Lo cuenta este 9 de octubre de 2016 El Confidencial. La hoy líder de la oposición en el Ayuntamiento de Madrid, Esperanza Aguirre, llegó a la cima de la política gracias a un programa que buscaba su ‘entierro’ de la vida pública, ‘Caiga quien caiga’.
Corría el año 1996, la derecha acababa de sustituir al PSOE al frente del Gobierno y Esperanza Aguirre era objeto de mofa y befa televisiva como ministra (torpe) de Educación y Cultura. Bienvenidos a la madre de todas las batallas costumbristas. Vencedora contra todo pronóstico: Esperanza Aguirre.
El histórico tira y afloja entre ‘Caiga quien caiga’ y Esperanza Aguirre anticipó cómo funciona la política hoy día: a golpe de impacto mediático y chascarrillo campechano; y con guerra cultural y simbólica de fondo.
La fama cultural de Aguirre dio lugar a equívocos que hicieron época. Tras preguntarle un periodista qué le parecían las novelas de José Saramago, la política contestó:
«No conozco a Sara Mago. Repito: Nombre, Sara. Apellido, Mago. Profesión, pintora», según la ministra de Educación y Cultura. Este hilarante traspié literario persiguió a Aguirre durante toda la legislatura… sin importar que no hubiera sucedido en realidad. Era una leyenda urbana, un infundio que ahora suena disparatado, pero al que el contexto político de la época hizo verosímil, además de sumamente útil como arma política.
La ministra Aguirre se convirtió en el blanco fácil de la izquierda al cuajar la siguiente idea: era la pija tonta del gabinete, más pendiente del golf que de la actualidad cultural, imagen que ella misma alimentó con tropezones como el de Santiago Segura. Esperanza Aguirre era el sueño húmedo de la izquierda: una derecha casposa en lo cultural. Un ministra pija e inculta. Un festín para la progresía. Carne de guerra costumbrista.
‘CQC’ se subió a la ola y convirtió a Aguirre en un filón cómico. Media España se partía de risa viendo a la ministra convertida en objeto cómico costumbrista. Pero cuando la carrera de Aguirre parecía estar a punto de irse a pique, sucedió un giro típico de nuestra época posmoderna y catódica: su conversión en estrella mediática y guasona no solo no acabó de hundir su reputación política, sino que la impulsó.
Eso sí, el giro no ocurrió por casualidad, sino forzado por Aguirre contra la opinión de sus asesores, en una temprana muestra del instinto político que la haría temible la siguiente década, según relata la propia interesada:
[Los reporteros de ‘CQC’] Me perseguían siempre, me querían pillar en todo y yo me lo tomaba a broma, pero mis jefes de prensa no hacían más que advertirme de cuándo aparecían para que saliera por otra puerta. Yo no les hacía caso, porque entendí que ‘CQC’ me proporcionaba una popularidad enorme y la posibilidad de darme a conocer, algo que hubiera costado muchísimos millones lograr.