas que emitían antaño en Canal 7 de madrugada) está encarnada por la gran natalia Millán, quién ni siquiera apareció en el estreno aunque al día siguiente sí que estará, creo, en el de otra de la series en las que participa, ‘Galerías Velvet’ de A3. A buen entendedor…
Más cosas: las escenas que vimos espero que no estén editadas porque, en serio, llegué a marearme con tanto salto de eje y tanto cambio de luz. ¿No se han dado cuenta de esas cosas antes de la proyección?
Los protagonistas son excelentes cantantes y bailarines. Sólo eso. No son actores. Uno ya se cansa del intrusismo en las artes interpretativas. Y es que allí no se salva nadie, ni los jóvenes , ni los adultos, ni los niños . Esos silencios entre diálogos, esas caras de book y esa falta de vocalización hacían de Amaia Salamanca la mejor actriz del mundo (por cierto, felicidades a Salamanca por su embarazo).
Tal vez sea un éxito porque los números musicales son increíbles y ellos están muy buenos pero hasta ahí. La excusa de que es un producto para jóvenes no nos vale. Los jóvenes no son tontos. Valoramos la ilusión, el esfuerzo, el destino y las pretensiones pero aún así, el avance no es prometedor. Están a tiempo de solucionar ciertas cosas, de dar coherencia al conjunto, de arreglar el montaje y de entrenar a los actores. Hablamos de la tierra de los sueños. Todo es posible.