Pedrojota vaticina el fin desastroso de Zapatero

Pedrojota Ramírez ya ha condenado a Zapatero. Este domingo, en una de sus largas homilías, el director de El Mundo compara la aventura catalana del presidente de Gobierno español, con la desventurada invasión de Rusia acometida por Napoleón. Explica Pedrojota que decidió escribir el artículo y usar el simil histórico, al enterarse el pasado jueves de que Zapatero le acababa de comentar a un amigo:

«Al cabo de seis meses de que se apruebe el Estatuto de Cataluña y se vea que no pasa absolutamente nada, quedará claro que era yo quien tenía razón».

Explica Pedrojota que ha redactado la pìeza «como azote del autoengaño en el que tan a menudo incurren quienes en vez de ejercer el poder levitan«. Merece la pena repasar algunos párrafos:

Zapatero cree que gobernar es un continuo tejer y destejer el lienzo bordado del Estado de forma que por mucho que se agiten las palabras y conceptos, por mucho que se muevan preceptos y pespuntes, por mucho que se enhebren adjetivos y se deshilvanen los adverbios, el resultado final siempre supondrá escribir el mismo libro.

Es decir que en este caso, una vez pagados los tributos retóricos sobre la «identidad nacional de Cataluña», los derechos especiales de los catalanes y demás bla, bla, bla y una vez eliminados los abusos que en materia de financiación, competencias y bilateralidad han sido introducidos en el texto mediante lo que sólo son «técnicas jurídicas novedosas» -así se le llama ahora a la inconstitucionalidad-, pues el Estatuto quedará, efectivamente, «limpio como una patena» y su aplicación sólo supondrá, tal y como se lo dijo Zapatero a mi amigo, «un poco más de autogobierno».

Que Santa Lucía le conserve la vista. Después de escuchar, leer, releer y subrayar sus dos intervenciones en el debate del miércoles lo que me parece más grave no es que el presidente del Gobierno asumiera el papel de ponente de un Estatuto que por múltiples y bien fundadas razones rechazamos la inmensa mayoría de los españoles, sino que ni él mismo sabe por qué ha cruzado el Niemen de su admisión a trámite, para qué se dirige al Moscú de su aprobación y entrada en vigor y, sobre todo, qué es lo que sucederá después.

Nada detestan tanto los nacionalistas como el federalismo: el día que Murcia sea nación, Carod reclamará para Cataluña la condición de asteroide.

Lo único cierto es que desde la tribuna de oradores no dio ni una sola razón de peso para modificar el marco consensuado en vigor: «Si algo define la necedad es la capacidad de arruinar un modelo que funciona bien, que es del agrado de la gran mayoría, bajo el pretexto de que puede proponerse algo mejor».

Aunque todavía no se ha borrado el estupor de sus rostros al escucharle que «la solidaridad no significa penalizar a Cataluña por su mayor esfuerzo fiscal» -¿será que habrá llegado el momento de que, como dice Ibarra, «los pobres dejen de aprovecharse de los ricos»?-, por mucho que todo ello suponga alejarse de las aguas territoriales de la izquierda y adentrarse en la terra incógnita del integrismo nacionalista, los agradecidos galeotes de la bancada socialista van a seguir remando hacia donde indique Zapatero, al ritmo de voto que les marquen sus cómitres.

Pero si él cree que enmendar el Estatuto va a ser un paseo militar, pronto irá saliendo de su error. Entre otras cosas porque la correcta decisión del PP de implicarse a fondo en la Comisión Constitucional, pero no prestarse a acudir esporádicamente en su rescate, le deja en manos de la capacidad de autocontrol y renuncia de Carod.

No dudo de que al final Esquerra irá entregando las posiciones. Mi pronóstico es que serán victorias pírricas en las que, por mucho que intente camuflarlo el órgano de propaganda ( El País), Zapatero va a dejarse gran parte de sus fuerzas y prestigio.

Y cuando crea que tan penosa peregrinación ha llegado a su fin y que la aprobación del Estatuto primero en el Congreso y después en el referéndum catalán desembocará en una situación estable, entonces comenzará lo peor.

En la propia Cataluña tan pronto como entre en vigor el nuevo marco legal Esquerra se quitará la careta azoriniana que Carod se puso al venir a Madrid y comenzará a reivindicar otra vez su desbordamiento.

Entre tanto los nacionalistas vascos lanzarán una ofensiva más radical, con o sin el concurso del PSE, pero en todo caso con la anuencia de una ETA que aspirará a estar a la vez en la mesa de los plenipotenciarios y agazapada tras el bosque.

Y Galicia, claro, no podrá quedarse atrás. Resurgirá el nacionalismo andaluz, todos querrán una cláusula Camps y Matas y Esperanza Aguirre no tendrán más remedio que marcar una raya final: hasta aquí llegó la marea de la solidaridad.

Para entonces ya habrá quedado claro que Zapatero no es invencible ni en el hemiciclo, ni en las encuestas, ni en las urnas. Y que «en castellá», señor Maragall, «romerín» se dice «romero, sólo romero». Porque, ya que el debate del miércoles parecía en algunos momentos una reunión del Club de los Poetas Muertos, que vayan preparándose los artífices de esta caótica disgregación cuando entre el propio electorado socialista comience a extenderse el hartazgo rebelde de León Felipe ante tanto aldeanismo miope:
«Nunca cantemos
la vida
de un solo pueblo
ni la flor
de un solo huerto.
Que sean todos
los pueblos
y todos
los huertos nuestros».

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