El Gobierno da la nacionalidad a un magnate ruso perseguido por Putin

(PD/Agencias).- El pasado 9 de febrero, Juan Fernando López Aguilar, logró, con su elocuencia habitual, que en torno a la mesa de su último Consejo de Ministros asomaran algunas lágrimas. El titular de Justicia se despedía de sus compañeros y aprovechó para ver aprobadas sus últimas propuestas.

Entre ellas, la concesión de nacionalidad española a los familiares de Carlos Alonso Palate y Diego Estacio, los dos ecuatorianos asesinados por ETA en el salvaje atentado contra la T-4.

Se les concedía ‘por carta de naturaleza’. Así se llama cuando uno se convierte en español por decisión discrecional del Gobierno, aunque no se den las condiciones de estancia o vinculación a España que se exige al resto de ciudadanos.

Con Palate y Estacio no había duda, moralmente indiscutible.

Pero en el paquete de reales decretos que traía López Aguilar para que fueran aprobados antes de que llegara su tonante sucesor Mariano Fernández Bermejo había otra concesión discrecional de nacionalidad. Se trata de la que convierte en español –y blinda de extradiciones a Rusia– a Vladimir Gusinski uno de los grandes oligarcas rusos que hicieron fortuna en la era de Boris Yeltsin y que se han enfrentado después con Vladimir Putin.

La españolización de Gusinski fue aprobada por el Consejo de Ministros –Miguel Ángel Moratinos sabía bien las implicaciones– y aparecerá en el Boletín Oficial del Estado en los próximos días.

El multimillonario ruso y vicepresidente honorario del Congreso Mundial Judío logra a sus 54 años su vieja aspiración de contar con pasaporte de la Unión Europea y especialmente de España, que quiere convertir en centro de sus negocios. Es importante accionista del grupo de comunicación israelí Maariv y ya quiso en 2003 asomar en España tomando una participación en el diario La Razón. La operación no salió.

Varios intentos
Su primer intento de ser español se produjo en la embajada en Viena en 1996 alegando que su madre vivía en Sotogrande (Cádiz) y era de origen sefardí. Pero cuando lo ha intentado ya con todas sus fuerzas ha sido a partir de 2000, cuando le empezó a ir mal. Es decir, cuando llegó al poder Putin.

Gusinski, que tiene pasaporte israelí, formaba parte del grupo de magnates encabezado por su amigo, el también ruso de origen judío Boris Berezovski, que ayudaron a Yeltsin en su carrera presidencial y tomaron el control de las mejores empresas del país.

Gusinski dirigió el banco Most y el grupo audiovisual NTV. Tras apoyar a Yeltsin, obtuvo un préstamo de 262 millones de dólares –con pinta de a fondo perdido– de la estatal Gazprom, que presidía el propio ex ministro Viktor Chernomirdin. Pero ya con Putin como presidente, Gusinski jugó fuerte, no sólo dejaba que sus medios de comunicación hostigaran al nuevo inquilino del Kremlin criticando su actuación en Chechenia.

Hizo algo peor. Osó negociar con Ted Turner, el fundador de la CNN estadounidense, la venta de su grupo audiovisual. Demasiado para el Kremlin, que inició la expropiación de su imperio y empujó a Gazprom a exigir la devolución del crédito.

Perseguido por Rusia
Gusinski fue detenido y puesto en libertad, pero puso pronto tierra de por medio. Rusia cursó una orden internacional de detención por estafa y el magnate ruso empezó a verlo todo mal. Decidió entonces que si le tenían que detener que fuera cerca de la residencia familiar en Sotogrande. Allí había pasado buenos momentos bromeando con, entre otros, el alcalde de Marbella, Jesús Gil, tan socarrón como él. Gil logró una entrevista con el influyente alcalde de Moscú, Yuri Luzkhov, gracias a Gusinski.

Éste había hecho también negocios en Gibraltar desde Sotogrande. El Peñón era en la pasada década un paraíso para los oligarcas, incluido el dueño del Prestige, Mijail Friedman y cómo sería la concentración de dinero que Gibraltar se convirtió en los principios de esta década en el quinto mayor inversor mundial en Rusia. Escándalos de la globalización.

Así que el 12 de diciembre de 2000 llegó el día D de esta historia, cuando Gusinski voló a Gibraltar desde Londres y cruzó la Verja sabiendo lo que le esperaba. Fue detenido, pero todo estaba previsto y sus amigos se movieron en la mismísima Zarzuela.

El presidente saliente de Estados Unidos, Bill Clinton, que preparaba su despedida indultando al también magnate de origen judío Marc Rich, telefoneó al Rey Don Juan Carlos. Éste también recibió la llamada del influyente ministro israelí Simon Peres y cartas del Congreso Mundial Judío.

Al mismo tiempo, el congresista demócrata –también del lobby israelí– Tom Lantos habló con el embajador de España en Washington, Antonio Oyarzábal. El mensaje era claro: España debía proteger a Gusinski de la persecución política de Putin y evitar su extradición.

Odisea en los juzgados
El juez Garzón le dejó en libertad provisional con una fianza de seis millones de euros y el director de la Guardia Civil, Santiago López Valdivielso puso en su momento a 27 guardias civiles al día a proteger en Sotogrande a Gusinski del KGB.

La Audiencia Nacional decidió rechazar la extradición con voto de calidad del presidente y con el bufete de Garrigues defendiendo al millonario. El magistrado Carlos Ollero votó en contra alertando que no entregar a Gusinski violaba el convenio del Consejo de Europa.

La Fiscalía rusa recurrió y ha seguido exigiendo la extradición de Gusinski, pero éste ha conseguido victorias morales en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.

El abogado español de Gusinski que ha llevado los trámites para obtener su nueva nacionalidad ha sido Jorge Trías, quien ha contado con la colaboración de otros profesionales. Al serle concedida, Gusinski ya no tiene nada que temer, porque España no extradita nacionales.

También Tony Blair otorgó ese paraguas a Berezovski y las relaciones entre Rusia y Reino Unido se han enfriado considerablemente desde entonces. Blair también dio la nacionalidad británica al ex espía Alexander Litvinenko. Poco después murió envenenado.

¿Se irritará Putin cuando le llegue el BOE? Lo mejor para Gusinski es que el Kremlin olvide declaraciones como las que el ya hispanoruso hizo a ‘The Times’ en 2001. «La diferencia entre Milosevic y Putin es el número de muertos. El presidente ruso acumula más».

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