(PD).- Aún no lleva un año en el Gobierno, pues entró en julio de 2007 tras la última remodelación de Zapatero. Desde entonces el ministro de Cultura ha destacado sobre todo por su independencia.
César Antonio Molina dirigió el Instituto Cervantes tras la llegada al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. En julio de 2007 sustituyó en el Ministerio de Cultura a Carmen Calvo, un nombramiento que fue en general bien recibido porque el nuevo titular de la cartera es un hombre bien conocido y valorado en el mundo de las Letras.
Nada más llegar cesó a Rosa Regàs al frente de la Biblioteca Nacional, lo que le ganó la animadversión de una parte de la izquierda. Y luego su gestión como ministro ha estado guiada, por un lado, por el deseo de que las grandes instituciones culturales españolas -como los principales museos- estén dirigidos por personalidades de consenso; y por otro, por algunos ceses polémicos.
Tanto, que en la entrevista que le hace Borja Hermoso este sábado en El País le pregunta por el apelativo de Terminator ministerial con que algunos le caracterizan: «Es sorprendente que me diga estas cosas.
En todos los lugares, el director tiene el derecho de cambiar a sus equipos. Pues lo mismo un ministro o un presidente del Gobierno», es su primera defensa. Pero luego desvela un conflicto gubernamental que ya era muy comentado, pero que gana trascendencia puesto en sus labios:
«¿Por qué no investiga los ceses que ha habido estos días en el Instituto Cervantes, de antiguos colaboradores míos, ceses que se han ejecutado sólo por fastidiarme a mí? En cambio, nosotros, todos los cambios los hemos hecho siguiendo las buenas prácticas».
La acusación de que la política de nombramientos del Instituto Cervantes pueda estar dirigida contra él no señala solamente con el dedo a su sucesora en el cargo, Carmen Caffarel, ex directora general de RTVE, sino a Miguel Ángel Moratinos, de quien depende la principal institución pública española fuera de nuestras fronteras.
