(PD).-Cunde la sensacion de que Rosa Díez esta diciendo y planteando lalgunos de los principios esenciales que bastantes votantes del PP esperan que formule Mariano Rajoy. Y que en su espléndida soledad parlamentaria se perfila ya como una verdadera fuerza política, una fuerza que en las elecciones europeas -dentro d eun año- se hará notar.
Díez predica conductas que, desde el buen sentido, enlazan con la tradición común a las derechas y las izquierdas nacionales. «La supresión práctica del bilingüismo en el sistema educativo catalán, imitado en Euskadi y Galicia -dijo también la jefa de UPyD- impide la libre circulación de las familias que se enfrentan a la escolarización de sus hijos en una lengua distinta a la castellana». El problema del idioma no es baladí. No se trata de un capricho «españolista». Es el síntoma de la enfermedad que Rosa Díez, como ha nadie se atrevió antes, ha denunciado en el Congreso.
«A pesar de sus errores cuando fue consejera de Consumo, Comercio y Turismo del Gobierno Vasco, con José Antonio Ardanza de lehendakari, siento especial debilidad por los modos, el carácter y la decisión de esta nueva figura de la política nacional», escribe Martin Ferrand en ABC.
Entonces se atrevió a perseguir judicialmente la libertad de expresión del maestro Antonio Mingote, estrafalaria procacidad; pero ahora, superado el sarampión tremendista y obediente, es, o puede llegar a ser, el Pepito Grillo -la conciencia cívica- que le hace falta al recalcitrante bipartidismo partitocrático que, con más del 90 por ciento de los diputados, tiende a secuestrar del debate político lo que de verdad interesa a los ciudadanos. Aquello que hoy nos aflige y es, además, el cimiento del futuro nacional.
Su procedencia socialista le permite a Rosa Díez decir lo que debieran decir, y en alta voz, el PSOE y el PP; pero que, uno atrapado en el oportunismo y el otro en los complejos típicos de la derecha, no llegan nunca a enunciar con la debida resolución.
Cuando Díez dice, como hizo en la pasada sesión de investidura, que «España se rompe si se rompe la igualdad» está haciendo sonar una justificada alarma que nadie quiere oír.
A Rajoy y a Zapatero les ha salido un grano llamado Rosa Díez. Al primero le roba el discurso y al segundo le pone en evidencia. Mientras ambos se llenan la boca con la palabra España -Zapatero hasta el atracón-, Díez predica conductas que, desde el buen sentido, enlazan con la tradición común a las derechas y las izquierdas nacionales. Eso, necesariamente, tiene que hincharse. Ya veremos quién lo paga.