Tontera de «fulanismos», Lamela y el facha que chilla a Don Manuel

(PD).- Siempre me ha maravillado esa preguntita que suele hacerse a los niños sobre si prefieren a papá o a mamá. Los niños listos, rápido, se zafan del apuro con el consabido «¡A los dos!». Visto lo que le ha ocurrido esta semana al consejero madrileño de Transportes e Infraestructuras, Manuel Lamela, con todo respeto, supongo que se habrá sentido de nuevo como un chaval en edad de elegir entre progenitores.

¿Prefieres a Mariano o a Esperanza? Ésa ha sido la cuestión que le ha perseguido. Todo porque se le ocurrió decir lo que en realidad viene diciendo la gran mayoría de dirigentes del PP, incluida Aguirre. A saber: que del Congreso saldrá un partido fortalecido, con un liderazgo renovado y que hay un candidato claro que es el actual presidente Rajoy. ¡Caramba, se trata de sacar punta al huevo de Colón!, escribe Antonio Martín Beaumont en El Semanal Digital.

Permítanme ahora a mí la pregunta, pero no como recurso para romper barreras con chiquillos. ¿Por qué a alguien en el PP, en estas circunstancias, se le obliga a optar entre Rajoy o Aguirre? ¡Pero si sólo hay un candidato y ambos son ilustres dirigentes del mismo partido! ¿Por qué no Mariano y Esperanza? Sería lo lógico. O, mejor aún, ni Mariano ni Esperanza, simplemente, Partido Popular. Por más que tanto «fulanismo» últimamente pueda desorientar, a eso se apuntan los militantes del mayor partido de España: al PP.

O sea, se apuntan a Rajoy y a Aguirre… y a Camps y a Gallardón y a Cospedal y a Sanz y a Valcárcel y a Herrera… Y, también, a Lamela y Costa, por supuesto. Dirigentes –unos gustarán más que otros, naturalmente— que sencillamente llevan una camiseta en representación de unas siglas que identifican a más de setecientos mil militantes agrupados para defender unas ideas que no se inventaron con el último programa electoral, sino que son patrimonio político de generaciones desde 1977.

Miren ustedes, no creo que sean rara avis aquellos a los que les gustan Esperanza Aguirre y Alberto Ruíz-Gallardón. Y sus entornos: Ignacio González y Manuel Cobo; Francisco Granados y Pedro Calvo. Los votantes lo demuestran elección tras elección. Más aún, pienso que el PP sólo es ganador si están bien representados Aguirre y Gallardón.

Unir a «aguiirres» y «gallardones», hasta entonces dispersos, fue el gran acierto de la refundación en 1989 de José María Aznar, que permitió reenganchar de nuevo en la vida política a quienes habían sido expulsados con UCD, para que rompiesen el techo de los 6 millones de votos los hijos de la AP de Manuel Fraga. Ambas partes (los de la UCD y los de AP) obtuvieron su recompensa y el PP surgió como partido ganador.

Jamás he creído que el PP gane por unos u otros. El PP, cuando gana, entiéndanme la perogrullada, lo hace por el PP. Porque pueden convivir cómodamente en él personalidades políticas con imágenes tan características como Aguirre, Gallardón y sus entornos Por ello, quien desee de verdad liderar el centro derecha español, síganme permitiendo la personalización, debe ser ligazón entre «aguirres» y «gallardones». Eso es buscar la centralidad del PP, que coincide curiosamente con la centralidad de la vida española.

Precisamente, éste es el gran reto que debería afrontar un centro derecha renovado: tender los puentes precisos para que no quede marginado ninguno de los sectores del partido distanciados por el fragor del debate del Congreso; tratar de cerrar incluso las heridas personales que están en carne viva. En definitiva, aplicar la suficiente prudencia para que el partido que salga de Valencia siga siendo lo necesariamente plural para que, sin ser de nadie del todo, sea de cientos de miles de militantes que siguen a uno u otro líder, simplemente, porque son el mejor cartel de la complejidad que encierra las letras PP.

Pero toda convivencia debe tener un límite. Desde luego. No se va por el buen camino cuando se observa –me causó personalmente desasosiego— que a las puertas de la sede del PP un facha que se dice –y lo será- afiliado al partido es capaz de gritar lleno de odio a Don Manuel «¡jubílate ya!». Mal, muy mal. Sobre todo, porque la hidra nostálgica de la peor derecha que ahora grita así ha sido engordada bajo el paraguas y el silencio del PP oficial durante los últimos cuatro años.

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