Cansados de protestar contra ETA

(PD).- La voz clara de María Victoria Campos, viuda de Juan Manuel Piñuel Villalón, y su sonoro «¡No sois nada! ¡Sois basura!» dirigido a los asesinos de su marido guardia civil, nos agitó a todos este viernes, pero es evidente que las movilizaciones populares contra ETA han decrecido en participación de manera ostensible.

La respuesta al asesinato de Juan Manuel Piñuel ha sido, con contadas excepciones de rabia y coraje, mucho menos activa de lo que cabía esperar ante la evidencia de un nuevo frente de dolor y de sangre.

Escribe Ignacio Camacho en ABC que es perceptible una patente falta de convicción, una desmotivada abulia en la reacción ciudadana, como si hubiésemos perdido la costumbre de la rebeldía ante el terror.

Si se debe al cansancio, malo, porque está claro que los terroristas no se han cansado de matar; pero probablemente se trate de algo peor, de un síntoma más peligroso: la apatía generada en el cuerpo social por cuatro años de negociaciones, torpezas, titubeos, polémicas y consensos rotos.

Todavía no nos hemos hecho una idea cierta del daño profundo que ha producido esa legislatura de mentiras y desencuentros. Por un lado, la ruptura de la unidad antiterrorista ha desmovilizado a la gente, que no se fía del clima de recomposición artificial esbozado por una clase política en la que aún reina la desconfianza mutua.

Por otra parte, el malhadado acercamiento de Zapatero a ETA ha hecho perder a muchos ciudadanos la fe en la utilidad de su protesta. ¿Para qué voy a protestar yo, se preguntan, si a la primera oportunidad que tenga el Gobierno puede volver a sentarse a negociar con los asesinos pasándose por el forro mi queja?

El resultado de esa doble duda es un ánimo desfondado, un escepticismo intenso que ha hecho retroceder el vigor moral de la sociedad española frente al terrorismo muchos más años de los que se han perdido en el último mandato.

La creación de un espíritu colectivo de resistencia costó muchos muertos y mucho sufrimiento, pero han bastado unos pocos errores, unos cuantos pasos mal dados para sembrar el recelo y la desmotivación.

Los políticos tienden a creer que el pueblo sigue sin chistar sus ritmos de conveniencia, bailando alegremente un rigodón de acercamientos y lejanías al compás que marcan las consignas de la retórica partidista, pero los estados de opinión pública tardan mucho en cuajar y más aún en desvanecerse.

Y aunque ahora la dirigencia pública esté dando aceptables muestras de responsabilidad, hace falta mucho más recorrido para que la ciudadanía interiorice de nuevo la existencia real de un clima de firmeza y se convenza de que el Estado no va a tirar a la basura su compromiso de entereza.

Recuperar la confianza popular y sacudir la desmoralización no va a ser fácil. Requiere una actitud muy sincera y una determinación muy explícita por parte de la clase dirigente.

Y cada vacilación, cada gesto de ambigüedad, cada contradicción, no hará más que ahondar la fosa de confusión y suspicacia que han cavado los malditos cuatro años de marcha atrás.

El problema de los políticos es que cuando salen a la calle, no miran a la gente más que para pedirle el voto.

Y en estos días de concentraciones de duelo ni siquiera vuelven la cabeza para ver quién les acompaña. Si lo hiciesen se darían cuenta de que se han quedado mucho más solos.

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