(PD).-El Mundo publica otro sondeo de Sigma Dos sobre intención de voto. Según los resultados de celebrarse ahora unas elecciones generales, la distancia entre los principales partidos políticos sería mínima. Según este sondeo la diferencia entre ambos partidos sería de menos de un punto y medio.
Así el PSOE lograría el 41,1 por ciento de los votos y el PP el 39,7 por ciento. Por su parte Izquierda Unida obtendría un 5,4%.
El diario compara los resultados de la última encuesta con los obtenidos en la anterior, realizada en el mes de abril, y concluye que el PSOE perdería 4 décimas y los populares seis.
Si hoy se celebraran elecciones generales, estaríamos en un escenario de empate técnico en el que podría ganar cualquiera, ya que la distancia en intención de voto entre el PSOE -41,1%- y el PP -39,7%- es de sólo 1,4 puntos, por debajo del habitual margen de error de estos sondeos.
El PP mantiene un sólido apoyo electoral e incluso reduce una décima la distancia que separaba a ambas formaciones en la anterior encuesta.
Parece evidente que el PP es la formación que mantiene más movilizados a sus electores, mientras que Zapatero no ha logrado con su acción de Gobierno entusiasmar a los votantes de izquierda.
Sin embargo, y a pesar de la fidelidad de su electorado, el PP tampoco puede echar las campanas al vuelo. Hay un dato muy preocupante en el sondeo para el partido que lidera Rajoy. La mayoría de los encuestados -el 54,2%- cree que las elecciones las ganará el PSOE, mientras que sólo un 25,5% da como ganador al PP.
En cuanto a la valoración de los líderes Rajoy suspende con un 4,7 y Zapatero llegaría al aprobado con un 5,6.
LA FERIA DE LAS PROMESAS ELECTORALES
Zapatero puso ayer rumbo fijo a las elecciones generales del próximo mes de marzo y lo hizo incumpliendo su palabra. El 25 de febrero de 2004 se comprometió a no elevar «nunca» las prestaciones en campaña. Este domingo, en Rodiezmo (León), prometió que las pensiones mínimas subirán en el año que viene el doble que el resto.
Su cuarta presencia en la fiesta minera de Rodiezmo (León) como presidente del Gobierno no sólo sirvió esta vez para abrir el curso político; también significó el pistoletazo de salida de la larga carrera electoral que se avecina.
Y tal fue el énfasis de su discurso, que Zapatero cayó en el puro electoralismo que tanto criticó del Gobierno de José María Aznar cuando estaba en la oposición.
LA «COHERENCIA» SEGÚN ZAPATERO
Zapatero ha demostrado en esta legislatura que puede ser cualquier cosa menos una persona coherente.
Hasta sus colaboradores más incondicionales dan fe -en algún caso, escrita- de sus cambios de registro, de sus improvisaciones sobre la marcha, de sus criterios movedizos, de la mutabilidad de sus prioridades.
Son bastantes los dirigentes políticos, de su partido o de otros -de Rajoy a Imaz, de Fernando Puras a Bono, de Rubalcaba a Fernández Aguilar, de Llamazares a Artur Mas-, que han sufrido las consecuencias de creer en su palabra, hasta el punto de que un hombre tan prudente como Jordi Pujol lo declaraba recientemente «poco fiable».
Y -como subraya Ignacio Camacho en su columna de ABC– consta en las actas del Congreso su compromiso solemne de no negociar políticamente con ETA hasta que los terroristas hubiesen abandonado las armas de forma definitiva y verificable.
Que ahora resulta que lo incumplió, el compromiso, para no ser «un hombre sin alma».
De ahí que se vuelva inquietante el modo en que ha respondido a una de las cuestiones clave del inmediato debate electoral, que es el mantenimiento de su promesa de 2004 de no tratar de gobernar si no obtiene un voto más que su principal adversario.
Preguntado al respecto en El País, su contestación contiene una violenta contradicción interna: «Sí. Soy una persona coherente».
Sin duda no estaba en su intención, pero la segunda parte de la respuesta ofrece a la luz de la experiencia reciente casi una refutación de la primera.
Para quienes deseamos la mayor claridad posible en el debate electoral, un monosílabo sin matices nos habría resultado mucho más tranquilizador.
Un sí o un no; el presidente tiene derecho, y la ley se lo permite, a intentar quedarse en el Gobierno a través de alianzas de minorías si otro candidato, aun victorioso, no logra formar una mayoría de investidura.
Pero si el mantenimiento de su elogiable promesa depende de su coherencia política, somos los ciudadanos quienes tenemos derecho a dudar o a reclamar un pronunciamiento más explícito, a ser posible sin estrambotes susceptibles de valoraciones subjetivas.