La joven guardia de Mariano Rajoy

La joven guardia de Mariano Rajoy

(PD).- Hay un viejo adagio de la política que sentencia que el poder desgasta, pero mucho más desgasta no tenerlo. Así, cada día que pasa se pone más de manifiesto el daño que la derrota electoral ha causado al PP, seriamente afligido bajo el aparente maquillaje de sus aceptables resultados.

Escribe Ignacio Camacho en ABC que, envuelta en querellas internas y pulsos de influencia, con el liderazgo de Rajoy cuestionado desde dentro y desde fuera del partido, la derecha española presenta una importante avería estructural que ha hecho crisis en una batalla fulanista producto de la frustración de unas expectativas sobrevaloradas de su trabajo de oposición.

El Gobierno sufrió una importante erosión en cuatro años demenciales, pero salió vivo del trance frente a un adversario mucho más quemado, que ahora debe afrontar todas las facturas del fracaso.

Con la particularidad de que algunos acreedores son los propios responsables de la estrategia derrotada.

Al día siguiente de las elecciones, Rajoy tenía dos caminos: dimitir y propiciar una catarsis o quedarse y auspiciar una renovación pendiente desde 2004.

Al optar por la segunda vía, se enfrenta a una contradicción casi irreversible, que es la de cómo sostener que todo se renueve menos el propio liderazgo.

Las renovaciones, como las revoluciones, empiezan de una manera y acaban de otra; ni siquiera el Gatopardo lampedusiano pudo evitar con cambios aparenciales la irrupción de un orden nuevo.

El presidente del PP quiere provocar en el partido un salto generacional sin que le afecte a él mismo, y eso, aunque no imposible, parece la cuadratura del círculo.

Se trata de un momento interesante, en el que crujen las viejas estructuras sin que acaben de emerger las nuevas, en medio de conspiraciones de pretorianos y lamentos de ambiciones insatisfechas.

El símbolo de ese salto al vacío es la joven Soraya Sáenz de Santamaría, sometida a un feroz escrutinio preventivo que no es más que un ejercicio de tanteo y medición de fuerzas.

SSS y su nuevo equipo representan a la generación que no estuvo en el núcleo de poder del aznarismo y no ejerció tampoco el primer plano de una oposición fracasada en la primera legislatura de Zapatero.

La partida bisoña de los jóvenes lobos, la amenaza del big-bang sobre la vieja guardia de piel achicharrada y surcada de costurones.

Rajoy les ha dado galones en una maniobra táctica casi maoísta: pretende que sean ellos los jóvenes guardias (no rojos, desde luego) que ejecuten el proceso de renovación en su propio beneficio. Es decir, utilizarlos para liquidar el antiguo orden sin inmolarse a sí mismo.

El problema es que esa clase de procesos requieren dos condiciones inexcusables: un instinto asesino frío, despiadado, y un poder sin cortapisas para ejercerlo como arma homicida.

El poder del PP se reduce ahora mismo a unos pocos despachos en el Parlamento y en la calle Génova; y en cuanto al instinto asesino, habrá que ver si los ejecutores tienen al menos tanto como sus presuntas víctimas.

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