Sarkozy compadrea con el Rey

Se ha repetido hasta la saciedad y con razón que Don Juan Carlos es el mejor embajador y el principal activo de la política exterior de España. Este miércolesse pudo comprobar una vez más a propósito del almuerzo celebrado en el palacio del Elíseo de París, en el que Nicolas Sarkozy ejerció de anfitrión, acompañado por sus ministros de Asuntos Exteriores y de Interior.

El Rey, a quien acompañaba el ministro Moratinos, fue recibido con la máxima cordialidad por el presidente de la República Francesa en una nueva muestra del momento, muy positivo, que viven las relaciones bilaterales desde el triunfo electoral de Sarkozy.

La lucha conjunta contra el terrorismo de ETA y el reconocimiento a la eficacia policial en la detención de los presuntos autores del doble asesinato de Capbreton fueron aspectos esenciales en una reunión que permitió también repasar las cuestiones más relevantes de la actualidad internacional, incluidas el último zarpazo del integrismo islámico en Argelia o el futuro de Kosovo.

Este tipo de encuentros merece una valoración muy positiva, puesto que permiten intercambiar puntos de vista y estrechar lazos personales en un ambiente menos rígido y protocolario del que es habitual entre jefes de Estado y otros responsables de las relaciones internacionales.

Don Juan Carlos cumple ejemplarmente todas las funciones que le atribuye la Constitución. Entre ellas debe otorgarse especial prevalencia a la que supone transmitir en todo el mundo una imagen atractiva y moderna de un país que ocupa, ya para siempre, el lugar que le corresponde.

Como es notorio, el Rey y el conjunto de la Familia Real gozan de un notable prestigio y reconocimiento que redunda en beneficio de todos los españoles.

Ha habido épocas mejores y peores para la proyección internacional de España, porque no todos los gobiernos saben jugar con inteligencia las bazas que nos otorga una sólida realidad socioeconómica, con empresas pujantes, una cultura de máxima nivel y una lengua de referencia a escala universal, pero, por encima de las coyunturas, Don Juan Carlos ha estado y sigue estando en el sitio que le corresponde, en defensa de los intereses permanentes del Estado y de la nación, que no se deben confundir con las opciones -a veces erróneas- que adopta el Ejecutivo de turno.

A lo largo de su reinado, el Monarca ha sabido dejar huella en el difícil terreno de las relaciones entre los Estados, a partir de un firme compromiso con la democracia y la libertad que configuran las señas de identidad de los países más prósperos y avanzados.

Hay datos bien conocidos y otros que permanecen todavía bajo la reserva imprescindible en estos asuntos, pero siempre orientados en el mismo sentido: el Rey desempeña un papel determinante para reforzar la posición de España en un mundo globalizado y altamente competitivo en el que nadie regala nada.

Muchos políticos y empresarios son conscientes de que Don Juan Carlos llega a donde otros no consiguen llegar en el ejercicio de una labor discreta y eficaz, puesta siempre al servicio objetivo del interés general.
La campaña antimonárquica sostenida desde diferentes extremismos está destinada al más rotundo fracaso, porque la inmensa mayoría de los ciudadanos tiene las ideas muy claras al respecto.

Una serie de acontecimientos recientes, incluido el ya famoso «¿por qué no te callas?», ha reforzado el liderazgo moral que nuestro Rey ejerce en muchos ámbitos políticos y sociales. En el plano interno, las visitas a Ceuta y Melilla son fiel reflejo de la reacción entusiasta de los españoles ante el significado histórico de la presencia en dichas ciudades de Don Juan Carlos y Doña Sofía.

Ni la protesta en la calle de pequeños grupos marginales ni las voces histriónicas que se atribuyen una representación que no les corresponden pueden enturbiar la opinión generalizada de la sociedad española.

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